viernes, 3 de marzo de 2017

Domingo I de Cuaresma-A


DOMINGO  I  DE CUARESMA - A

MISERICORDIA, SEÑOR, HEMOS PECADO

Por M.  Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Yahveh, el Dios de La Alianza, el Dios que es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad,  también es, el Dios que nos ama con locura y que, solo quiere para nosotros la vida, la paz, la gloria y la verdadera felicidad. Y con todo, es el Dios que, al mismo tiempo, exige de todos sus fieles lealtad y fidelidad a sus promesas de salvación, cosa difícil de conseguir si no es, con la ayuda de su Espíritu, que irá obrando en nosotros la verdadera conversión, la que nos purifica de nuestros pecados e infidelidades, hasta  renacer a una vida nueva de amistad y cercanía con Dios. Y, porque necesitamos su gracia para convertirnos de corazón, la imploramos cantando con sincero arrepentimiento el salmo 50.
                                                                                                 
                    Este salmo, que el autor  pone en boca de David, describe el desahogo individual de un pecador angustiado por los delitos cometidos. Al mismo tiempo, quiere ser expresión colectiva del pecado de todo un pueblo, que, en el exilio de Babilonia, reconoce haber sido infiel a La Alianza prometida con su Dios, Yahveh: 

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa.
Lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

                    Yahveh, el Dios generoso y leal de La Alianza, solo espera del pecador, que, con actitud humilde y sincero arrepentimiento reconozca su culpa; pues “un corazón quebrantado y humillado nunca lo desprecia el Señor” y, también, porque su misericordia es grande y eterna, solo  quiere que el pecador se convierta y viva gozando de la alegría de su salvación:

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

                    En el interior del orante, resuena la promesa firme del Señor Yahveh, de hacer, con su pueblo, una Alianza Nueva, cambiando el corazón de piedra de cada uno de sus fieles por uno de carne, capaz de  amar con lealtad y de ser fiel al cumplimiento y observancia de la ley, como lo desea el Señor:

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme,
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

                    Perdonado y acogido por la bondad y la misericordia de Yahveh, el pecador arrepentido, sintiéndose salvado, puede gozar de nuevo de la alegría y la amistad con su Dios, al que quiere dedicar toda  su vida para alabar y bendecir su santo nombre:

                  Devuélveme la alegría de tu salvación,
           afiánzame con espíritu generoso.
             Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

                    Dios, ha hecho a su Hijo, Cristo Jesús, solidario con la humanidad pecadora, para que, por medio de Él, alcancemos la justificación. Pues, habiendo  sido en su vida tentado como lo somos nosotros, es modelo y ejemplo de  penitencia, y de amor y fidelidad al Padre del cielo:

                    ”Vete, Satanás, porque está escrito: AL SEÑOR, TU DIOS, ADORARÁS Y A ÉL SOLO DARÁS CULTO. Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y lo servían “

                    También es Jesús, el que nos mueve y empuja a vivir en constante espíritu de conversión, con el fin de que, practicando en esta vida la “justicia” estemos abiertos a su salvación, “PORQUE, DONDE CRECIÓ EL PECADO, MÁS ABUNDANTE FUE LA GRACIA”.


                    Y, para nosotros, los cristianos, la cuaresma ha de ser un camino de conversión y de sincera súplica por nuestros pecados y por los de la humanidad entera. Porque,  siguiendo a Cristo Jesús por el camino de la cruz, camino de entrega y de amor hasta su muerte y gloriosa Resurrección y  por la que es constituido por Dios autor de La Nueva y Eterna Alianza, llegaremos a la alegría gozosa de la pascua, y más definitivamente, a la resurrección  eterna, en la vida nueva y plena de la gloria del Padre.

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