sábado, 26 de mayo de 2018

Santísima Trinidad - B


SANTÍSIMA TRINIDAD - B

DICHOSA LA NACION CUYO DIOS ES EL SEÑOR

Por Mª Adelina Climent Cortés  O. P


                    Alabamos con júbilo  gozoso a Dios, Señor nuestro, que se nos manifiesta como PADRE, HIJO y ESPÍRITU SANTO, en la gran solemnidad de LA SANTÍSIMA TRINIDAD, a la que adoramos con alabanzas de gratitud, después de haber celebrado LA RESURRECCIÓN DE CRISTO JESÚS y de habernos sido transmitido el ESPÍRITU, presencia que nos incorpora como hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza, a este gran  misterio de vida, de conocimiento y de amor.

                    Y, cantamos y adoramos a  nuestro DIOS, UNO y TRINO, trascendente y cercano, omnipotente y misericordioso, justo y condescendiente, principio y fin de todas las cosas, con el salmo 32,  himno de acción de gracias a Yahveh, por su acción creadora y providente, como resultado de su inmensa grandeza y poder. Y, después de una invitación festiva y solemne, con la que comienza el salmo, el orante describe el motivo que ha de  movernos a tan alegre alabanza:

La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
El ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.

                    Dios se nos da como PALABRA y como ESPÍRITU. Y, su Palabra, es tan firme, tan límpida, eficaz y creadora, que nunca torna a Él vacía, sino que realiza su querer y da consistencia a todo lo creado. Y, su Espíritu, que es don y vida, hace que, también, se cumplan sus designios de justicia y derecho sobre la tierra, frutos de su amor y misericordia para con todos:
            
La palabra del Señor hizo el cielo,
el aliento de su boca, sus ejércitos,
porque Él lo dijo y existió,
Él lo mandó y surgió.

                    “Por medio de La Palabra se hizo todo” (Jn 1,3) El salmista va recordando cómo, Yahveh,  fue creando el universo, y cómo, las cosas,  iban surgiendo de la nada con   poder  de evolucionar y  perfeccionarse. Demostrando el orante,  de esta manera y desde su fe, que solo es posible la vida donde sopla el aliento de Dios, pues, el  Espíritu, llena la tierra de alegría y de bondad, y, que, por lo mismo, donde falta el Espíritu  solo hay nada  y  vacío:

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.

                    Es un reconocimiento de que, Dios, no se encierra en su grandeza. Siendo el Trascendente se nos hace cercano y fiel,  y se da a conocer por su lealtad y su misericordia, atributos semejantes a los que el hombre estima y  puede poseer; por lo que, se nos manifiesta, con  ternura y amor, en los peligros más acuciantes de la vida, para salvarnos en todo momento y llenarnos de seguridad y de confianza:

Nosotros aguardamos al Señor:
Él es nuestro auxilio y escudo;
que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

                            Como el salmista, que ora y canta el salmo, al igual que todo  el pueblo de Israel, también,  nosotros, debemos  rezarlo con el mayor fervor posible,  ya que, nos consideramos de la nación que se siente dichosa teniendo a Dios por Señor.

                               Y, para que nuestro gozo aumente, si cabe, tengamos presente, además, sus muchas manifestaciones en orden a nuestra salvación, para recordarlas y agradecerlas siempre:

                                Es el  Dios Relación y Comunión, que nos acoge con amor y nos hace partícipes de su misma vida Trinitaria.

                                Es el Dios, que, por nosotros y para nuestra salvación, envía a su propio Hijo, el Verbo Divino, para  que, tomando nuestra carne y haciéndose como uno de nosotros,  fuera nuestro hermano.

                                Es el  Dios que, después de resucitar gloriosamente a su Hijo Jesús, nos envía el Espíritu, que llevará a plenitud su obra, habitando en nuestro interior y en el corazón de cada cosa y de cada acontecimiento, convirtiendo, de esta manera, nuestro mundo, toda la tierra junto con el cielo, en el nuevo santuario, donde reside su gloria y majestad, y donde se alza siempre un grito jubiloso de alabanza y de adoración al DIOS UNO y TRINO:

PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO.

Por los siglos. Amén.

viernes, 18 de mayo de 2018

Pentecostés


DOMINGO DE PENTECOSTÉS

¡ENVÍA  TU  ESPÍRITU,  SEÑOR,
Y  REPUEBLA  LA  FAZ  DE  LA  TIERRA!

Por Mª Adelina Climent Cortés   O.P.


                    EL ESPÍRITU, del que tanto hablaba Jesús y que prometió enviarnos cuando se iba al Padre, está entre nosotros y lo llena todo de Vida y esplendor. Es el DON por excelencia de Dios, lo mejor que ha podido darnos, pues, es, su misma Vida,  que se derrama en nosotros con sus diversas manifestaciones. Es La Nueva Ley. Es la nueva presencia del RESUCITADO, que, con vigor y fuerza, nos va transformando en auténticos hijos de Dios, y que, renovará  toda la creación, para llenarla de  frutos de Salvación y Vida Eterna. Este ESPIRITU, es, también, el amor entre el Padre y su Hijo Jesús, amor divino,  que, en su fuerza expansiva y creativa,  va purificando el nuestro, hasta hacerlo suyo, siempre que, entre nosotros nos amemos como hermanos.

                    La obra de este ESPÍRITU, TERCERA PERSONA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD y DADOR DE VIDA, la canta el salmo 103.  Un hermoso poema, en forma de himno,   que  describe, de  manera bella y poética, la obra de la creación de Dios. Salmo que canta, además,  el resurgir vital  que brota, como fuerza arrolladora, de LA RESURRECCIÓN DE CRISTO JESÚS, convertido, por Dios Padre, en Cabeza de toda la humanidad, que ha de quedar incorporada y transformada en Él.

                    El salmista comienza el poema, invitándose a bendecir, personalmente, a Yahveh, pues, se siente impresionado y admirado, por la belleza de  sus obras, fruto de su gran bondad y  generosidad para con todos los hombres:

Bendice, alma mía, al Señor.
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;  
la tierra está llena de tus criaturas.
                 
                    Y, es tan grande, y llega a tanto la sabiduría de Yahveh, que, además de dar la vida a los seres, tiene el poder de conservarla, de acrecentarla, y de hacerla fecunda, porque, es un Dios que todo lo ama, y su amor, que es, su ESPÍRITU, lo vivifica, lo embellece y lo sostiene todo: 

Les retiras el aliento, y expiran,
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.
           
                    De nuevo, el salmista, prorrumpe en alabanzas al creador, con deseos de que, Yahveh, que tanto se goza contemplando la creación, la belleza de las obras de sus manos, se alegre, también, de su  alabanza, pues, al brotar de un espíritu lleno de fe, como es el suyo, ha de ser motivo de gozo para Él.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.

                    Verdaderamente, también nosotros, igual que el salmista, hemos de alegrarnos con el Señor, después de bendecirlo y alabarlo, al  contemplar sus obras, creadas para nuestro bien y felicidad. Maravillas,  que, llenando  el mundo,  lo transforman en el Reinado de Dios. Por eso, para el que tiene fe, para el que vive en el  ESPÍRITU DE JESÚS  y de él, ya no hay diferencia entre lo profano y lo religioso, porque todo es santo, ya que el amor de Dios lo sostiene todo y está en las cosas sustentándolas,  llenándolas  de salvación

                    Pidamos, pues, en esta SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS, que venga EL ESPIRITU sobre cada uno de los cristianos y de todos  los hombres; que  lo sepamos acoger con agradecimiento y amor; y para que, con su fuerza y poder, nos convierta en auténticos testigos de CRISTO RESUCITADO, el Señor de La Historia y de toda La Creación, y, así,  su evangelio sea conocido y amado por todos los hombres:

¡ENVÍA TU ESPÍRITU, SEÑOR,

Y REPUEBLA LA FAZ DE LA TIERRA!

sábado, 12 de mayo de 2018

Solemnidad de la Ascensión


LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

DIOS ASCIENDE ENTRE ACLAMACIONES

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Cantemos y aclamemos a CRISTO JESÚS, que, como Rey de La Gloria, ASCIENDE ENTRE ACLAMACIONES AL CIELO, para sentarse en su trono real a la derecha de Dios Padre. Más,  contemplémosle, con sentimientos de admiración y de agradecimiento, porque, su subida, para nosotros, es gozo y esperanza viva, fruto de nuestra fe en su RESURRECCIÓN GLORIOSA y en su VICTORIA,  que nos hace vislumbrar  lo que ahora ya es  realidad: nuestra futura exaltación  junto a Dios Padre, y para siempre, en La Vida Eterna.                                                               
                 
                    Portento de alegría y felicidad es  la fiesta de LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR, en la que, toda la creación se beneficia del SEÑORÍO DE JESÚS,  al  quedar transformada en el Reinado de Dios.
                 
                    Y, porque  queremos  aclamar a CRISTO JESÚS, con el entusiasmo que  le corresponde y se merece, lo hacemos con el salmo 46, uno de los himnos más  expresivos  del grupo de los ”salmos de entronización real de Dios” y, que tiene sus  orígenes, en  los tiempos de la monarquía de Israel.  Comienza el salmista, con alabanzas gozosas a Yahveh,  Rey de todos los hombres y de la creación entera:

 Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo,
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.

                    La fe del israelita, le lleva a concretizar las intervenciones grandes y poderosas de Yahveh, en el mundo, en la historia particular de Israel, su pueblo, y en las victorias que logra su Rey;  y, también, a celebrarlas litúrgicamente, en las  procesiones   que trasladaban el Arca de La Alianza, desde los lugares de las batallas, hasta el recinto sacro, el Templo de Jerusalén, donde quedaba entronizada con cantos, músicas y aclamaciones. Más, esta GLORIA Y SEÑORÍO DE DIOS, ha quedado  manifestada,  más plenamente, en LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO “EL SEÑOR” y en su ASCENSIÓN GLORIOSA AL CIELO.

Dios asciende entre aclamaciones,
el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad.

                    Mas, La Gloria del Señor Yahveh, con todo su  esplendor,  excede al Templo de Sión, y, en su expansión, adquiere dimensiones universales, hasta llenar el cielo y la tierra, quedando, así, constituido, JESUCRISTO, EN SEÑOR Y MEDIADOR de todo  lo creado. SEÑORÍO, sin fin, que ejerce desde la derecha del PADRE:

Porque Dios es el rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado.



                    Y, Jesucristo, EL SEÑOR RESUCITADO, tiene siempre abiertas las puertas del cielo para comunicarnos el ESPÍRITU, que nos conducirá a Él, y para que, su intercesión, sea una bendición fecunda para la humanidad que vive y camina en la esperanza, guiada por la fe y construyendo el mundo nuevo que tanto anhelamos. Un mundo lleno de valores humanos y evangélicos, los que el mismo Jesús practicó durante su vida terrena, y, que, antes de despedirse, después de decirnos: “SUBO AL PADRE MÍO Y PADRE VUESTRO, AL DIOS MÍO Y DIOS VUESTRO”, nos recomendó practicarlos y darlos a conocer: “PROCLAMAD EL EVANGELIO A TODA LA CREACIÓN”.


                    Que, también, Jesús glorificado, pueda recoger los frutos de nuestro testimonio, y sincero agradecimiento, porque, esta fiesta de su ASCENSIÓN, nos hace tener ya el espíritu en el CIELO, LUGAR DE NUESTRO DESTINO GLORIOSO Y ETERNO.

viernes, 4 de mayo de 2018

Domingo VI de Pascua-B


DOMINGO  VI  DE PASCUA - B

EL SEÑOR REVELA A LAS NACIONES SU JUSTICIA

Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.


                    Dios nos revela su AMOR, que es su SANTIDAD, y su JUSTICIA, lo que constituye su misma esencia, al entregarnos a su propio HIJO, JESUCRISTO, para que, con su  MUERTE Y RESURRECCIÓN, sea  nuestra  justificación y salvación.

                    Es lo que proclama y  nos invita a celebrar  el salmo 97, canto jubiloso de acción de gracias y de alabanza a la fuerza y  poderío de Dios, capaz de realizar grandes maravillas y proezas en nuestro favor y de liberarnos de toda injusticia:

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas,
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

                    Pero, el Señor, Yahveh, quiere que su justicia, junto con su amor, fruto de su victoria a favor de su pueblo, Israel, también sea acogida y celebrada desde la fe, por todas las naciones, por toda la humanidad, y así lo relata el salmista, con el entusiasmo que le caracteriza:

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.

                    El salmo, de nuevo, sigue expresando con gozo, la alegría y el éxito de La Victoria de Yahveh,  que ahora vemos manifestada plenamente en LA RESURRECCIÓN GLORIOSA DE CRISTO JESÚS, el que, con su fuerza transformadora,  ha sido capaz de aniquilar la injusticia y todo mal del mundo y de dar paso al REINADO DE DIOS, a una vida nueva repleta de amor y fecundidad:

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera,
gritad,  vitoread, tocad.
  

                     La revelación de la justicia de Yahveh, nuestro Dios y de su amor salvador, se nos anuncia hoy, además, en las palabras de Cristo Jesús: “COMO EL PADRE ME HA AMADO, ASÍ OS HE AMADO YO, PERMANECED EN MI AMOR”,  y también: “ESTE ES MI MANDAMIENTO, QUE OS AMÉIS UNOS A OTROS COMO YO OS HE AMADO”.  
    
                    Es el amor de Dios, su misma esencia, lo que nosotros hemos de recibir con agradecimiento hasta hacerlo vida de nuestra vida: VOSOTROS SOIS MIS AMIGOS, SI HACÉIS LO QUE YO OS MANDO.

                    Y, es también, lo que hemos de saber transmitir a los demás, para que todos participemos de la amistad de JESÚS, EL SEÑOR y del gozo que comporta su cercanía. De esta manera podremos dar frutos de salvación y hacer que desaparezca toda injusticia entre los hombres, tan contraria a lo que en sí es Dios, y lograr que llegue a nuestro mundo, hambriento de amor y de bondad, su  santidad, que es, también, nuestra verdadera paz y felicidad

                   Símbolo de este amor justo y victorioso y de esta gratuidad de Dios es LA EUCARISTÍA, expresión del amor entregado de Cristo Jesús y del amor que, unos a otros  nos debemos,  como hijos de Dios que somos y hermanos entre sí en el Señor Jesús.
         
                   Y, porque, son muchas las maravillas de Dios y grandes sus  portentos a favor nuestro y de toda  la humanidad, y, solos, no podemos alabarle debidamente, unámonos a todos los creyentes y, con el salmista,  sigamos  cantando con júbilo y entusiasmo:

“ACLAMAD AL SEÑOR, TIERRA ENTERA,

GRITAD, VITOREAD, TOCAD”