DOMINGO IV DE CUARESMA - C
GUSTAD Y VED QUÉ BUENO ES EL SEÑOR
Por
Mª Adelina Climent Cortés O P.
Todos los que hemos gustado lo bueno que es el Señor y la dicha que se
experimenta acogiéndose a Él, nos llena de felicidad poder cantar, agradecidos,
su bondad y grandeza, con el fin de bendecirla, proclamarla y contemplarla. Así
lo hace el orante del salmo 33, al que
nos unimos, haciendo nuestros sus sentimientos, de oración y alabanza.
Estamos ante un salmo precioso, de alabanza y acción de gracias, considerado como el “Magníficat” del Antiguo
Testamento, ya que, son los humildes, los pobres, y entre ellos el salmista,
los que alaban y bendicen la bondad de Yahveh, siempre dispuesto a escuchar, para acoger y
salvar a los que, con sencillez, le buscan e invocan:
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
Quiere el salmista que los humildes, los que siempre son
fieles a Yahveh, proclamen, junto con él, su grandeza y excelsitud, pues, cuando le
buscan y consultan, siempre son escuchados y curados de todo temor y aflicción:
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor y me respondió,
me libró de
todas mis ansias.
Buscar a Yahveh, ser escuchado por Él, vivir en su cercanía y amor, es
contemplar y participar de su misma vida, es quedar radiante de su luz, es
vivir la fe profundamente y sentirse
sanado y salvado:
Contempladlo y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
y lo salva de sus angustias.
También, en los tiempos actuales, seguimos gustando la bondad de Dios,
hecha salvación y liberación en Cristo Jesús, Señor nuestro; en el que nos sentimos acogidos y dichosos.
Desde La Cruz ,
Él nos ha sanado de toda angustia y pecado, nos va haciendo humildes y nos va
reconciliando con los hermanos y con nuestro Padre Dios: el que nos espera
siempre con los brazos abiertos y el corazón henchido de
gozo, para la fiesta que nos tiene
preparada:
“-Hijo…deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha
revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado”
Pero no olvidemos que, para hacer nuestra la salvación de Jesús, se nos
exige un vivir en continuo estado de conversión, acogiendo la
misericordia de Dios en nosotros, que nos moverá a realizar obras de amor y de
bondad, es decir, obras de salvación, de reconciliación y de verdadera
fraternidad.
Y, en esta espera, hasta llegar
al abrazo definitivo y gozoso con Dios, Jesús
nos da a gustar del banquete eucarístico, manjar suculento y superior al
maná, vino nuevo que nos llena de
consuelo y felicidad y que nos da fuerzas para andar el camino hacia la gloria,
donde se celebrará la fiesta definitiva y eterna, convocada y presidida por
Dios, EL PADRE BUENO DE TODOS LOS QUE NOS CONSIDERAMOS SUS HIJOS.