DOMINGO IV DE CUARESMA - A
EL SEÑOR ES MI PASTOR, NADA ME FALTA
Por M. Adelina Climent Cortés O.P.
Nos envuelve el gozo y la alegría que impregna la liturgia eucarística del IV domingo de cuaresma, en la que se
vislumbra un nítido reflejo de la explosión de luz, que estallará con toda su
energía y potencia en La Pascua de Jesús, en su triunfante y gloriosa
Resurrección.
Y, con acción de gracias, cantamos al Señor el salmo 22, en el que, el
mismo Dios, se nos manifiesta como EL
BUEN PASTOR, que, con cuidado y
amor, va guiando a su pueblo por
el camino áspero y dificultoso, que
conduce a LA LUZ SALVADORA, a la verdadera vida.
El poema nos recuerda la salida de
Israel de Egipto, cuando fue liberado,
por Yahveh, de la esclavitud del Faraón y le acompañó por el desierto, hasta la
tierra prometida, con el fin de protegerle en todo momento y dificultad, como
un Pastor fiel, que cuida con amor y desvelo de sus ovejas, y las conduce a
hermosos y frescos páramos, donde las fuentes cristalinas invitan al descanso, reparan las fuerzas y
revitalizan el corazón:
El Señor es mi pastor,
nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
El Buen Pastor, siempre solícito y fiel, también conduce a sus ovejas
por caminos rectos y escogidos; y, éstas, no temen ni desconfían, cuando en la
oscuridad se deslizan por vericuetos peligrosos, porque, en todo momento,
sienten la presencia y protección del Pastor, que las ama y les infunde
seguridad:
Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre,
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu callado me sosiegan.
Pero, Yahveh, no solo conduce,
protege, y proporciona descanso a sus fieles, como Buen Pastor, también, como hace el dueño y señor de su casa,
prepara una mesa en la que puedan alimentarse, y recibir las atenciones y honores de los invitados,
de manera que, viéndolo, los enemigos queden confusos:
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
Mas, llega a tanto la bondad
y la ternura del Dios, Yahveh, que no dejará de acompañarnos hasta conducirnos
al Banquete escatológico de las bodas eternas de su Hijo, Cristo Jesús con la humanidad, incitando, así, nuestros
deseos de felicidad eterna en la gloria del cielo:
Tu bondad y tu misericordia me
acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término
Y, así como Yahvéh hizo de David, joven pastor, el rey y guía de Israel,
después de haber sido ungido en medio de sus hermanos, para reunir lo disperso,
consolidar fronteras, y hacer del pueblo una nación compacta y fuerte, con la
capital en Jerusalén. De igual modo, en el camino nuevo que el Padre ha abierto entre los hombres, ha escogido a su Hijo
Jesucristo, como Pastor y guía nuestro y como LUZ DEL MUNDO:
El Evangelio narra que Jesús: “… escupió en la tierra, hizo barro con la
tierra, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: -“ve a lavarte a la piscina
de Siloé (que significa enviado). EL FUE, SE LAVÓ, Y VOLVIÓ CON VISTA”.
Siendo, además, Jesucristo, el Cordero de Dios que ha quitado el pecado
del mundo; al que, el Padre, ha constituido como autor de La Nueva y Eterna
Alianza, por la que ha hecho realidad la promesa de Salvación, que había
asegurado a su siervo David.
Jesucristo, sigue siendo nuestra Luz y nuestro Buen Pastor, el que,
siempre, nos guía con amor, fuerza, y valentía, el que nos conforta con la
dulzura de su palabra, el que nos restaura con el brillo de su rostro, el que
nos alimenta con su mismo cuerpo y nos hace vivir en comunión con Él, el que
nos ilumina con su luz y, con Él, nos
hace ser luz y salvación para los demás, y, el que nos conduce a la felicidad,
a la fiesta eterna del cielo.
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