sábado, 11 de marzo de 2017

Domingo II de Cuaresma- A


DOMINGO II DE CUARESMA - A
  
 QUE TU MISERICORDIA, SEÑOR, VENGA SOBRE NOSOTROS,  COMO LO ESPERAMOS DE TI

Por M. Adelina Climent Cortés  O.P.


                    La realización del plan salvador de Dios llevaba consigo la elección de un pueblo depositario de las promesas, cuya historia comienza con la vocación de Abraham, sujeto de la revelación amorosa de Dios para toda la humanidad: “Haré de ti un gran pueblo... Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo”.

                    Y, porque el plan de salvación, que Dios tiene para cada uno de los seres humanos, es fruto de su gran misericordia, como lo expresa el salmo 32; agradecidos,  cantamos este bello poema al Señor, con  sincero deseo  de alabarle  y bendecirle por la perfecta armonía de toda la creación.

                    En este salmo hímnico, con matices sapienciales, el orante ensalza con alegría exultante la sabiduría de Yahveh, el Dios trascendente, creador y providente, que gobierna con inteligencia, amor y coherencia, toda la creación, cantando su palabra y su acción salvadora, junto con su justicia y su misericordia:

La palabra del Señor es sincera
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra

                    El salmista, como todo el pueblo de Israel, se siente feliz de tener un Dios, que siempre salva, que está pendiente de los que le aman y le invocan sinceramente y de todos los que, perteneciendo a su heredad, se saben elegidos con predilección y misericordia:

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.

                    Del plan salvador de Yahveh, de su constante auxilio y protección, y de su misericordia que llena la tierra, brota la confianza del orante y del fervoroso israelita, que todo lo espera de su Dios;  por lo que, entusiasmado,  prorrumpe en cánticos y aclamaciones  de alabanza a su gloria:

Nosotros aguardamos al Señor:
Él  es nuestro auxilio y escudo;
que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

                    La realización del plan salvador de Dios; el comienzo de su caminar con los hombres en un diálogo de vida y de amor, culmina con la encarnación de su  Hijo Jesucristo, Palabra salvadora del Padre, por la que se hizo todo lo que existe. Y, Jesús,  nuestro Salvador, siempre fiel a las promesas de Dios para con los hombres, se hace presente entre ellos como Luz, transfigurándose en el Monte Tabor: “UNA NUBE LUMINOSA LOS CUBRIÓ CON SU SOMBRA”. Luz, que, con su resplandor ilumina las tinieblas del mundo, llenándolo de vida y bondad. También se manifiesta, como Revelación de su Verdad Evangélica, para todo ser humano, siendo guía y camino que conduce al Padre.

                    Y, la grandeza del cristiano,  su gran dignidad, le viene, lo mismo que al pueblo de Israel, de nuestra elección en Cristo Jesús; de haber sido destinados por la gracia de Dios a ser hijos y herederos de su amor; de manera que, todos los que creemos en Cristo Jesús, somos el nuevo pueblo de Dios, el pueblo de La Nueva y Eterna Alianza, llamado a dar testimonio de su salvación y, a ser, alabanza de su gloria.


                    Y, nuestro testimonio, en una sociedad tan obsesionada por la apariencia, por la adquisición de poder o por el deseo de poseer, pero hambrienta de verdad, de justicia y de amor, ha de consistir en  hacer creíble la luminosidad de JESUCRISTO, EL HIJO AMADO DEL PADRE, viviendo su misma vida de cruz y resurrección, y escuchando atentamente su palabra que lo irá transformando todo en la misma gloria que el Hijo tiene, junto al Padre, en  la eternidad del cielo.

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