DOMINGO II DE CUARESMA - A
QUE TU MISERICORDIA, SEÑOR, VENGA SOBRE NOSOTROS, COMO LO ESPERAMOS DE TI
Por M. Adelina Climent Cortés O.P.
La realización del plan salvador de Dios llevaba consigo la elección de
un pueblo depositario de las promesas, cuya historia comienza con la vocación
de Abraham, sujeto de la revelación amorosa de Dios para toda la humanidad:
“Haré de ti un gran pueblo... Con tu nombre se bendecirán todas las familias
del mundo”.
Y, porque el plan de salvación, que Dios tiene para cada uno de los
seres humanos, es fruto de su gran misericordia, como lo expresa el salmo 32;
agradecidos, cantamos este bello poema
al Señor, con sincero deseo de alabarle
y bendecirle por la perfecta armonía de toda la creación.
En este salmo hímnico, con matices sapienciales, el orante ensalza con
alegría exultante la sabiduría de Yahveh, el Dios trascendente, creador y
providente, que gobierna con inteligencia, amor y coherencia, toda la creación,
cantando su palabra y su acción salvadora, junto con su justicia y su
misericordia:
La palabra del Señor es sincera
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra
El salmista, como todo el pueblo de Israel, se siente feliz de tener un
Dios, que siempre salva, que está pendiente de los que le aman y le invocan
sinceramente y de todos los que, perteneciendo a su heredad, se saben elegidos
con predilección y misericordia:
Los ojos del Señor están puestos en
sus fieles,
en los que esperan en su
misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
Del plan salvador de Yahveh, de su constante auxilio y protección, y de
su misericordia que llena la tierra, brota la confianza del orante y del
fervoroso israelita, que todo lo espera de su Dios; por lo que, entusiasmado,
prorrumpe en cánticos y aclamaciones
de alabanza a su gloria:
Nosotros aguardamos al Señor:
Él
es nuestro auxilio y escudo;
que tu misericordia, Señor, venga
sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
La realización del plan salvador de Dios; el comienzo de su caminar con
los hombres en un diálogo de vida y de amor, culmina con la encarnación de
su Hijo Jesucristo, Palabra salvadora
del Padre, por la que se hizo todo lo que existe. Y, Jesús, nuestro Salvador, siempre fiel a las
promesas de Dios para con los hombres, se hace presente entre ellos como Luz,
transfigurándose en el Monte Tabor: “UNA NUBE LUMINOSA LOS CUBRIÓ CON SU
SOMBRA”. Luz, que, con su resplandor ilumina las tinieblas del mundo,
llenándolo de vida y bondad. También se manifiesta, como Revelación de su
Verdad Evangélica, para todo ser humano, siendo guía y camino que conduce al Padre.
Y, la grandeza del cristiano, su
gran dignidad, le viene, lo mismo que al pueblo de Israel, de nuestra elección
en Cristo Jesús; de haber sido destinados por la gracia de Dios a ser hijos y
herederos de su amor; de manera que, todos los que creemos en Cristo Jesús,
somos el nuevo pueblo de Dios, el pueblo de La Nueva y Eterna Alianza, llamado
a dar testimonio de su salvación y, a ser, alabanza de su gloria.
Y, nuestro testimonio, en una sociedad tan obsesionada por la
apariencia, por la adquisición de poder o por el deseo de poseer, pero
hambrienta de verdad, de justicia y de amor, ha de consistir en hacer creíble la luminosidad de JESUCRISTO,
EL HIJO AMADO DEL PADRE, viviendo su misma vida de cruz y resurrección, y
escuchando atentamente su palabra que lo irá transformando todo en la misma
gloria que el Hijo tiene, junto al Padre, en
la eternidad del cielo.
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