DOMINGO XXIV DEL
T. ORDINARIO - C
ME
PONDRÉ EN CAMINO
ADONDE ESTÁ MI PADRE
Por
Mª Adelina Climent Cortés O.P.
Nos
da ocasión la liturgia de hoy, para reconocer, que son muchos los modos que
tenemos para alejarnos de los caminos de Dios. Caminos que son siempre de
misericordia y de bondad para nosotros,
y en los que Él nos espera, con
los brazos abiertos de Padre, para llenarnos del gozo de su ternura.
Junto al Sinaí, en pleno desierto, el pueblo de Israel,
que había sido liberado de la esclavitud de Egipto, se aparta de Dios haciendo
lo que no le agrada. Moisés, abatido,
expresa sus sentimientos de dolor a Yahveh, por el pecado de su pueblo; y, a
Moisés, se une la asamblea de los
fieles, con humilde sinceridad, rezando el salmo 50, pues, todos nos sentimos
pecadores: “Ten piedad de nosotros Señor”
Estamos ante el salmo 50,
salmo penitencial por excelencia. Expresa el dolor, la angustia y el desahogo de un pecador, que busca por
encima de todo reconciliarse con Dios. Y, a la vez, es expresión colectiva del
pecado de todo un pueblo, en este caso Israel, que al apartarse de Dios rompe
con La Alianza ,
aunque no es así por parte del Señor Yahveh.
Redactado en los tiempos
del posexílio, derribadas ya las murallas de Jerusalén, el inspirado autor lo
pone en boca de David, cuando después de su pecado con Betsabé le visitó el
profeta Natán. Se trata, pues, de un
salmo de súplica estructural, que todos
podemos hacer nuestro, para hablar con
Dios de nuestra insinceridad y de nuestro pecado y poder ser perdonados por Él,
participando otra vez de su inmensa
alegría.
El
principio del salmo, que es precioso, nos ayuda a dirigirnos confiadamente a nuestro Padre Dios; porque, lo único que quiere y lo que más le
importa a Él, es llenar nuestro mundo de su misericordia y de su bondad. La fidelidad del Señor es tan grande, que, llenándolo todo, puede hacer que
desaparezcan nuestras iniquidades y rebeldías. Solo se requiere, de nuestra
parte, un reconocimiento humilde y una conversión sincera de corazón:
Misericordia,
Dios mío, por tu bondad,
por
tu inmensa compasión borra mi culpa.
Lava
del todo mi delito,
limpia
mi pecado.
Seguimos pidiendo a Dios un corazón limpio, que sepa responder a la
fidelidad de Yahveh en La
Alianza. Y , cuando
esta actitud es sincera en el hombre, el Señor, mediante el perdón, es capaz de
renovarnos interiormente, de modo que, podemos pasar a ser una nueva creación,
siendo las criaturas nuevas, que harán realidad la gozosa novedad del Reinado
de Dios, fruto siempre, y principalmente, de su amor y perdón:
Oh
Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame
por dentro con espíritu firme;
no
me arrojes lejos de tu rostro,
no
me quites tu santo espíritu.
El
salmista, que ha reconocido con humildad su pecado y ha buscado el perdón de
Yahveh, se experimenta, de nuevo, tan
cerca y querido de Él, como lo estaba
antes. Así, todo sigue de nuevo su camino, el
de la salvación; o todo vuelve a
empezar, porque el amor de Dios no había terminado, pues el Señor no deja de
amar nunca, ya que, su misericordia durará por siempre jamás. Pero la
renovación del corazón, que lleva consigo este nuevo acercamiento a Él, es más plena y hermosa, ya que, devuelve
la alegría nueva de la salvación con mayor intensidad y originalidad:
Señor,
me abrirás los labios,
y
mi boca proclamará tu alabanza.
Mi
sacrificio es un espíritu quebrantado,
un corazón quebrantado y humillado tú no lo
desprecias.
Dios, no nos desprecia
nunca, al contrario, nos quiere con
locura y siempre está esperando, que en toda tribulación y desasosiego, en
todas lucha, dolor o pecado, inmediatamente podamos dirigirnos a Él con
sinceridad y con renovada alegría:
“ME PONDRÉ EN CAMINO ADONDE
ESTÁ MI PADRE”
CON LA SEGURIDAD DE QUE, NOS RECIBIRÁ
CON UN ABRAZO DE AMOR, GOZOSO Y ETERNO, FRUTO DE SU GRAN MISERICORDIA.