DOMINGO XXII DEL T. ORDINARIO - C
HAS PREPARAD0, SEÑOR,
TU CASA A LOS DESVALIDOS
Por Mª
Adelina Climent Cortés O P.
“Porque
es grande la misericordia de Dios,
revela sus secretos a los humildes”
Que coherencia tan grande,
la de Yahveh, en su manera de ser y de actuar en los acontecimientos históricos
del pueblo. Lo vamos a descubrir, admirablemente, en el salmo que hoy le
dedicamos y cantamos.
Es el salmo 67. Un bonito y
profundo poema que, además de cantar la bondad de Dios, siempre caminando con
los hombres, para conocer sus necesidades y remediarlas con su misericordia,
también nos ayuda, a poner en práctica
las enseñanzas del Eclesiástico, esos valores que contienen una sabiduría práctica
y eficaz, para el bien vivir. Sabiduría, que nos ayudará a descubrir sus
designios, y a interpretar su voluntad.
Es decir, es la sabiduría que nos conduce a la verdadera salvación.
Este salmo es un himno
al Dios vencedor; al Dios que va siempre
delante del pueblo y le acompaña, con su
misericordia, desde el Sinaí, por el
largo desierto, hasta alcanzar la tierra prometida... Este poema recoge las vivencias y la
delicadeza de sentimientos, que tiene Yahveh con su pueblo, al que siempre
conduce con amor y desvelo durante toda su historia, comunicándole su espíritu,
para que pueda ir haciendo suya su misma
manera de vivir... Y, más tarde, es el que le acompaña y guía en la marcha
triunfal, desde el destierro de Babilonia hasta la propia patria, la que será
restaurada, pudiendo establecerse en el templo, la morada de la gloria de Yahveh y la sede de su gran excelsitud.
Y, acompañar a Yahveh en
las empresas que realizaba junto con su pueblo, a pesar de las dificultades
inherentes, sería, para todo israelita, un motivo de alegría y de cantos de
gratitud:
Los
justos se alegran,
gozan
en la presencia de Dios,
rebosando
de alegría.
Cantad
a Dios, tocad en su honor,
alegraos
en su presencia.
Las
relaciones del Dios de La
Alianza , con el pueblo elegido, tan llenas de misericordia y
bondad, se van transformando en paterno
–filiales, y, con atención más esmerada
a los necesitados, a los que, Yahveh, cuida con mayor desvelo e interés:
Padre
de huérfanos,
protector
de viudas
Dios
vive en su santa morada.
Dios
prepara casa a los desvalidos,
libera
a los cautivos y los enriquece.
Esta protección paternal de
Yahveh no cesó nunca, pues, fue derramando en su heredad la lluvia copiosa de
sus bendiciones, fruto, siempre, de su gran misericordia, la que, con amor,
lealtad y fidelidad, les irá conduciendo
hasta la culminación gozosa de una filiación siempre más divinizada:
Derramaste
en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste
la tierra extenuada;
y tu
rebaño habitó en la tierra
que tu
bondad, oh Dios, preparó para los pobres.
Los que creemos en Cristo
Jesús, nosotros, ya hemos llegado a la plenitud de Hijos. Ahora,
comprendemos mejor los esfuerzos de un Dios Padre, todo amor y misericordia,
que no cesa de conducirnos con sabiduría
en este caminar hacia la
filiación gozosa y definitiva, con la experiencia, además, de sentimos
ya hijos suyos, pudiéndole llamar Padre.
Nuestro Dios, es un Padre
que nos ama a todos; pero, sabemos que
tiene especial predilección por los más pobres y desvalidos, y desea,
que todos nos volquemos hacia ellos en
atenciones y favores.
En su Hijo Jesús nos
recuerda en el evangelio: “Cuando des un banquete, invita a los pobres,
lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; TE PAGARÁN
CUANDO RESUCITEN LOS JUSTOS.
Tampoco le gustan las diferencias tan grandes
y notorias que existen en nuestro mundo, y también nos invita a trabajar y luchar para que desaparezcan, y así,
todos los hombres, todos hijos suyos, podamos vivir con la dignidad
debida; pues, este sentirnos hijos de Dios, nos ha de mover a vivir su
misericordia, su bondad y su amor, hasta conseguir que, además de la igualdad y
la prosperidad para cada hombre, nuestro
mundo, sea mejor y más agradable para todos.