DOMINGO I DE
ADVIENTO - A
QUE ALEGRÍA
CUANDO ME DIJERON:
VAMOS A LA
CASA DEL SEÑOR
Por Mª
Adelina Climent Cortés O.P.
Vivimos en tiempo de
espera y de esperanza, que nos empuja a la plenitud de las promesas de Dios,
que ya empezaron a cumplirse en el momento de la encarnación de su Hijo Jesús
en las entrañas de María Virgen, inaugurando los nuevos tiempos de La
Salvación. La conmemoración del nacimiento de Jesús, LA NAVIDAD QUE ESPERAMOS,
es una ocasión relevante y propicia, para hacer crecer el anhelo de esta
esperanza como un don gratuito de Dios, al que tiene que acompañar, de nuestra
parte, una firme actitud de espera, con
la seguridad de que la fidelidad del Señor nunca falla.
Y, porque es tiempo de
esperanza en un futuro pacífico y glorioso y, por lo tanto, de gozo, lo
celebramos cantando al Señor, nuestro Dios, el salmo 121; el que cantaban los
israelitas peregrinando hacia el templo de Jerusalén rebosando de dicha y
felicidad, alegría que aumentaba notablemente
cuando se llegaba a la meta:
Qué
alegría cuando me dijeron:
“Vamos a la
casa del Señor”.
La alegría del salmista y
de todo israelita, era por ir a Jerusalén, la ciudad amada de todos, La Ciudad
Santa, porque en ella está el templo del Señor, donde mora Yahveh con todo su
esplendor y majestad y, por lo tanto es, en este lugar, donde todos los fieles
pueden encontrarse con su Dios, sentirse fortalecidos en su presencia y
celebrar con gozo la fe. También, Jerusalén,
era visitada con alegría, porque era el lugar donde se administraba la
justicia, fuente de seguridad y de equilibrio para todo el pueblo.
Según la
costumbre de Israel,
a celebrar
el nombre del Señor.
En ella
están los tribunales de justicia
en el
palacio de David.
Y, Jerusalén, como su
nombre indica, era para todos los israelitas ciudad de paz, pero de una paz
que, además de basarse en la justicia y proporcionar seguridad, es portadora de
todos los bienes estimados y deseados, porque es la paz de la presencia del
Dios, Yahveh, que llena toda la ciudad y que bendice a los que la visitan:
Desead la
paz a Jerusalén:
“Vivan
seguros los que te aman,
haya paz
dentro de tus muros,
seguridad en
tus palacios”.
Pero, esta bendición de
paz, FRUTO DE LA LEY Y DE LA PALABRA DE DIOS, no era solo para gozarla uno
mismo, sino para desearla y transmitirla a los demás, como el bien más preciado
y deseado, porque es la paz que, según Isaías, hará posible que todos
“CAMINEMOS A LA LUZ DEL SEÑOR”
Por mis
hermanos y compañeros
voy a decir:
“La paz contigo”.
Por la casa
del Señor nuestro Dios,
te deseo
todo bien.
Isaías, inspirado quizá en
este salmo, y en todas las peregrinaciones de Israel al templo de Jerusalén,
ve, como una muchedumbre de pueblos numerosos, subiendo al monte del Señor, encumbrado sobre las montañas; es
decir, hacia el mismo Dios. Imagen y signo de lo que hace la humanidad que,
camina afanosa, buscando la plenitud a la que Dios la tiene destinada.
Más, la promesa de plenitud para todos los hombres,
por parte de Dios, en su REINO GLORIOSO, es un futuro de paz y de bienestar, en
vida de comunión con el mismo Dios y
con los hermanos, en Cristo Jesús Resucitado. Paz y bienestar, que hemos de ir
construyendo ya desde ahora, viviéndola primero en nosotros mismos con espíritu
de conversión y deseándola a los demás como ya lo hacía el salmista: “La paz
contigo”. Pues La Vida Nueva, el Reino de Dios, ya está entre nosotros como un
anticipo de las realidades últimas, mientras esperamos la segunda venida de
Jesucristo: “…A LA HORA QUE MENOS PENSÉIS VIENE EL HIJO DEL HOMBRE”. Esperanza,
en la que, SU SALVACIÓN, se nos manifestará plena y deslumbrante.