DOMINGO XXXIII DEL T. ORDINARIO - C
EL SEÑOR LLEGA PARA REGIR LA TIERRA CON JUSTICIA
Por Mª Adelina Climent
Cortés O.P.
Al Señor, que llegará con majestad al final de la historia, para
descubrir lo bueno y lo malo de nuestro mundo, y que, a los que han querido
seguir su camino de amor y generosidad honrando su nombre “LOS ILUMINARÁ UN SOL
DE JUSTICIA, QUE LLEVA LA SALUD EN LAS ALAS” como nos recuerda Malaquías… A este Dios, que se manifestará, sobre todo,
con su misericordia infinita y que, ahora, es para todos una fuente de
esperanza y consuelo, le aclamamos y
exaltamos con el salmo 97.
Este salmo en forma de himno, y cuyo origen es de los tiempos del
posexílio, es uno de los “cantos del Reino” que entonaba Israel, con sentido
litúrgico y profético, en la época de la restauración del país, después de
habar sido liberado de la esclavitud, para exaltar el poder y la victoria de
Yahveh sobre Babilonia. Poder y victoria que, desde Israel, el pueblo
“elegido”, se extendería a todas las naciones del universo, por lo que, de esta
manera, adquiere el salmo un sentido REAL Y ESCATOLÓGICO.
Todos los instrumentos musicales, que se empleaban en las celebraciones
más festivas son poco para alabar y acompañar,
con un cantar nuevo, a Yahveh, Rey y Señor del Universo; el que, con su
amor y poder lo ha creado todo, llenando el orbe de sus maravillas; y, que
llega con su poder y amor, a revelarnos su victoria y su salvación.
Tocad la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de
trompetas,
aclamad al Rey y Señor.
Y, ante la llegada de Dios,
toda la creación en movimiento y con
gozosa alegría, ha de alabar y bendecir, a su manera, al Creador de todo; al
que llega con gran poder y majestad
para regir la tierra con su justicia y rectitud, que son los valores que le
caracterizan y los propios de su
Reinado, aunque, en plenitud, se darán en el más allá. Y, así, de esta
manera, todas las naciones podrán
reconocer SU VICTORIA:
Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan,
aplaudan los ríos, aclamen los
montes,
al Señor que llega para regir la
tierra.
Regirá el orbe con justicia,
y los pueblos con rectitud.
En los tiempos actuales, reconocemos la victoria y el señorío de Yahveh
en Jesucristo Resucitado y Glorificado. Victoria incomparablemente mayor que la
que se logró cuando la repatriación de Israel, y victoria que será contemplada, también, desde todos los confines de la tierra.
Más, la gran Victoria de Jesucristo Resucitado, es haber conseguido
nuestra Salvación y la del todo el universo. Salvación que, ahora, hay que vivirla en gozosa esperanza, mientras
aguardamos su manifestación gloriosa al final de La Historia de La Humanidad.
Ante este evento, Jesús, con su palabra evangélica nos advierte: “os
echaran mano, os perseguirán…, os harán comparecer ante reyes y gobernantes por
causa de mi nombre: ASÍ TENDRÉIS OCASIÓN DE DAR TESTIMONIO”.
“Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: CON VUESTRA
PERSEVERANCIA SALVARÉIS VUESTRAS
ALMAS”.
Así, esta espera en esperanza, ha de hacernos crecer en la fe, viviendo
en comunión con Dios, y con la confianza de que ya estamos salvados por el amor
entregado y misericordioso de Jesucristo. Pero, eso sí, hemos de ser
perseverantes en su seguimiento, intentando vivir como Él vivió, sembrando paz
y concordia por doquier, ayudando a los más desvalidos y trabajando para que,
vayan surgiendo en este mundo los
valores de Reino; y, solo de esta manera daremos razón de nuestra esperanza y
estaremos unidos, con gozo, a toda la creación, que, expectante, aguarda y
desea la venida del Señor, que llegará
para regir la tierra con su Salvación.
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