lunes, 31 de octubre de 2016

Todos los Santos


TODOS LOS SANTOS

ESTOS SON LOS QUE BUSCAN AL SEÑOR


Por Mª Adelina Climent Cortés  O P.


                    Con gozo y júbilo celebramos LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS; de los que ya viven en Dios para siempre y en comunión con nosotros, los que  peregrinamos hacia la patria definitiva. Estos bienaventurados supieron, desde la fe y el amor a nuestro Dios y Padre y a todos los hermanos, hacer de sus vidas, un camino de seguimiento y de búsqueda de La Verdad y el Bien, por lo que, ahora,  ya gozan  de La Vida plena  junto a Cristo Jesús, el que, con su Resurrección, nos abrió las puertas del paraíso, después de habernos justificado con su entrega y amor. También, LOS SANTOS, son NUESTROS INTERCESORES, los que, con MARÍA  y los ÁNGELES, nos ayudan a avanzar por el  camino de la vida que conduce al cielo.

                    Y, al  contemplar, en el Apocalipsis, la felicidad eterna de los justos, y el gozo de la muchedumbre de fieles “DE TODA NACIÓN, RAZA; PUEBLOS Y LENGUAS DE PIE DELANTE DEL TRONO Y DEL CORDERO”, nos unimos a esta liturgia de alabanza y bendición de LOS SANTOS, con el salmo 23, dando gracias a Dios, por habernos destinado a su glorioso y excelso Reino.

                    Este salmo, es un himno alegre y gozoso, que se cantaba en las subidas en procesión al Templo, donde residía la gloria de Dios en toda su majestad y esplendor; y que, revive, la entrada del Arca en el primer santuario de Sión. En este canto, el orante invita a toda la tierra a alabar con alegría y acción de gracias a Yahveh, como Rey y Señor de todo lo creado:

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

                    El salmista,  pregunta, quién podrá subir al monte del Señor, es decir, hasta Dios, dando él mismo la respuesta. Sabe que la condición indispensable para entrar en el santuario donde se encuentra el trono de Yahveh, es, la pureza de corazón, que es un aspecto básico de la santidad, ya que, todo el que es limpio de corazón está ya viendo a Dios, pues, en su inocencia y rectitud, se mira, y resplandece la misma grandeza y santidad del Señor. También lo dijo Jesús: “DICHOSOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN PORQUE ELLOS VERÁN A DIOS”:  

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes
y puro corazón.

                    El que tiene un espíritu íntegro, confía siempre en la bondad de Dios y en su infinita misericordia y, camina hacia Él, con sinceridad, en el cumplimiento de la ley; y, el mismo  Dios lo acepta, complacido, saliendo con amor a su encuentro. También  está capacitado para recibir la bendición del Señor y todos sus dones de bondad y de salvación:

Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de Salvación.

                    Y, en Jesús de Nazaret, vemos los creyentes, al hombre inocente y limpio por excelencia; el que siempre vivió su fe según la ley del amor, hasta defenderla con la entrega de su propia vida, pero, con la esperanza de que, Dios, nunca lo abandonaría, como así fue, ya que, LA RESURRECCIÓN de CRISTO JESÚS, se ha convertido en VIDA ETERNA para todos los redimidos.

                    Agradecidos, hoy, cantamos su victoria y la nuestra. CRISTO JESÚS, ES VIDA Y SALVACIÓN, para todos los hombres, llamados a ser SANTOS, hijos de Dios y herederos de su Reino. Y, es el mismo Jesús, el que nos introduce en La Vida Eterna, en la que, Dios Padre, se nos manifestará y “SEREMOS SEMEJANTES A ÉL, PORQUE LE VEREMOS TAL CUAL ES”.


                    Importante, para nosotros, ha de ser el experimentar, cada día, la alegría de ser hijos de Dios y hermanos de Jesús, por haber creído en Él; y, de esta manera, los que están alejados de esta felicidad, podrán descubrir en nuestro amor y en nuestro actuar, la gran fuerza salvadora de Dios, la que nos santifica y nos va conduciendo hasta la plena felicidad, de la que gozan ya TODOS LOS SANTOS en el CIELO.

viernes, 28 de octubre de 2016

Domingo XXXI-C


DOMINGO XXXI DEL T. ORDINARIO - C


TE ENSALZARÉ, DIOS MIO, MI REY

Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.


                    Al Dios que nos perdona siempre porque nos ama y comprende, al Dios que existe y es eterno, al que todo lo puede y,  en el que creemos y confiamos; le alabamos, ensalzamos y bendecimos su poder y su amor, con el salmo l44.

                    Este salmo, de los tiempos del posexílio, es un himno que canta la grandeza, el poderío de Yahveh y,  también, su amor inmenso para con su pueblo y todo el universo, porque, su reinado es eterno y su gobierno dura por todas las edades. Y,  relata la oración agradecida de un creyente que, por vivir en un ambiente de incredulidad, ha de  expresar su fe en medio de serias dificultades; siendo, precisamente, esta situación, la que despierta  su fervor y hace que aumente su confianza en Yahveh, al que se dirige siempre con fuerza y entusiasmo:
            
Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey,
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día te bendeciré,
y alabaré tu nombre por siempre jamás.

                    El salmista, invita a los demás fieles, a que celebren con él esta  inmensa grandeza de Yahveh, cantando con alegría su fidelidad, fruto de sus promesas de salvación; y teniendo en cuenta, además, su clemencia, su  misericordia y  todas sus bondades, con las que envuelve de ternura las cosas, y a todas sus criaturas

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad,
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.

                    Todas las obras han de dar gracias a Yahveh, y todos los fieles han de bendecir su nombre y proclamar las maravillas que realiza a favor de todos los suyos, porque, es un Rey y Señor, que revela siempre su justicia a las naciones, y su gobierno es eterno: 
                                     
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.

                    Y, porque, el Señor es bondadoso y fiel en todo lo que hace, apoya también, y sobre todo, a los más débiles y desvalidos, a los que esperan siempre en su misericordia:

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.

                    También, Yahveh, el Dios de Israel y el de todos los pueblos, sigue actuando para nosotros en la persona de Cristo Jesús, buscando acrecentar nuestra fe  a pesar de la increencia que nos rodea en la cultura  que vivimos. Y, sigue siendo el Dios, que siempre nos mira con atención y amor,  buscando nuestra cercanía y amistad; el que, desea hacerse huésped en el corazón de cada uno de los creyentes, invitándonos a tener una mayor intimidad y un diálogo profundo con Él.

                    Y, vemos a Jesús, en la lectura evangélica, pedirle a Zaqueo, jefe de publicanos y rico, hospedarse en su casa, sabiendo que se le consideraba pecador. Zaqueo, contento le hospedó en su casa y dijo al Señor: “Mira la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituyo cuatro veces más”  Jesús le contestó:

                    “HOY HA SIDO LA SALVACIÓN DE ESTA CASA; TAMBIÉN ESTE ES HIJO DE ABRAHÁN. PORQUE EL HIJO DEL HOMBRE HA VENIDO A BUSCAR Y A SALVAR LO QUE ESTABA PERDIDO”.

                    También, es el Dios, que sabe perdonar siempre nuestra ingratitud y desdén, el que nos salva y justifica; y el que, exige nuestra amistad y correspondencia, es decir, nuestra sincera conversión.


                    Por lo que, nuestro vivir, ha de ser un acoger con gratitud sus dones de salvación,  desde la fe y el gozo de nuestra esperanza, para  transmitirlos a nuestro mundo, y para que, la ternura y la misericordia de Dios, que llena el universo entero, sea reconocida y estimada por los que, le desconocen, y así, puedan experimentar lo bueno y compasivo que es; siempre fiel a sus promesas de salvación.

viernes, 21 de octubre de 2016

Domingo XXX del T. O.- C

DOMINGO XXX DEL T. ORDINARIO - C

                    SI EL AFLIGIDO INVOCA AL SEÑOR, ÉL LO ESCUCHA


Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    La sabiduría de Dios en su Palabra salvadora, nos comunica hoy que, para que Dios nos escuche y atienda, hemos de hacernos asequibles y agradables a Él; es decir, que hemos de acudir a su bondad, con sencillez y humildad de corazón, y sentirnos necesitados de su amor y perdón, porque, no son nuestras obras las que nos salvan, sino NUESTRA FE Y ESPERANZA EN SU GRAN MISERICORDIA, como lo dice el salmo: “Si el afligido invoca al Señor, el lo escucha”.

                    El salmo 33, expresa la confianza y seguridad que debemos tener en nuestro Dios, el que, siempre y en todo momento se muestra cercano a nosotros y nos escucha, si actuamos y le buscamos como a Él le agrada, es decir, desde un corazón necesitado y pobre, porque, solo “LOS GRITOS DE LOS POBRES ATRAVIESAN LAS NUBES Y HASTA ALCANZAR A DIOS NO DESCANSA”.

                    El salmo comienza, con una plegaria de alabanza y de acción de gracias individual a Yahveh. Es la oración de un pobre que sufre y que se ve desprovisto de la atención y del apoyo humano, pero que, a su vez, ha experimentado que, quien invoca al  Señor, con sencillez y desde su humilde condición, es salvado de todas sus angustias. Y, desde esta experiencia liberadora, se dirige el yahvista a su Dios, para alabarle y bendecirle, deseando, también, que los humildes, todos los que son despreciados y viven marginados, le escuchen y puedan alegrarse con él:

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca,
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.

                    El salmo, ahora, con un matiz sapiencial y yahvista, atribuye a  Dios una doble manera de actuar, que no es válida para el tiempo presente: si el Señor está a favor de los sencillos y afligidos, si atiende y consuela a los pobres y desvalidos, a los que  claman a lo alto con sinceridad y humildad y los justifica; por precisión, ha de estar muy en contra, hasta desear ignorarlos por completo, de aquellos que, en vez de ejercer la compasión con los que sufren y pasan necesidad, los maltratan, los desprecian y abandonan: 

El Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias.
El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.

                    Y, termina el salmo afirmando que el Señor siempre salva a sus fieles, a los que, con sinceridad, agradecidos y confiados, acuden a Él implorando su ayuda y misericordia:

El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él

                    Se estima este salmo como el “Magníficat” del antiguo testamento, porque, con sentimientos de agradecimiento, se dice de Dios que: “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”.

                    Cristo Jesús, el verdadero pobre de Yahveh, es el que hizo realidad los sentimientos de misericordia y compasión de Dios, amando a los más pobres, enfermos y  necesitados y, sobre todo, salvando y justificando a los pecadores, a los que acogía con amor hasta .comer con ellos y, a los que perdonaba, con su amor salvador.

                   Y, nos advierte en la parábola del fariseo y el publicano: Os digo que éste, (el publicano) bajó a su casa justificado y aquel (el fariseo) no. PORQUE TODO EL QUE SE ENALTECE SERÁ HUMILLADO Y EL QUE SE HUMILLA SERÁ ENALTECIDO.

                    Más, porque todos somos pobres y pecadores, nos redimió con su entrega total y definitiva, hasta su muerte en cruz, pudiendo así resucitarnos con Él a una vida nueva.


                    También, nosotros, si queremos experimentar su cercanía, el  amor y el consuelo del Padre, hemos de ser de los pobres de Yahveh, los que hacen de su vida una búsqueda incansable y solo esperan con humildad y confianza  su apoyo y bendición; y, porque sabemos que nuestra justificación no la conseguimos con las obras que realizamos, sino, que nos la concede Dios gratuitamente, hemos de vivir en todo momento agradecidos  a su perdón y a su infinita misericordia.

sábado, 15 de octubre de 2016

Domingo XXIX del T. O.- C


DOMINGO XXIX DEL T. ORDINARIO - C

                                 EL AUXILIO ME VIENE DEL SEÑOR

 QUE HIZO EL CIELO Y LA TIERRA

Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.


                    Dios, que nos ama como un padre a sus hijos, espera nuestra cercanía y cariño. Desea, también, que nos comuniquemos con Él, que le escuchemos, y que le hablemos,  confiadamente, de las necesidades que tenemos y de las angustias que pasamos, pues, es un Dios, que siempre nos acoge y bendice.

                    También, nosotros, en nuestro interior, sentimos un fuerte anhelo, que nos impulsa hacia Dios; que desea  experimentar su cercanía, y expresarle nuestras  inseguridades y vivencias, como lo hacemos, hoy, con el salmo 120, que es, una oración preciosa y confiada, en  la que, Israel, se comunicaba con Yahveh, el Dios siempre fiel, que ama y guarda  a  su pueblo, y del  que, nosotros, podemos decir con el salmista: “nuestro auxilio nos viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”.

                    De la época del posexílio, es uno de los  “salmos de las subidas”, en el que, el orante reza a Yahveh, no, solo, con los sentimientos del corazón; también lo hace con los gestos, elevando los ojos hacia Él, logrando, de esta manera, hacer más expresiva su plegaria. La introducción del salmo es un diálogo en el que, el peregrino, hace una pregunta al sacerdote encargado del templo, y que, a continuación, él mismo se contesta: 

Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?,
el auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

               Seguidamente, comienza la  parte segunda del salmo formada por un oráculo. El salmista,   expresa muy bien,  la seguridad que  Yahveh ofrece a sus fieles en todo momento, ya que, aunque todos han de dormir, porque el cuerpo necesita el descanso necesario para recuperar sus fuerzas, el Dios de Israel nunca lo hace, pues,  siempre y en toda ocasión, ha de guardar a sus fieles de los  peligros que puedan acaecer:

No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.

                    Del mismo modo, Yahveh, el Dios que siempre es bueno y fiel, porque, en todo momento  acoge y guarda a su pueblo con amor, es el que,  también, se goza estando cerca de sus fieles, a los que protege y cuida con esmero y detalle, para que, de esta manera, puedan sentirse confiados y seguros  en las dificultades del vivir cotidiano:


El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha,
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.

El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.

                    Es, pues, la oración insistente y confiada, la que nos acerca a nuestro Dios, con la seguridad de que, nos salva siempre con su amor. Y, a Dios  acudía, también,  Cristo Jesús, invocándole asiduamente, y con más intensidad, en las ocasiones importantes de su vida, dándonos así ejemplo de humildad y sumisión. Sobre todo, Cristo Jesús  imploró con sencillez al Padre, al único que podía librarle de la situación atroz que vivía, su auxilio y salvación, en el momento culminante de su pasión y muerte, por lo que fue salvado y resucitado gloriosamente.

                    Y, en la lectura evangélica de La Eucaristía nos advierte: si el juez injusto, de la parábola, hizo justicia ante sus adversarios, a una viuda, porque le molestaba su gran insistencia,  ¿como DIOS, “NO HARÁ JUSTICIA A SUS ELEGIDOS QUE LE GRITAN DÍA Y NOCHE?. Os aseguro que les hará justicia sin tardar”.
                   
                   De este modo, Jesús, se ha convertido, para todos nosotros, en el modelo y guía; al que siempre debemos imitar y seguir en nuestro vivir cotidiano, que ha de ser una continua invocación a Dios Padre, intercediendo a favor nuestro y de toda la humanidad, que tanto vive y sufre la angustia, la miseria, la guerra y la opresión. Porque, de todo ello nos puede liberar Dios, con  su justicia salvadora, si con fe humilde y sincera confianza se lo pedimos, ya que, nunca “duerme ni reposa el guardián de Israel”.


viernes, 7 de octubre de 2016

Domingo XXVIII del T.O.



DOMINGO XXVIII DEL T. ORDINARIO - C
  

EL SEÑOR REVELA A LAS NACIONES SU JUSTICIA

Por Mª  Adelina Climent Cortés  O.P.


                     Sabernos salvados por Dios, es un don, que ha de llenar nuestra vida de agradecimiento. Y nuestro Dios, es un Dios, que nos salva siempre de todos nuestros males y opresiones, ya que, por su bondad y su misericordia, no puede actuar de otra manera. Y, porque, la salvación de Dios es  universal, llega también  a todos los pueblos y naciones, a los que revela su justicia.

                    Por tanto, nuestro deber principal ha de ser, estar agradecidos a esta salvación de Dios, que celebramos y cantamos con el salmo 97.  Este, es un salmo profético  y también, uno de los “cánticos del Reino”, con el que, los israelitas, después de la restauración de Jerusalén y de su templo, al término de la cautividad de Babilonia, celebraban litúrgicamente, con  entusiasmo y gozo, a Yahveh, como Señor y Rey de Israel y de toda las  naciones:

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.

                    Los israelitas supieron ver, con los ojos de la fe, que, la liberación de la esclavitud en la que vivían en Babilonia y su repatriación, fue fruto de la victoria de Yahveh y de su fuerza poderosa: “su santo brazo”. Victoria que fue, para Israel y para las demás naciones que la contemplaron, fruto de su gran misericordia y fidelidad; y la revelación de su justicia, su obra salvadora:
.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo;
el Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acodó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.

                    Y, sigue cantando el salmista, con alegría y exultación, queriendo entusiasmar cada vez más al pueblo, y proclamando, también,  que, no solo las naciones vecinas han contemplado la victoria de Yahveh, sino que, su fama, su reinado y poderío, se ha extendido desde Israel, su  “pueblo elegido”, hasta los confines de la tierra; pasando a ser realidad, de esta manera, la misión salvadora y universal de Israel, siendo signo del amor de Dios a todas las naciones. Motivo, éste, de gran entusiasmo para todo un pueblo, que sabe expresar su fe en el Dios de La Alianza, el que, siempre es fiel y, en toda ocasión, se muestra rico en misericordia:

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera,
gritad, vitoread, tocad.


                    En los tiempos de plenitud que vivimos, también podemos cantar, con júbilo y agradecimiento un “cántico nuevo”, para celebrar  la salvación de nuestro Dios en su Hijo Cristo Jesús, culminación de las obras victoriosas de Yahveh con Israel. Esta salvación, que se nos ha manifestado mediante el misterio de su Redención: Muerte y Resurrección, y que es fruto de la fidelidad de Dios a sus promesas, también  llega hasta los confines del orbe; por eso, este “cántico nuevo”, que  ensalza las maravillas de Dios para con nosotros, ha de ser universal, de manera que, todas las naciones, puedan alabar al único, verdadero y eterno Dios.

                    Más, con Cristo Jesús y por su salvación, hemos de dar gracias a nuestro Padre Dios, reconociendo su infinita misericordia para con todos los hombres, con la hondura de fe que lo hizo el extranjero Naamán cuando fue curado de su lepra: “RECONOZCO QUE NO HAY DIOS EN TODA LA TIERRA MÁS QUE EL DE ISRAEL”. Y, como el único  leproso, entre los diez, que, viéndose curado volvió alabando a Dios con  grandes gritos, a la vez, que echándose por tierra a los pies de Jesús, le daba  gracias:

                    Jesús, molesto por la ingratitud de los demás leprosos, dijo - ¿no ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios? Y le dijo: -“LEVÁNTATE, VETE, TU FE TE HA SALVADO”                   


                    Siempre nos ha de parecer poco el agradecimiento que damos a nuestro Dios, pues, siempre nos salva de toda imperfección y de todo mal personal y colectivo, cuando sencillamente nos acercamos a Él y con fe se lo pedimos; también, por lo que nos ayuda a crecer en su amor y amistad. Igualmente, debemos testimoniar su justicia y benevolencia, de manera que, otros puedan  conocerlo y amarlo, y después gozar de Él por toda la eternidad.

miércoles, 5 de octubre de 2016

Solemnidad de Ntra. Sra. del Rosario




REINA  DEL  SANTO  ROSARIO

MADRE  DE  DIOS,  INTERCEDE  POR  NOSOTROS  AL  SEÑOR

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Fragante y llena de color, como ROSA MÍSTICA entre  rosales en flor y los lirios de primavera, alzándose cual aurora luciente, hermosa como la luna y resplandeciente como el sol, irrumpe gozosa la gloria virginal de Sta. María, REINA Y MADRE DEL SANTÍSIMO ROSARIO, ante quién, la humanidad esperanzada pide sin cesar, la paz y la misericordia de Dios para los pueblos, los hogares, y para cada uno de nosotros, los hombres.

                    Alabamos a nuestra Madre y Señora, a la que, con gozo y agradecimiento saludamos hoy, pues,  radiante de belleza y con blancura dominicana, nos muestra en su regazo, a su Hijo Jesús,  REDENTOR Y SALVADOR del mundo, al que, en el SANTO ROSARIO,  contemplamos en sus misterios de gozo y de luz, de dolor y de gloria, con el fin de hacer nuestros sus sentimientos de entrega y de amor, y vivir La Vida Nueva, la suya propia, la que, con su muerte y resurrección, ha ganado para todos los que nos consideramos Hijos de Dios y hermanos suyos.

                     Más, en esta fiesta entrañable, del SANTO ROSARIO DE LA VIRGEN MARÍA, la ensalzamos, como LA LLENA DE  GRACIA, que escuchó y acogió las palabras del arcángel Gabriel: EL SEÑOR ESTÁ CONTIGO;  y las de su prima Isabel: BENDITA TÚ ENTRE LAS MUJERES Y BENDITO EL FRUTO DE TU VIENTRE, y por haber cantado el MAGNÍFICAT, himno de alabanza y de acción de gracias,  en expresión de gozo y alegría al Señor, y en respuesta al saludo de Isabel:

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador,
porque ha mirado la humillación de su esclava.

                    Así, alabó María a su Dios, el Señor, por lo que acababa de realizar en Ella. Intervención  divina, que hizo de María, mujer sencilla,  pobre y humilde, “LA MADRE DEL SEÑOR”:

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
         
                    Y, María, que mereció ser llamada Hija de Sión, sigue cantando y  ensalzando la mirada  benévola del Dios Yahveh, para con su siervo, Israel, mencionando las promesas escatológicas en torno al Mesías, que ya empezaban a hacerse realidad, con su  MATERNIDAD DIVINA:                  

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

                    Pues, gracias a María, (lo interpretó así la iglesia primitiva, que elaboró este himno con citas del antiguo testamento), Dios culminó, en su Hijo Cristo Jesús, su obra consoladora y redentora a favor de su pueblo:

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
a favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

                     Y, pues, ¡son tantas las maravillas que Dios ha realizado en Ti, Virgen y Madre!, en el continuo contemplar y desgranar las rosas de tu  SANTO. ROSARIO, (el que nos muestras con  amor y quisiera entregarnos Jesús); tus fieles, no cesaremos de aclamarte, con el corazón repleto de agradecimiento: SANTA MARÍA MADRE DE DIOS RUEGA POR NOSOTROS PECADORES, AHORA Y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE. AMÉN


                    Pues, necesitamos, MADRE, que escuches nuestra plegaria: que limpies de nosotros todo mal, y nos ayudes a vivir como tú viviste,  en  pequeñez y humildad de corazón, lo que agradó tanto a Dios, que te hizo DICHOSA entre las mujeres de la tierra. Camino de  pobreza y humillación, el tuyo, Madre; también,  el de tu Hijo, Cristo Jesús, en su obra redentora y salvadora, y que nos propone para  su seguimiento, pues, sólo, así, podremos acoger la misericordia entrañable e infinita de nuestro Señor, que se complace en lo pequeño, sencillo y débil, en los limpios de corazón,   escogidos por Él, para transformar este mundo nuestro, en el REINADO de paz y de amor, de justicia y perdón, presagio de la eternidad gozosa, que viviremos contigo y con tu Hijo, Jesús, en el cielo, donde, como REINA  DE LO CREADO, luces, hermosa corona de doce estrellas.

domingo, 2 de octubre de 2016

Domingo XXVII del T.O.-C


«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar.” Y os obedecería.

DOMINGO XXVII DEL T. ORDINARIO - C



ESCUCHAREMOS TU VOZ, SEÑOR

Por Mª Adelina Climent Cortés  O P.


                    Dios nos habla al corazón y quiere que le escuchemos, que estemos atentos a su voz y que, con fe y esperanza, acudamos a Él en nuestras dudas y necesidades.

                    Lo mismo que  Habacuc, en la primera lectura bíblica de este domingo, nos  preguntamos más de una vez: ¿por qué tanto mal, tantas víctimas, tantas guerras y  terrorismo? ¿Por qué todo esto, Señor? Y, siempre, Dios, nos invita a esperar y tener fe diciéndonos: “el justo vivirá por su fe”.

                    Y, el salmo 94, nos mueve a escuchar la voz del Señor, para  abrir nuestro corazón confiado a sus designios, que siempre son de amor y de salvación. Él, es, el Pastor de todo el pueblo y siempre camina a nuestro lado.

                    El salmo 94, de los tiempos del posexílio, está compuesto por dos partes diferentes que se unifican y completan: Comienza con  un himno a Yahveh, soberano y rey de todos los pueblos y creador del universo, que es, una  invitación a aclamarle con júbilo, y, a festejarle, por ser nuestra fortaleza, nuestro creador y salvador; el que nos conduce y guía, con  fidelidad y amor, hacia la tierra prometida:

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
vitoreándolo al son de instrumentos.

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

                    Continúa el salmo, con un oráculo divino, que contiene una advertencia severa y dura para los israelitas. Les  recuerda los tiempos anteriores cuando “sus padres” pecaron después de haber sido liberados de la esclavitud de Egipto, no siendo fieles a La Alianza que pactaron con Yahveh, resumida así: Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo. Pecado, este, que ha perdurado a través de los tiempos,  y que, Israel, es consciente de ello, ya que, normalmente, nunca ha podido ser fiel a esta alianza con Yahveh, el único Dios, que cumple siempre sus promesas:

“No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Massá en el desierto,
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras”

                    Si Israel, el pueblo elegido de Yahveh, no podía soportar saberse pecador, infiel a la alianza, lo mismo nos ocurría a nosotros, esclavos como éramos todos del pecado. Y, es Cristo Jesús, el que ha salvado esta situación, desgraciada y dolorosa, con su muerte y resurrección gloriosa, estableciendo La Nueva y Eterna Alianza, en la que, anulando lo antiguo y caduco, ha hecho de nosotros criaturas nuevas, dentro de una creación nueva,  en su Reino glorioso que ya ha comenzado aquí, pero que llegará a su plenitud en la vida eterna.

                    Hacia este Reino, caminamos con Jesús. Él, nos va conduciendo a la deseada meta, ya que, se nos ha manifestado como el camino, la verdad y la vida de todos los hombres, de la humanidad entera. Es el Camino que conduce al Padre, y, es al mismo tiempo meta, porque es La Verdad que todos buscamos y a la que queremos llegar, y alcanzar en plenitud; por tanto, es La Vida, feliz y eterna,  de la que todos gozaremos, en  Jesús y junto al Padre.

                    Pero este camino y este seguimiento de Cristo Jesús, ha de hacerse desde la fe en la que debemos vivir, guiados por la fuerza del Espíritu que, desde dentro, nos empuja y guía hacia le meta prometida y anhelada. También, por nuestra parte, esta fe ha de ser pedida al Señor, como lo hacían los apóstoles:

                   “SEÑOR: AUMENTA NUESTRA FE”


                  Y esta fe, además de ser un don de Dios, se adquiere y  crece recibiendo y comiendo el Pan Eucarístico, manjar de vida eterna, y, se vive, desde la gozosa esperanza  de que Jesús, nuestro salvador, el salvador de nuestra Historia, de la humanidad entera, nos introducirá con Él en el banquete de fiestas, en el que  celebraremos su gloriosa eternidad.