miércoles, 31 de diciembre de 2014

Año nuevo- Solemnidad de santa María Madre de Dios- B



SOLEMNIDAD  DE  SANTA  MARÍA,  MADRE  DE  DIOS

EL  SEÑOR  BENDICE  A  SU  PUEBLO  CON  LA  PAZ

Por M. Adelina Climent Cortes  O.P.


“Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te den gracias”

                    Estos versos del salmo 66, en forma de estribillo, son un deseo hecho oración y canto, dirigido a DIOS COMO SEÑOR de la HISTORIA y de TODOS LOS PUEBLOS. El salmo, con características hímnicas y de acción de gracias, es de la época del exílio y tiene  elementos de tiempos anteriores. En el  poema, se da gracias al Señor, por los frutos de las cosechas recogidas, consideradas en Israel como la bendición mayor de Yahveh, por ser el único que puede hacer fecunda la tierra y todas las obras de nuestras manos. Y, en esta acción de gracias, estaba implícito el deseo de que les siguiera bendiciendo su Dios, Yahveh, para que, viéndolo los demás pueblos, también pudieran reconocerle y acoger su salvación.

                    La bendición de Yahveh, que lleva el poema, recuerda la de Números (6, 22-27), que  leemos, como  primera lectura, en la Eucaristía de la SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS, que hoy celebramos. Dice así:

El Señor tenga piedad y nos bendiga
ilumine su rostro sobre nosotros:
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación

                    Junto con la acción de gracias, el orante pide a Dios, que les siga favoreciendo en  lo que es indispensable para el sustento diario y cubrir las necesidades más básicas,  y, para poder seguir invocándole en todo momento. También pide a Yahveh, que les ilumine con su rostro, ya que, todo israelita ve en este gesto, la concesión y benevolencia de Dios a favor de su pueblo, pues, el rostro queda iluminado cuando, por hacer el bien a los demás, la misma persona se llena de contento; alegría que hace nacer el reflejo de luz que brota del espíritu. Y, como es tanto el gozo que el orante siente al ser bendecido por Yahveh, también quiere que toda la tierra lo perciba y lo haga suyo, pues, los caminos de la salvación de Dios son universales y todos los pueblos los han de conocer y acoger:
                                
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud,
y gobiernas las naciones de la tierra.

                    También nos  dice el salmo, que la bendición de Yahveh es siempre de tal magnitud, que tiene fuerza para provocar la alegría, la alabanza y la gratitud de todas las naciones de la tierra, porque lleva consigo, la justicia y la rectitud, que engendran la paz y la felicidad de los pueblos. Por eso insiste el salmista:

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

                    Aparece, de nuevo, el sentido ecuménico del salmo. La bondad de Yahveh, su salvación, lo llena todo, y el orbe entero tiene que reconocerlo. Y, porque Dios es tan grande y generoso, también los hombres han de temer su santo nombre, que equivale a amarle con todas las fuerzas del ser, y junto con toda la creación.

                    En esta solemnidad de SANTA MARÍA MADRE DE DIOS, hemos de alabarle y darle gracias por la Madre tan excelsa que ha escogido para su Hijo Jesús y para todos nosotros, que, por su nacimiento, hemos quedado constituidos hermanos suyos. Siendo esto la bendición más grande que Dios nos ha otorgado. JESÚS, EL VERBO DE DIOS ENCARNADO,  es el fruto mejor de la tierra, que al comerlo como Eucaristía, nos llena de salud, de paz  y de contento. Es el fruto que nos sacia y nos hace crecer en comunión hasta hacernos hijos auténticos de Dios. Por eso, llenos de infinita gratitud, alabémosle siempre con alegría y gozo:

“Oh Dios, que te alaben los pueblos,

que todos los pueblos te alaben”

sábado, 27 de diciembre de 2014

Domingo de la Sagrada Familia - B


DOMINGO  DE  LA  SAGRADA  FAMILIA

DESEEMOS  LA  BENDICIÓN  DE DIOS

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Recibir una bendición es acoger lo mejor de una persona. Cuando la bendición es de Dios se nos da lo mejor de Él, porque todas sus promesas, todas sus bendiciones son anticipo y prenda de la bendición por excelencia, que es su mismo HIJO JESUCRISTO, el VERBO ENCARNADO, el que nos trae la salvación.

                    Por eso, el pueblo de Israel, apreciaba las bendiciones de Yahveh, las esperaba de tal manera, que no podía vivir sin sus promesas. Y, sabía además, que, por ser dones gratuitos de su Dios, había que hacer lo posible para merecerlos y recibirlos con agradecimiento.

                    Esto es lo que nos relata el salmo 127. Salmo de peregrinación y de bendiciones. Es de los tiempos del posexílio y de estilo sapienzal. Recuerda y evoca las peregrinaciones a Jerusalén, la Sión, la ciudad bendita por Dios para todo israelita, a la que acudían en procesión, llevados por la fuerza de la fe en Yahveh y en su Templo; lugar sagrado, en el que se recibían mejor las bendiciones del Señor, pues allí reside su Gloria, su Bondad y su Poder.

                    En la primera parte del salmo, el orante recita una fórmula clásica de bendición, que va tomando el sentido práctico de la vida cotidiana, según la costumbre y cultura de la época, citando los bienes más elementales y necesarios para vivir bien y ser feliz. Bienes, que, Yahveh, regala a todo israelita si sabe anteponer, a estos, el temor de Dios, junto con el amor, el respeto, y el deseo sincero de agradarle siempre:

¡Dichoso el que teme al Señor,
y sigue sus caminos!
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien.

Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa.

                    Y, para conseguir estos dones del Señor Yahveh, el israelita peregrina incansable y con alegría jubilosa a Jerusalén, la ciudad amada de Dios, su morada perpetua, donde está asentado el trono de su gloria y majestad:

Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida.


                    La bendición más excelente de Dios, para nosotros los cristianos, la tenemos en JESÚS DE NAZARET, DIOS ENCARNADO, nuestro Salvador, que, para ser como todos nosotros, quiso nacer en una familia humilde y pobre,  que, por su sencillez y santidad, la  consideramos sagrada, modelo y ejemplo para todas las demás: ES LA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ. Y, también ES JESÚS, el HIJO DE DIOS, el que hace de toda LA HUMANIDAD LA GRAN FAMILIA DE DIOS,  PADRE de todos los que nos consideramos HERMANOS DE JESÚS... Y, también es Jesús, el que trae la paz, la justicia, la bondad, el amor y su gloria, a todos los que, por creer en Él, seguimos sus caminos. 

                    Pero, depende de nosotros acoger la bendición de Dios y hacerla nuestra, como la hizo el israelita del salmo. ¿De qué manera? Invocando la gracia de Dios en el templo y desde el interior de nuestro corazón, morada en la que, también, reside Dios con todo su esplendor; teniendo, además, la seguridad de que, si lo hacemos  y lo deseamos por encima de las demás cosas, lo conseguiremos y se nos podrá considerar felices: 

¡Dichoso el que teme al Señor,

y sigue sus caminos!

miércoles, 24 de diciembre de 2014

NAVIDAD- B

La Natividad del Señor
HOY NOS HA NACIDO UN SALVADOR:
 EL MESÍAS, EL SEÑOR.

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Himno jubiloso y gozoso a la GLORIA Y REALEZA DE DIOS, es el salmo 95, de David. Pertenece a la época del posexílio y de esta es su teología. Se le considera, también, como un canto de entronización del Rey. Y, la buena noticia que el autor pregona y que invita a anunciar a todo el universo es: EL REINADO DEL  SEÑOR, SU SALVACIÓN.

                    Si el sentirse libre nos llena de contento y el canto nos mueve al júbilo;  y si, con la libertad se recupera el gozo de poseer otra vez lo que se tenía por valioso y estimado, (como fue para el pueblo de Israel, el regresar a su tierra y patria después del exílio), es cuando, la alegría del corazón irrumpe en un cantar nuevo; y es, también, cuando, por la fuerza del entusiasmo, se puede invitar a otros pueblos, a la naturaleza, y a toda la creación, a unirse al canto en la alabanza a Dios, para bendecir su nombre y proclamar su victoria, desde una fe viva y profunda y con sentimientos de agradecimiento y amor:

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre.

Proclamad día tras día su victoria,
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.

                    La maravilla que canta el salmista, la que hay que contar a todas las naciones, y por la que se entona “un cántico nuevo”, es, porque Dios se ha dignado acordarse otra vez de su pueblo, les acompaña en todo momento haciendo camino con ellos, y, porque, actúa siempre, con benevolencia y con la fuerza de su poder; y todo esto, equivale a empezar otra vez de nuevo, con ilusión; a comenzar una nueva creación... Por lo que, el salmista, continúa y finaliza de manera jubilosa:

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque.

Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra.

                    El orante salmista invita de nuevo a la creación, a regocijarse y a cantar, porque intuye que, también esta: “vive en la esperanza de ser liberada de su esclavitud” Y, así, queda Dios convertido en Señor de toda la Historia, Luz de los pueblos, Rey de toda la creación; es el que llega e inaugura el REINADO ESCATOLÓGICO, el que hace los cielos nuevos y la tierra nueva...

                    Y, en esta NOCHE BUENA, en la que una Luz nos brilla, y disipa para siempre las tinieblas del mundo, el salmo 95 nos ayuda a regocijarnos y a cantar un cántico nuevo lleno de ternura y amor, ya que, “ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres” y, también, porque Dios realiza la maravilla más grande de todas las maravillas: el HACERSE HOMBRE SIN DEJAR DE SER DIOS. Es la conmemoración del NACIMIENTO DEL VERBO ENCARNADO DE MARÍA SANTÍSIMA; el que ES NUESTRO SALVADOR, MESIA Y SEÑOR... El que llega como Príncipe de la Paz y con ella trae la justicia y el derecho; el que se hace nuestro hermano y nos hace hijos de Dios... Es la celebración del NACIMIENTO DE JESÚS, evento sublime, tan gozoso, pobre y sencillo, que fue anunciado a los pastores: “Hoy en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador”, y, tan excelso y glorioso, que, los Ángeles desde el cielo, entonaron el más sublime canto de alabanza:

“GLORIA A DIOS EN EL CIELO Y EN LA TIERRA PAZ
A LOS HOMBRES QUE AMA EL SEÑOR”.

                   Si Jesús ha llegado y sigue llegando en todo momento a nosotros, amémosle con cariño, acojámosle con amor, porque es carne de nuestra carne y gloria plena de Dios.




viernes, 19 de diciembre de 2014

Domingo IV de Adviento


LA   MISERICORDIA   Y   LA   FIDELIDAD   DEL   SEÑOR

Por M. Adelina Climent Cortés  O.P.


                    El salmista parece decirse: aunque pase lo que pase, tendré fe en que las promesas de Dios se cumplirán; y, esta convicción, hace brotar de su corazón un canto al amor fiel y leal de Dios:

Cantaré eternamente las misericordias del Señor
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: “Tu misericordia  es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad”
.
Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
“Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades”.

                    Estamos ante los versos primeros del salmo 88, que, en la liturgia de la eucaristía de este domingo, afianzan el mensaje de la primera lectura del libro segundo de Samuel, en la que se narra el oráculo del profeta Natán al rey David. Son, también, la introducción del salmo y, recogen en síntesis, el tema único del poema: canto agradecido al amor y a la fidelidad de Dios en la creación, en la historia del pueblo, y, en la elección y alianza con David. Es un salmo mixto, extenso y recopilado a través de diferentes épocas. Es, también, el que cierra el tercer libro del salterio. Está compuesto por un himno, que es la parte más antigua, quizá del tiempo de la monarquía; por un oráculo mesiánico; y por una plegaria a favor del rey.

                    Los versos elegidos del salmo, destacan el oráculo mesiánico, de influencias deuteronómicas, y, expresan, que la monarquía es sagrada para el pueblo de Israel. El  orante hace, como una relectura a la luz del exílio y posexílio, época en la que ya no existe la monarquía y en la que, parece que Dios se olvida de la alianza y de las promesas hechas a su pueblo, ahora, precisamente, que se ve probado y necesita más su consuelo. De esta lectura orada, brota en su corazón una esperanza firme en las promesas de Dios, y una seguridad confiada en que siempre se cumplirán, aunque parezca lo contrario, ya que, sus promesas, están por encima de los deseos propios y los de su pueblo. Esperanza, ésta, que llega a fortalecer su espíritu y la fe en el futuro histórico del pueblo... Y, en un firme propósito de alabar constantemente la bondad y la misericordia del Señor, se dice que, siempre le acompañarán, porque son tan estables y seguras como un edificio eterno y que, su fidelidad, está más afianzada que el cielo. Y, desde aquí, desde el cielo, es donde interviene el mismo Dios, haciendo un juramento a David, para sellar una alianza con él, al que llama “mi elegido” y, “mi siervo” diciéndole:

“Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades”.

Él me invocará: Tú eres  mi Padre,
mi Dios, mi Roca salvadora”.
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable”.

                                                                
                    Y, así como el que llama a Dios Padre, queda convertido en hijo suyo, de la misma manera pasa a ser, también, su heredero, en el que estarán, siempre, sus promesas y bendiciones.

                    También, la Virgen María, como el orante del poema, como “los pobres de Yahveh”, tenía el corazón y todo su ser abierto a las promesas de Dios y, por eso mismo, pudo acogerlas con amor: “Cúmplase en mí su palabra” y, de su “Si”, nació el Hijo de Dios, Jesús, que se hace el Emmanuel, el Dios con nosotros.

                    ¡Cuanta misericordia la de Dios! ¡Qué bondad tan grande y que sublime su fidelidad! Cantemos, si, cantemos con el salmista, con su mismo fervor y agradecimiento. Anhelemos la venida de Jesús el Salvador, el que ya está con nosotros, pero, al que siempre hay que descubrir y acoger más y mejor, hasta su venida definitiva en gloria y majestad, cuando dará cumplimiento total a las promesas de Dios, para toda la humanidad.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Domingo III de Adviento - B


SE ALEGRA MI ESPÍRITU EN DIOS MI SALVADOR

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Expresión de alegría y regocijo la de MARÍA, en el canto del MAGNÍFICAT, cuando visita a su prima Isabel, con el fin de servirla y compartir juntas el gozo por los hijos que esperan, después de ser María alabada y bendecida por la anciana. Canto agradecido el de María, anunciador de la buena noticia de salvación que lleva en su corazón, fecundado por el Espíritu de Dios, al que,  en estos momentos alaba y bendice:

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;

                    El Magníficat, es un cántico profético y de acción de gracias, formado con citas y alusiones al Antiguo Testamento, sobre todo al “Canto de Ana”, la madre de Samuel, y, que, se reza como un salmo. Es, también, un fiel reflejo del mensaje de alegría  y de paz del profeta Isaías, que desbordando de gozo en el Señor, anuncia la feliz restauración de su pueblo, después del exilio de Babilonia.

                    Con el gozo de llevar en su seno al Hijo de Dios, y, con la alegría inmensa de sentirse, por su misericordia, la Madre del Salvador, María, en el Magníficat, expresa el anhelo y la esperanza de todo un pueblo hecha oración y lágrimas en los salmos, que ansía ser visitado por el que “hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos”, proclamando, así, el tiempo de gracia y de misericordia. Y, también, expresa María, su propio agradecimiento al Señor:

 Porque ha mirado la humillación  de su esclava.

                    María, ha visto que Dios se ha fijado en la situación de humildad y pobreza en que vivía, y que, por eso mismo, el que lo puede todo, ha tenido a bien colmarla de sus bendiciones:

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí
.
                    Efectivamente, Dios considera a María dichosa, precisamente por su pequeñez, pues desea que, la salvación fecunde y tome vida en el camino de la sencillez y de la humildad, en el que se ha encarnado su Hijo, el Verbo divino, el Mesías esperado; el que nacerá de sus propias entrañas y el que, con su amor y sufrimiento, realizará la redención del género humano y la iniciación del Reino de Dios, que, Él mismo, anunciará y llevará a feliz cumplimiento. Por eso sigue exclamando María:

Su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

                    Misericordia, que Dios quiere derramar, sobre todo,  en los más pobres y pequeños, escogidos con predilección para el Reino, y, ensalzados y llamados benditos, porque, en ellos, Dios hará realidad que todos los pueblos sean salvados:

A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

                    Y, lo mismo ha hecho Dios con María. La ha colmado y ensalzado hasta llenarla de salvación y misericordia a favor de su pueblo, que vivía en la espera y de la esperanza. Por lo que, María, prosigue en alabanza agradecida a Dios, en nombre de los suyos:

Auxilia  a Israel su siervo,
acordándose de su misericordia.



                    Que, a ejemplo de María, los que admiramos su pequeñez y al mismo tiempo su excelsitud, podamos llenarnos de gozo en el Espíritu  y cantar alabanzas a Dios con su misma alegría, mientras esperamos al Salvador. Y, como Ella,
dejémosle nacer, con ternura y regocijo, en el corazón. Más, exultemos de gozo en Dios por el Emmanuel, el Dios con nosotros, con la plena seguridad de que, nos traerá la justicia y la paz, que colmará de bienes a los hambrientos, y que, a todos, nos concederá poder gozar de su Reino, de su gracia y de su amor.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Solemnidad de la Inmaculada Concepción - B


SOLEMNIDAD  DE  LA  INMACULADA  CONCEPCIÓN

DIOS, EN MARIA, HA HECHO MARAVILLAS

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.

                                   
                   Es la fiesta entrañable de MARÍA en su INMACULADA CONCEPCIÓN, predestinada por Dios desde la eternidad a ser MADRE DEL REDENTOR, logrando dejar abierto, de este modo, un camino de esperanza y optimismo  a la creación entera, que vive, deseosa y anhelante, la venida gloriosa del Salvador.
.
                   Verdaderamente, Dios se ha complacido en María obrando en ella maravillas, y llenándola de su Gracia, es decir, enriqueciéndola de sí mismo y embelleciéndola con  virtudes y prerrogativas,  para hacerla digna  Madre de su Hijo Jesús, dando comienzo así,  la salvación prometida a toda la humanidad. Y, por esta tan grandiosa generosidad de Dios, que se ha complacido en “elegir” y exaltar de este modo a María, una criatura de nuestra raza y condición, y, porque, también lo hará con cada uno de nosotros, hijos suyos por su propia iniciativa, le damos gracias y alabamos  su nombre, cantando el salmo 97:

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
          
                    En María, el poder y la victoria de Dios alcanzan su culmen y esplendor. La fiesta de LA INMACULADA CONCEPCIÓN, desborda en todos los mortales júbilo, alegría y gozo, y es, fuente de fuerza y esperanza en la lucha contra el pecado y el mal. En María, el sol de justicia que nos trae la salvación, Jesucristo nuestro Señor, irrumpe, como un glorioso amanecer e ilumina una creación nueva, la del Reino de Dios:
           
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

                    Gracias a le generosidad de Dios con María y con toda la humanidad, y al  deseo del  pueblo ferviente, el ocho de Diciembre de 1854, pudo ser declarado dogma de fe, que, María, la Madre de Jesús, fue llena de gracia ya desde el primer momento de su existencia y concebida sin pecado, en vista a los méritos de su hijo Jesús, el Salvador.

El Señor da a conocer su victoria;
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.

                    Y, del gozo de haber sido salvados por Dios, participa, también, toda la creación  que, gozosa, contempla y aclama a su creador en alabanza de su gloria; por lo que, también, hace fiesta a MARÍA INMACULADA, LA MADRE DEL REDENTOR, y la primera redimida de la humanidad, la que, con humildad, proclama agradecida la grandeza del Señor, en el Magníficat, y lo ensalza porque “su misericordia  llega a todos sus fieles de generación en generación”:

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
 Aclamad al Señor tierra entera,
gritad, vitoread, tocad.

                    Pero, la festividad de la INMACULADA CONCEPCIÓN, además de darnos alegría, paz. y optimismo, ha de despertar en todos nosotros, en todos los cristianos, un gran amor filial hacia ella, la SEÑORA, y deseos de imitar sus virtudes; sobre todo, su humildad, al sentirse “esclava del Señor”, su agradecimiento, que le hizo decir: “se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” y más aun, su firme disponibilidad a los planes salvadores del Señor: “hágase en mí según tu palabra” y, su honda fe receptiva, al acoger la PALABRA en sus entrañas, para ofrecerla al mundo.


                    Y, porque, también nosotros hemos sido “elegidos” desde la eternidad, para ser hijos de Dios, tenemos que responder, generosamente, a las llamadas que el Señor nos hace constantemente, con el fin, de ir venciendo el pecado y el mal de nuestro mundo, de manera que pueda surgir la verdadera fraternidad entre los hombres de todos los pueblos, lo que, sólo conseguiremos si, como María, sabemos hacer nacer a Jesús en nosotros para ofrecerlo a los demás.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Domingo II de Adviento- B

   
 
 DOMINGO   II   DE   ADVIENTO
 MUESTRANOS, SEÑOR, TU MISERICORDIA Y DANOS TU SALVACIÓN

                                         Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.

                         Se nos anuncia LA CERCANÍA DE LA SALVACIÓN, y se nos dice que “se revelará la gloria del Señor”. Esta Buena  Noticia, que lleva consigo gozo y  consuelo,  nos hace anhelar y desear  su presencia entre nosotros. Y  nuestra fe en su bondad,  nos mueve a una profunda oración que  nos hace clamar: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación” 

                         Con esta súplica, hemos iniciado el canto meditativo del salmo 84, con el fin de ensalzar a nuestro Dios, siempre fiel a sus promesas de salvación. Este  salmo, es un anuncio de paz dirigido a Israel, después de haber expiado su infidelidad a Yahveh en el destierro; y la paz que anuncia el profeta  al pueblo, es fruto del perdón y de la misericordia del Señor, que quiere consolar a los que nunca ha dejado de amar.

                         Y, es el salmista, el que recoge los sentimientos de Yahveh para con su pueblo, en forma de oráculo, y que transmite a la asamblea litúrgica, dentro de una  celebración cúltica:

Voy a escuchar lo que dice el Señor:
“Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos”
La salvación está cerca de sus fieles
y la gloria habitará en nuestra tierra.
         
                        Este oráculo de paz y de bienestar espiritual será posible para Israel,  porque, de nuevo, la gloria de Dios habitará entre ellos y residirá en Sión, en el templo de todos. Y,   la misericordia, la justicia, la fidelidad y el amor, atributos derivados de la bondad divina, y  que lleva consigo la Salvación, estarán también entre nosotros y lograrán la felicidad de todos los vivientes. Y, hasta  la tierra  florecerá y dará sus frutos, como signo visible de la unidad, la concordia y el buen entendimiento que reinará entre cielo y tierra:

La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra
y la justicia mira desde el cielo.

El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos.

                    De nuevo, está el Señor para llegar, como triunfo definitivo de su misericordia; y, también, cuando “las nubes lluevan al justo”, entonces “nuestra tierra dará su fruto”
                
                     Más, lo que fue solo promesa hasta ahora, se ha hecho realidad en Cristo Jesús, el Hijo de Dios, nacido de María Virgen en un pobre y humilde  pesebre de Belén, y, cuya venida, en carne mortal, nosotros celebraremos con gozo. Porque, la gloria de Dios, y esta vez en plenitud, ha venido a nuestra tierra, ha   acampado entre nosotros, y  nos ha llenado de su paz; y con la paz, nos ha traído su amor, su justicia, su verdad y su consuelo.

                      Es la GLORIA DE DIOS que todos hemos de acoger, hacer nuestra, y conservarla siempre.  Gloria, que hemos de  dar a conocer a los demás, para que todos podamos salir de la esclavitud del pecado en que vivimos y gozar de la libertad plena de los hijos de Dios; hasta que acontezca su venida definitiva y acabada,  la del HIJO DEL HOMBRE, en gloria y majestad, y nos introduzca, para siempre, en la mansión eterna, en el reino y la gloria de nuestro Padre Dios.  

sábado, 29 de noviembre de 2014

Domingo I de Adviento - B


DOMINGO   I  DE  ADVIENTO-  B

QUE BRILLE TU ROSTRO Y NOS SALVE

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    “Señor Dios Nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. Así canta el estribillo que introducía el coro, cuando la asamblea rezaba el salmo 79, que, hoy, en la Eucaristía dominical, acompaña la lectura de Isaías, siendo, como el eco de la misma.

                    Descansa el anhelo de Dios, cuando su rostro iluminado llena de claridad nuestro corazón, purificando todo nuestro ser, y, de igual modo,  llenando de luz nuestras sendas y  transformando nuestro mundo necesitado de conversión. Porque, la Luz de Dios, es como su gracia, que nos va gratificando hasta llenarnos de su misma vida. También, es, como su bendición, que nos hace participar de su bondad, dándonos plena seguridad de que está con nosotros alumbrando nuestro vivir, fortaleciendo nuestra esperanza, saciando nuestro amor.

                    El poema, de Asaf, es uno de los salmos comunitarios y de lamentación, quizá de la época de Josías  (S.VII a. C) Comienza invocando al Dios, que considera su Pastor y Guía, con la seguridad de ser parte de su rebaño, el pueblo que conduce siempre hacia su destino, la tierra prometida, y al que, en todo momento, cuida con dedicación y cariño inmenso. También es invocado Dios, en su inmenso poder y grandeza,  siempre rodeado de gloria y majestad:

Pastor de Israel, escucha,
tú que te sientas sobre querubines, resplandece.
Despierta tu poder y ven a salvarnos.

                    El pueblo de Israel pide la escucha de Dios, porque quiere exponerle, desde un espíritu de conversión y una esperanza de dolor, sus problemas y sentimientos de culpabilidad debidos a sus infidelidades y pecados; exigiéndole, además y  a la vez, su  benevolencia, ya que, de ello depende su misma honra, la de su Dios Yahveh, y la salvación de los que son su pueblo y rebaño:

Señor, Dios nuestro, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.

                    De nuevo, el orante del poema insiste diciendo, que Dios es invocado por Israel, su pueblo. Cómo queriendo hacerle ver, que, si es Rey del universo y, por lo tanto, todopoderoso, y dueño y labrador de la viña que Él mismo ha plantado como heredad suya, no puede dejarla abandonada, sin su protección y cuidados, de manera que pueda ser  destrozada su plantación por los animales y asaltada por los paganos, los pueblos vecinos... Alegando, además, que si Él mismo, la sacó de Egipto y la trasplantó en su tierra, ¿cómo, pues, ahora, no va a protegerla, sabiendo como sabe, que se encuentra siempre necesitada de su salvación?...

Dios de los ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra plantó
y que tú hiciste vigorosa.

                    Lamentación dolorosa ésta, por parte de Israel;  pero al mismo tiempo oración llena de fe y  esperanza en Yahveh, el Dios de las promesas, que nunca ha dejado de socorrerles. Y, también, el salmista recuerda a este, su Dios, Yahveh, que, si desea ser invocado y reconocido en su gloria, por sus fieles, tendrá que cambiar en su manera de actuar, pues solo así, podrán alabarle por siempre jamás.

Que tu mano proteja  a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti;
danos vida, para que invoquemos tu nombre

                    En Jesús es, donde los cristianos hemos de ver brillar el rostro de Dios, nuestro. Padre. Lo que se hizo posible con su muerte de cruz y su gloriosa Resurrección. También, es Cristo Jesús, el único que ha visto al Padre cara a cara,  por lo que pudo exclamar: “Yo soy la Luz del mundo, el que me sigue no camina en las tinieblas sino que tendrá la luz de la vida”. Y Jesucristo, el Hijo de Dios, ahora glorioso en el cielo, es el que sigue iluminando nuestra Historia, y el que va llenando, de claridad, todo el cosmos.

                    Y, también, es Cristo Jesús, el que esperamos en la liturgia de estos días de adviento, la que nos prepara, para celebrar, con alegría, su nacimiento de Sta. María Virgen. Le estamos esperando también, con entusiasmo y amor, para agradecerle su constante venida, a todos y a cada uno de nosotros, y para recordar que, también, todos, hemos de vivir en la espera atenta a su última venida, en gloria y majestad, en la que quedaremos incorporados a Él definitivamente.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                             
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          

                                                        

domingo, 23 de noviembre de 2014

Solemnidad de Cristo Rey- A

CRISTO  REY:    "Vengo pronto"

EL SEÑOR ES MI PASTOR, NADA ME FALTA

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Como hizo Israel en otros tiempos, nos alegramos y gozamos de tener un DIOS, REY DEL UNIVERSO Y SEÑOR DE LA HISTORIA. Un Dios que, en su soberanía, es, a la vez, tan cercano, amable y compasivo con nosotros, sus hijos, que se nos manifiesta como Pastor Bueno, guiando a su rebaño, y nos acompaña con su ternura y amor, en el dificultoso caminar hacia la meta prometida. Es, también, el mismo Dios que, al final de la Historia, regresará como Juez de vivos y muertos, y nos examinará de la misericordia y el amor que hayamos tenido para con los demás, lo que dará la medida de la  recompensa que gozaremos en su REINO ETERNO Y GLORIOSO.

                    Y, con gozo y agradecimiento, celebramos a nuestro DIOS, REY Y  SEÑOR de todo lo creado, y, lo hacemos, cantando con amor y gratitud su protección solícita, bondadosa y acogedora, para con los hombres de todos los  pueblos, con el salmo 22. Un rico y  hermoso poema que, con  encanto conmovedor, describe a Yahveh, el Dios de Israel, como el Pastor solícito, del pueblo, al que guía siempre con fidelidad y dulzura, como también lo hace con nosotros, de manera que nada nos pueda faltar:

El Señor es mi pastor,
nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar.

                    Con decires sublimes de sabor y vida pastoril, canta el salmista a su Dios y Señor, Yahveh, y le recuerda las atenciones que siempre tiene con Israel, su pueblo escogido, mientras le conduce apaciblemente hacia las fuentes de aguas vivas, que renuevan y rejuvenecen, porque calman toda sed de vida y de amor:  

Me conduce hacia fuentes tranquilas,
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.

                    En el camino, lleno de atenciones y amorosos cuidados por parte de Yahveh, no puede faltar la mesa preparada, que invita y acoge a la intimidad y al descanso, junto con el alimento que nutre la fe y fortalece la comunión de vida; también, con la alegría del vino que embriaga y da felicidad:

Preparas una mesa ante mí
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.

                    Y, sería nada lo dicho, sin la presencia y compañía amorosa del Pastor Bueno,  que desbordando misericordia por doquier, con  el afecto y fuego de su corazón, infunde seguridad, da valentía y lo inunda todo de felicidad, hasta despertar el gran deseo de querer  estar siempre gozando con Él:

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor,
por años sin término.

                    Y, Cristo Jesús, El buen Pastor, es el que nos sigue conduciendo, con dulzura, hacia las  praderas verdes de su amor. Hace su camino con nosotros, con todos los hombres, y su  gesto es acogedor y sonriente. Nos cuida  y alimenta en todo momento con la verdad de su Palabra evangélica y con el pan y el vino eucarísticos; Y, también, se goza cuando  nos alienta en el fiel empeño de seguirle y llegar hasta la meta que nos convoca, porque estamos invitados a sus bodas, las que tendrán lugar en Reino con toda la humanidad;  al banquete eterno y a la vida que nunca acabará porque, siempre en Dios, cabe más felicidad.


                    Que CRISTO JESÚS, REY DEL UNIVERSO, SEÑOR DE LA HISTORIA, el que, venciendo a la muerte ha resucitado para siempre: nuestro Buen Pastor, nuestro Hermano Mayor y Primicia de la humanidad,  el que lo será todo en todos, y nos seguirá bendiciendo hasta  abrir, a  la humanidad entera, las puertas de su REINO GLORIOSO, que, también es, el REINO DEL PADRE DIOS.