sábado, 5 de noviembre de 2016

Domingo XXXII del ciclo C



DOMINGO XXXII DEL T. ORDINARIO - C

AL DESPERTAR ME SACIARÉ DE TU SEMBLANTE


Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Acudir a Dios y buscarle confiadamente para exponerle nuestras necesidades y problemas, es vivir como verdaderos hijos suyos, teniendo la seguridad de que, nunca nos faltará su favor y su ayuda, porque, siempre y en todo lugar, presta oído a nuestras súplicas.

                    Hoy, nos acogemos a la generosidad de Dios, orando el salmo 16, un poema en forma de súplica individual confiada, en la que, el yahvista, a pesar de su inocencia, se siente acosado y perseguido por sus enemigos y acude a Yahveh, con la seguridad de que, le escuchará y, con justicia atenderá su demanda, porque nunca se desentiende de los que, con fe, le invocan:

Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño.

                    El salmista, con la inocencia que le caracteriza, recuerda a Yahveh, que siempre le ha sido fiel, y que nunca ha abandonado sus caminos, haciendo lo que le agrada; y, por lo tanto, ahora, que necesita su ayuda y protección, ha de escuchar gustosamente su súplica y librarle, como en otras ocasiones lo ha hecho, de la situación injusta y angustiosa en que se encuentra:  

Mis pies estuvieron firmes en tus caminos,
y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío,
inclina el oído y escucha mis palabras.

                    Y, el orante, después de haber experimentado la bondad y cercanía de Yahveh, junto con su fidelidad y salvación,  quiere también, en adelante, permanecer  protegido y atendido por su Dios en todas sus demandas,  de manera, que  pueda contemplar su semblante hasta saciarse, gustando así, de su presencia y amistad, todos los días de su vida

A la sombra de tus alas escóndeme.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante.

                    Pero, la felicidad y saciedad que desea el yahvista, no es solo para esta vida,  porque nuestro Dios ama a todos sus fieles, a todos sus hijos, hasta más allá de la muerte y nos resucitará para siempre a una vida nueva, donde le contemplaremos eterna y gozosamente, pues, nuestro Dios, es un Dios de vivos y no de muertos.

                    Así lo afirma Lucas en el Evangelio: “Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”  NO ES DIOS DE MUERTOS SINO DE VIVOS: PORQUE PARA ÉL TODOS ESTÁN VIVOS”

                     Los cristianos, fieles a la fe que profesamos, creemos y esperamos con gozo la vida futura, en la que participaremos de la Resurrección de Cristo Jesús, después de haber compartido su vida terrena de entrega y amor a todos los hombres, y, esto, es lo que ilumina nuestro caminar diario, que, como el salmista, hemos de vivirlo confiadamente, desde la inocencia y la fidelidad a Dios.

                    Y, en este peregrinar hasta el cielo, tenemos, además, a nuestro alcance, la fuerza que nos da Dios para toda clase de palabras y obras buenas. Fuerza y energía, que recibimos en La Eucaristía,  que, alimenta nuestros deseos de Vida Eterna, al realizarse lo que nos dice Jesús en su evangelio: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”. Y, esto es, precisamente, lo que con fe intuía ya el salmista:


“Y AL DESPERTAR ME SACIARÉ DE TU SEMBLANTE”.

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