DOMINGO XXXII DEL T. ORDINARIO - C
AL DESPERTAR ME SACIARÉ DE TU SEMBLANTE
Por Mª Adelina Climent Cortés
O.P.
Acudir a Dios y buscarle
confiadamente para exponerle nuestras necesidades y problemas, es vivir como
verdaderos hijos suyos, teniendo la seguridad de que, nunca nos faltará su
favor y su ayuda, porque, siempre y en todo lugar, presta oído a nuestras
súplicas.
Hoy, nos acogemos a la
generosidad de Dios, orando el salmo 16, un poema en forma de súplica
individual confiada, en la que, el yahvista, a pesar de su inocencia, se siente
acosado y perseguido por sus enemigos y acude a Yahveh, con la seguridad de
que, le escuchará y, con justicia atenderá su demanda, porque nunca se
desentiende de los que, con fe, le invocan:
Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño.
El salmista, con la
inocencia que le caracteriza, recuerda a Yahveh, que siempre le ha sido fiel, y
que nunca ha abandonado sus caminos, haciendo lo que le agrada; y, por lo
tanto, ahora, que necesita su ayuda y protección, ha de escuchar gustosamente
su súplica y librarle, como en otras ocasiones lo ha hecho, de la situación
injusta y angustiosa en que se encuentra:
Mis pies estuvieron firmes en tus caminos,
y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío,
inclina el oído y escucha mis palabras.
Y, el orante, después de
haber experimentado la bondad y cercanía de Yahveh, junto con su fidelidad y
salvación, quiere también, en adelante,
permanecer protegido y atendido por su
Dios en todas sus demandas, de manera,
que pueda contemplar su semblante hasta
saciarse, gustando así, de su presencia y amistad, todos los días de su vida
A la sombra de tus alas escóndeme.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante.
Pero, la felicidad y
saciedad que desea el yahvista, no es solo para esta vida, porque nuestro Dios ama a todos sus fieles,
a todos sus hijos, hasta más allá de la muerte y nos resucitará para siempre a
una vida nueva, donde le contemplaremos eterna y gozosamente, pues, nuestro
Dios, es un Dios de vivos y no de muertos.
Así lo afirma Lucas en el Evangelio: “Y que resucitan los
muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al
Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob” NO ES DIOS DE MUERTOS SINO DE VIVOS: PORQUE
PARA ÉL TODOS ESTÁN VIVOS”
Los cristianos, fieles a
la fe que profesamos, creemos y esperamos con gozo la vida futura, en la que
participaremos de la Resurrección de Cristo Jesús, después de haber compartido
su vida terrena de entrega y amor a todos los hombres, y, esto, es lo que
ilumina nuestro caminar diario, que, como el salmista, hemos de vivirlo
confiadamente, desde la inocencia y la fidelidad a Dios.
Y, en este peregrinar
hasta el cielo, tenemos, además, a nuestro alcance, la fuerza que nos da Dios
para toda clase de palabras y obras buenas. Fuerza y energía, que recibimos en
La Eucaristía, que, alimenta nuestros
deseos de Vida Eterna, al realizarse lo que nos dice Jesús en su evangelio: “El
que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el
último día”. Y, esto es, precisamente, lo que con fe intuía ya el salmista:
“Y AL DESPERTAR ME SACIARÉ DE TU SEMBLANTE”.
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