viernes, 26 de julio de 2019

Domingo XVII del T. O. -C



DOMINGO XVII DEL T. ORDINARIO - C

 CUANDO TE INVOQUÉ, SEÑOR,
ME ESCUCHASTE

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.

                    La grandeza del ser humano consiste en poder invocar al Señor, admirable, como nadie, en su gloria y esplendor. También lo es, y quizá más, el saber que Dios le escucha y que le acoge con cuidado y amor entre sus brazos, como si fuera lo único importante para Él. Y todo ello, claro está, es motivo de mucha alegría, gratitud y consuelo, para el hombre, siempre tan necesitado de amor y atenciones.

                   En las lecturas bíblicas de este domingo, Jesús viene a repetirnos, que Dios, nuestro Padre, siempre nos escucha, y que, en todo momento se pone de nuestra parte: “PEDID Y SE OS DARÁ; BUSCAD Y HALLARÉIS, LLAMAD Y SE OS ABRIRÁ, porque quién pide, recibe, quién busca halla y al que llama se le abre”. Y, es tanta la generosidad de Dios para con nosotros, que, desbordados por sus dones y desvelos, queremos serle agradecidos, cantando con amor el salmo 137.

                    El salmo 137, es como una oración de acción de gracias en general, por todos los beneficios con los que Yahveh enriquece a sus fieles, y por la salvación corporal y espiritual que les concede siempre que acuden a Él con seguridad y confianza. El salmista, quizá el mismo Rey, que desea demostrar a Yahveh todo su agradecimiento, por el éxito tenido con los reyes enemigos,  victimas de sus batallas, lo quiere hacer ante el santuario, el lugar donde la gloria y la majestad de Dios se hace más visible y ostentosa, ya que, está asistida, además, por los seres divinos, que pregonan su grandeza y excelsitud:

Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario.

                    El motivo principal, por el que el salmista da gracias a Yahveh, es porque, su misericordia y su lealtad, están por encima de lo que se dice y se reconoce de Él, que resulta hasta increíble;  y, porque, siempre, su promesa y sus dones superan su fama. Y todo esto, infunde en el orante, tanta seguridad y confianza, que logra afianzar sus creencias al fortalecer la fe de su espíritu:

Daré gracias a tu nombre,
por tu misericordia y tu lealtad
porque tu promesa supera a tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma.

                    Pero, Yahveh, a pesar de vivir tan encumbrado en el cielo y estar tan elevado sobre lo creado, mira siempre con predilección a los humildes y los salva, y sabe estar y dialogar con ellos, con los más sencillos, para librarles de sus males. Pero, en cambio, con los soberbios, se muestra como más distanciado, a la hora de atenderlos y dialogar con ellos::

El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
Cuando camino entre peligros,
me conservas la vida.

                    Y, porque, en el vivir y actuar cotidiano nunca faltan enemigos y siempre se encuentran dificultades, el orante del salmo tiene la seguridad de que, Yahveh, que siempre otorga ayuda en los momentos duros y difíciles, también ayudará a sus fieles a permanecer firmes y confiados en el diario y duro combate, pues nunca abandona la obra de sus manos, hasta conducirla a feliz término:

Extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo
y tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos.

                    Los cristianos, cuando invocamos a Dios, se nos manifiesta como el Padre del cielo, siempre lleno de amor y de bondad, y que, espera de nosotros, sus hijos, que vivamos santificando su nombre y para su Reino glorioso, ya que, en esto, consiste nuestra verdadera felicidad. Y, también quiere que, nuestro comportamiento mutuo sea, como de auténticos hermanos, que son los que se aman y se ayudan siempre.

                    Pero, también es verdad que, en nuestro mundo hay pecado y malestar, guerras y terrorismo, venganzas y desamores, y, todo ello, difícil de erradicar. Es entonces,  cuando hemos de pedir insistentemente y hasta con verdadero empeño, que en algunas ocasiones puede faltar, (como lo hizo Abrahán, cuando su oración de intercesión fue un regateo al que Dios no se sustrajo), para que, el Señor, tenga piedad y misericordia de nosotros y nos conceda la paz, la unidad y la deseada concordia entre las naciones y los hombres. Pero, de lo que sí podemos estar seguros es, que nunca nos fallará su ayuda, ya que, siempre, su misericordia, su fama y sus promesas nos superarán...

                    Y, mientras llegue lo mejor, la nueva creación que anhelamos, en esta espera tan deseada, nuestra misión ha de ser confiar como buenos hijos, sabiendo que su paz, su justicia y verdad, que es su misma vida y su reinado de amor, lo será todo y siempre, para la humanidad.

viernes, 19 de julio de 2019

Domingo XVI del T.O. -C



DOMINGO XVI. DEL T. ORDINARIO - C


SEÑOR, ¿QUIEN PUEDE HOSPEDARSE
EN TU TIENDA?

Por Mª Adelina Climent Cortés  O. P.


                     Un gran misterio de revelación y  una gozosa y sublime promesa de gloria, y de esperanza de salvación, nos presentan las lecturas bíblicas de hoy; ya que, toda acogida cordial de Dios, engendra vida, alegría y gozo compartido: Dijo Dios a Abrahán: “cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo”.

                     Y, el salmo 14, también nos habla, con tono sapienzal, de la hospitalidad del Señor en su santuario y de las condiciones necesarias que tiene que poseer el que quiere ser acogido por Dios como “huésped suyo”. Los que son dignos  de tal elección,  son  aquellos que viven según los caminos de Dios ratificados en La Alianza; aquellos que,   teniendo  un corazón religioso, grande y generoso, pueden actuar  con rectitud de conciencia y  conseguir la  relación mística y gratuita,  por la que, el hombre,  llega a igualarse a Dios, porque puede adentrarse en su  corazón y formar  parte del mismo ser interior y trinitario de  Vida:

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua.

                    Este salmo, representa una liturgia  de entrada en el templo del Señor. Los fieles  preguntan antes de entrar, ya en la misma puerta,  las condiciones que hay que poseer,  para participar en el culto y poder ser “huésped de Dios”. El sacerdote,  es el que les contesta, en nombre de Yahveh, el Altísimo, y les  habla de las virtudes humanas, y de los deberes  más necesarios y comunes, para con el prójimo,   entre los que sobresalen, como  más elementales, la  práctica de la justicia y del  derecho con todos y, sobre todo, con las más necesitados... Y, como resumiendo,  llega a decir  que, sólo puede ser auténtico “huésped de Dios” el que es  capaz de vivir una vida de amor y de gratuidad con Dios y con los demás,  a los que,  como a hermanos, siempre debemos amar:

El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino;
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor.

El que no presta dinero a usura,
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra, nunca fallará.


                    Hospedarse en el santuario del Señor siendo de sus invitados... Ser acogidos los tres visitantes un día de calor y cuando  se sentían cansados, por Abrahán, en su tienda, junto a la encina de Mambré.  Lo  mismo que, hospedarse también,  Jesús, en Betania, cuando invitado por Marta  a su casa,  busca un poco de sosiego y descanso, mientras ésta le servía y  su hermana María, sentada a sus a sus pies  escuchaba sus palabras, exige siempre y en toda  ocasión,  unas condiciones de amistad, de diálogo entrañable, de abierta y confiada comunicación entre amigos y conocidos, y sobre todo un sincero y recíproco cariño, que, Dios siempre sabe bendecir...

                    Y, es, entonces, en toda  comunicación amistosa y gratuita con Dios y con los hermanos,  cuando  nace, siempre, más amor y cordialidad, más unidad y comunión  trinitaria;  donde el amor del Padre y del Hijo, en El Espíritu Santo, engendran Vida y Amor Salvador, al igual  que surgió así, en la eternidad de los tiempos, la “vida nueva” de Cristo Jesús, capaz de recrearlo y hacerlo  todo nuevo, en el Espíritu.
                                                                   
                     Y, si, en la encina de Mambré, será Isaac el que llevará a cabo la Promesa Salvadora de Dios a toda la Humanidad: “EN TI SERÁN BENDECIDAS TODAS LAS NACIONES”, dijo Dios a Abrahán. También, este pasaje,  se puede entender, como el preludio de la encarnación del Hijo de Dios, pues recibimos a Dios, le acogimos, como la gran revelación y el excelso Don del Padre a toda la humanidad sedienta de salvación:  “A cuantos le recibieron les dio el poder de ser Hijos de Dios”  

                    Y, como hijos de Dios, nos visita, también a nosotros, Cristo Jesús. Continuamente busca nuestra amistad;  desea intimar con cada uno de nosotros; quiere nuestro seguimiento y testimonio. Y, sobre todo, espera  nuestra escucha atenta,  de manera que, su palabra, siempre pueda ser acogida y dar vida en cada uno de nosotros, donde el Padre, con la fuerza y el amor del Espíritu Santo, no cesa de hacer nacer a su Hijo Jesús, en cada uno de nosotros, haciéndonos, así, renacer cada vez más y mejor, como criaturas nuevas, para su Reino de gozo y de  alabanza eterna.

viernes, 12 de julio de 2019

Domingo XV del T. O.



DOMINGO XV DEL T. ORDINARIO - C

 BUSCAD AL SEÑOR, Y VIVIRÁ VUESTRO CORAZÓN

Por Mª Adelina Climent Cortés  O P.

                    Dios solo quiere darnos su salvación, como su misma  vida y todo su  amor. Y  su  felicidad mayor  la  comparte  con aquellos que, con más empeño  la buscan   y la quieren acoger. Esta salvación, al  hacerla nuestra cada vez más, la manifestamos con   actos de servicio y caridad, que nos unen y nos hermanan entre sí, al mismo tiempo que nos dignifican, porque nos van asemejando más  y mejor a Dios.

                    El Deuteronomio nos exhorta a ser fieles y leales a La Alianza, fuente de gozo y felicidad, para el que la cumple y hace la voluntad de Yahveh en todo. ”EL MANDAMIENTO ESTÁ MUY CERCA DE TI: EN TU CORAZÓN Y EN TU BOCA.  CÚMPLELO”.

                    Y el salmo 68, como lamentación individual,  es la súplica de un pobre que sufre, porque se reconoce pecador, y porque quiere agradar a Dios y no puede... Y, al mismo tiempo, se siente perseguido por sus enemigos, que se  mofan de él, al saberle olvidado del Señor. Pero, también, desde  esta situación dolorosa, el yahvista vive su profunda fe, de tal manera que, su sufrimiento,  fortalece su espíritu y su confianza, llevándole a invocar  a Yahveh con toda su fuerza, por ser  el único que le puede salvar y el que nunca le fallará.  Nosotros, con el mismo  amor y la misma   confianza, nos unimos a esta oración sálmica, para cantar, agradecidos, la experiencia salvadora del Señor:

Mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia,
por tu gran compasión vuélvete hacia mí.

                    El salmista, que no cesa de reconocerse “pobre” y “malherido”, con esta actitud  agrada más a Yahveh, ya que, Dios, en su misterio profundo de entrega y de amor, nos ha encerrado a todos en la desobediencia, para hacernos objeto de su entrañable misericordia, la que  merece ser proclamada y alabada con cantos de gratitud:

Yo soy un pobre malherido,
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias.

                    Esta confianza del salmista, se le ha convertido en seguridad plena; y lo mismo ha de ocurrir a todos aquellos, que buscan al Señor en sus angustias y sufrimientos... Y, si Yahveh, escucha a todos cuentos le invocan con fe, con más razón lo hará  con los pobres y humildes, con los que más sufren, ya que son los que,  con más predilección, ama su corazón:

Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y vivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha  a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.

                    Y, también, la salvación de Dios se manifiesta en la reconstrucción de la ciudad santa, La Sión amada; y, en  todas las demás ciudades, donde habitará la gloria de Dios, y, su bendición, será heredada de generación en generación, quedando cumplida así, la promesa salvadora del Señor Yahveh:

El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.


                    Y, la Promesa de las Promesas, nos la ha realizado  Dios, en su Hijo Jesucristo, don y bendición para toda la humanidad. Esta promesa del Padre en Cristo Jesús, por el Espíritu, es la que lo llevará todo a plenitud y lo hará todo nuevo, con la fuerza transformadora de su Resurrección gloriosa.

                    Pero, lo más grande de la  vida gloriosa del Señor Jesús, es que, realiza su salvación,  con la fuerza de su vida entregada en amor, humildad  y gratuidad.  Y, siempre a favor de los más sufrientes y necesitados, como nos lo relata, hoy, el Evangelio de Lucas: Jesús se convierte en el “Buen Samaritano” el que, con esmero, y atención cuida del herido y abandonado en la cuneta, hasta sanarlo e integrarlo en la sociedad que le  consideraba extranjero.

                    -”CUIDA DE ÉL Y LO QUE GASTE DE MÁS YA TE LO PAGARÉ A LA VUELTA”

                    Y, también, Cristo Jesús, no deja de reprender a los que, por no abandonar sus tareas y obligaciones, no tuvieron  misericordia con el necesitado, siendo, con ello, infieles a las exigencias de La Alianza establecida con Yahveh.

viernes, 5 de julio de 2019

Domingo XIV del T.O.-C



DOMINGO XIV DEL T. ORDINARIO - C

ACLAMAD AL SEÑOR, TIERRA ENTERA

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Jesús nos dice: “ID Y DECID A LA GENTE: ESTÁ CERCA DE VOSOTROS EL REINO DE DIOS”. Y, este anuncio de Jesús, es un futuro lleno de esperanza y felicidad para la humanidad, ya que, tiene su origen, en el amor inmenso de Dios a todos los hombres y a todos los pueblos.

                    Dios nos invita a tomar parte, como hijos suyos, en las acciones salvadoras que realiza en la persona de su Hijo Jesucristo: ¡la obra más grande de su gran amor!. Y  nos llama por nuestro nombre, es decir, personalmente; nos considera sus colaboradores activos, y quiere que seamos, como  Jesús, obreros de su mies, PORQUE ES MUCHA Y ABUNDANTE Y POCOS LOS OBREROS.

                    El salmo 65, con el que ensalzamos  a Dios, es un himno de sacrificio, es decir, de alabanza  y de acción de gracias a la vez,  y canta la gloria de Dios, sus obras salvadoras, repletas de esperanza y de amor para toda la humanidad y, también, canta los portentos maravillosos de aquellos que, con su entrega generosa, han sido instrumentos salvadores y, contribuyen a hacer realidad la gran obra de Dios.

                     Este salmo, lo cantaban los desterrados cuando, desde Babilonia, volvían hacia  la libertad, a la ciudad Santa y Amada,  haciendo el retorno gozoso, con Yahveh, hacia La Paz y la alegría. Y, porque, los había liberado de la esclavitud, ahora, le aclamaban con canciones de gozo y con músicas jubilosas, vitoreando  la gloria y el poder del Señor:
                                                                                                                    
Aclamad al Señor, tierra entera,
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria;
decid a Dios: “Qué temibles son tus obras”.

                    Las subidas del Señor a Jerusalén con su pueblo, entre gritos y cantos, hacían estremecer hasta la misma tierra, que prorrumpía en aclamaciones de gozo, por las  maravillas que Dios realizaba con los suyos. Portentos, que, también tienen que conocerlos los demás pueblos, para que, uniéndose a la alabanza,  bendigan a Yahveh, por sus acciones y proezas a favor de todos los hombres:

Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre.
Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres.

                    La gloria de Dios y su poder, llega a tanto, que trasforma el mar en  tierra firme. Así de eficaz y simbólica, es la ayuda de Yahveh para con los suyos.  Y, además, su ayuda es definitiva; es un don escatológico y salvador, que, desde Jerusalén, llega a todos los pueblos del orbe:

Transformó el mar en tierra firme,
a  pie atravesaron el río.
Alegrémonos con Dios,
que con su poder gobierna eternamente.

                    Dios realizaba, también, sus portentos por medio de sus profetas, como lo hizo con Moisés y otros; Más tarde, sigue eligiendo a otros colaboradores, con el fin de seguir bendiciendo a su pueblo, al que nunca deja de amar y de favorecer:                                                                                                                                                                                                                                     

Fieles de Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica.
ni me retiró su favor.


                     Más, la acción redentora de Cristo Jesús, despliega su poder salvador en nuestra Historia y en nuestras vidas. Y, el cristiano, recibe y proclama esta salvación en la comunidad eclesial, con el fin de comunicarla a los demás:

                    “DESIGNÓ EL SEÑOR A OTROS SETENTA Y DOS y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir él”.

                    Nuestra misión, como cristianos, es seguir a Jesucristo, dando testimonio con nuestra vida y anunciando la verdad evangélica, porque, solo así,  llenaremos nuestro mundo de su paz; que no es como el mundo la quiere recibir, sino como nos la dio Cristo Jesús. La Paz, que brota del amor sacrificado de Jesús en la cruz,  y de su bondad y misericordia con el débil y el afligido... Es la paz, que ha de llenar de esperanza y de alegría nuestro mundo; la paz, que todos deseamos; la paz característica del Reinado de Dios.