DOMINGO XVII DEL T.
ORDINARIO - C
CUANDO TE INVOQUÉ, SEÑOR,
ME ESCUCHASTE
Por Mª Adelina Climent
Cortés O.P.
La grandeza del ser humano
consiste en poder invocar al Señor, admirable, como nadie, en su gloria y
esplendor. También lo es, y quizá más, el saber que Dios le escucha y que le
acoge con cuidado y amor entre sus brazos, como si fuera lo único importante
para Él. Y todo ello, claro está, es motivo de mucha alegría, gratitud y
consuelo, para el hombre, siempre tan necesitado de amor y atenciones.
En las lecturas bíblicas de este domingo, Jesús viene a repetirnos, que
Dios, nuestro Padre, siempre nos escucha, y que, en todo momento se pone de
nuestra parte: “PEDID Y SE OS DARÁ; BUSCAD Y HALLARÉIS, LLAMAD Y SE OS ABRIRÁ,
porque quién pide, recibe, quién busca halla y al que llama se le abre”. Y, es
tanta la generosidad de Dios para con nosotros, que, desbordados por sus dones
y desvelos, queremos serle agradecidos, cantando con amor el salmo 137.
El salmo 137, es como una oración de
acción de gracias en general, por todos los beneficios con los que Yahveh
enriquece a sus fieles, y por la salvación corporal y espiritual que les
concede siempre que acuden a Él con seguridad y confianza. El salmista, quizá
el mismo Rey, que desea demostrar a Yahveh todo su agradecimiento, por el éxito
tenido con los reyes enemigos, victimas
de sus batallas, lo quiere hacer ante el santuario, el lugar donde la gloria y
la majestad de Dios se hace más visible y ostentosa, ya que, está asistida,
además, por los seres divinos, que pregonan su grandeza y excelsitud:
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario.
El motivo principal, por el
que el salmista da gracias a Yahveh, es porque, su misericordia y su lealtad,
están por encima de lo que se dice y se reconoce de Él, que resulta hasta
increíble; y, porque, siempre, su
promesa y sus dones superan su fama. Y todo esto, infunde en el orante, tanta
seguridad y confianza, que logra afianzar sus creencias al fortalecer la fe de
su espíritu:
Daré gracias a tu nombre,
por tu misericordia y tu lealtad
porque tu promesa supera a tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma.
Pero, Yahveh, a pesar de
vivir tan encumbrado en el cielo y estar tan elevado sobre lo creado, mira
siempre con predilección a los humildes y los salva, y sabe estar y dialogar
con ellos, con los más sencillos, para librarles de sus males. Pero, en cambio,
con los soberbios, se muestra como más distanciado, a la hora de atenderlos y
dialogar con ellos::
El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
Cuando camino entre peligros,
me conservas la vida.
Y, porque, en el vivir y
actuar cotidiano nunca faltan enemigos y siempre se encuentran dificultades, el
orante del salmo tiene la seguridad de que, Yahveh, que siempre otorga ayuda en
los momentos duros y difíciles, también ayudará a sus fieles a permanecer
firmes y confiados en el diario y duro combate, pues nunca abandona la obra de
sus manos, hasta conducirla a feliz término:
Extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo
y tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos.
Los cristianos, cuando
invocamos a Dios, se nos manifiesta como el Padre del cielo, siempre lleno de
amor y de bondad, y que, espera de nosotros, sus hijos, que vivamos
santificando su nombre y para su Reino glorioso, ya que, en esto, consiste
nuestra verdadera felicidad. Y, también quiere que, nuestro comportamiento
mutuo sea, como de auténticos hermanos, que son los que se aman y se ayudan
siempre.
Pero, también es verdad que,
en nuestro mundo hay pecado y malestar, guerras y terrorismo, venganzas y
desamores, y, todo ello, difícil de erradicar. Es entonces, cuando hemos de pedir insistentemente y hasta
con verdadero empeño, que en algunas ocasiones puede faltar, (como lo hizo
Abrahán, cuando su oración de intercesión fue un regateo al que Dios no se
sustrajo), para que, el Señor, tenga piedad y misericordia de nosotros y nos
conceda la paz, la unidad y la deseada concordia entre las naciones y los
hombres. Pero, de lo que sí podemos estar seguros es, que nunca nos fallará su
ayuda, ya que, siempre, su misericordia, su fama y sus promesas nos
superarán...
Y, mientras llegue lo mejor, la
nueva creación que anhelamos, en esta espera tan deseada, nuestra misión ha de
ser confiar como buenos hijos, sabiendo que su paz, su justicia y verdad, que
es su misma vida y su reinado de amor, lo será todo y siempre, para la
humanidad.