sábado, 26 de noviembre de 2016

Domingo I de Adviento- A


DOMINGO I DE ADVIENTO - A
  
QUE ALEGRÍA CUANDO ME DIJERON:
VAMOS A LA CASA DEL SEÑOR

Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.


                    Vivimos en tiempo de espera y de esperanza, que nos empuja a la plenitud de las promesas de Dios, que ya empezaron a cumplirse en el momento de la encarnación de su Hijo Jesús en las entrañas de María Virgen, inaugurando los nuevos tiempos de La Salvación. La conmemoración del nacimiento de Jesús, LA NAVIDAD QUE ESPERAMOS, es una ocasión relevante y propicia, para hacer crecer el anhelo de esta esperanza como un don gratuito de Dios, al que tiene que acompañar, de nuestra parte, una firme actitud de espera,  con la seguridad de que la fidelidad del Señor nunca falla.

                    Y, porque es tiempo de esperanza en un futuro pacífico y glorioso y, por lo tanto, de gozo, lo celebramos cantando al Señor, nuestro Dios, el salmo 121; el que cantaban los israelitas peregrinando hacia el templo de Jerusalén rebosando de dicha y felicidad,  alegría que aumentaba notablemente cuando se llegaba a la meta: 

Qué alegría  cuando me dijeron:
“Vamos a la casa del Señor”.

                    La alegría del salmista y de todo israelita, era por ir a Jerusalén, la ciudad amada de todos, La Ciudad Santa, porque en ella está el templo del Señor, donde mora Yahveh con todo su esplendor y majestad y, por lo tanto es, en este lugar, donde todos los fieles pueden encontrarse con su Dios, sentirse fortalecidos en su presencia y celebrar con gozo la fe. También, Jerusalén,  era visitada con alegría, porque era el lugar donde se administraba la justicia, fuente de seguridad y de equilibrio para todo el pueblo.

Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor.
En ella están los tribunales de justicia
en el palacio de David.

                    Y, Jerusalén, como su nombre indica, era para todos los israelitas ciudad de paz, pero de una paz que, además de basarse en la justicia y proporcionar seguridad, es portadora de todos los bienes estimados y deseados, porque es la paz de la presencia del Dios, Yahveh, que llena toda la ciudad y que bendice a los que la visitan:

Desead la paz a Jerusalén:
“Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios”.

                    Pero, esta bendición de paz, FRUTO DE LA LEY Y DE LA PALABRA DE DIOS, no era solo para gozarla uno mismo, sino para desearla y transmitirla a los demás, como el bien más preciado y deseado, porque es la paz que, según Isaías, hará posible que todos “CAMINEMOS A LA LUZ DEL SEÑOR”

Por mis hermanos y compañeros
voy a decir: “La paz contigo”.
Por la casa del Señor nuestro Dios,
te deseo todo bien.

                    Isaías, inspirado quizá en este salmo, y en todas las peregrinaciones de Israel al templo de Jerusalén, ve, como una muchedumbre de pueblos numerosos, subiendo al monte del  Señor, encumbrado sobre las montañas; es decir, hacia el mismo Dios. Imagen y signo de lo que hace la humanidad que, camina afanosa, buscando la plenitud a la que Dios la tiene destinada.


                    Más, la promesa de plenitud para todos los hombres, por parte de Dios, en su REINO GLORIOSO, es un futuro de paz y de bienestar, en vida de comunión con el mismo Dios  y con los hermanos, en Cristo Jesús Resucitado. Paz y bienestar, que hemos de ir construyendo ya desde ahora, viviéndola primero en nosotros mismos con espíritu de conversión y deseándola a los demás como ya lo hacía el salmista: “La paz contigo”. Pues La Vida Nueva, el Reino de Dios, ya está entre nosotros como un anticipo de las realidades últimas, mientras esperamos la segunda venida de Jesucristo: “…A LA HORA QUE MENOS PENSÉIS VIENE EL HIJO DEL HOMBRE”. Esperanza, en la que, SU SALVACIÓN, se nos manifestará plena y deslumbrante. 

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