sábado, 3 de diciembre de 2016

Domingo II de Adviento-A


DOMINGO II DE ADVIENTO - A

 QUE EN SUS DIAS FLOREZCA LA JUSTICIA
Y LA PAZ ABUNDE ETERNAMENTE

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.

                    Que florezca la justicia y que abunde la paz en nuestros días y siempre, es un deseo vibrante en el corazón de todo hombre de buena voluntad y un anhelo que sólo se verá cumplido en el gozo de la plenitud de los tiempos, los que con esperanza esperamos, más allá de la celebración de la Navidad, cuando tendrá lugar LA SEGUNDA VENIDA DEL SEÑOR, CON TODO SU ESPLENDOR Y MAJESTAD.

                    Este Reino definitivo lo pedimos a Dios con el salmo 71, uno de los  “salmos reales”, considerado como un cántico al “ungido” del Señor, el único Rey que puede hacer justicia y conseguir la paz, porque actúa según el querer de Dios. Es el salmo que cantaba el pueblo de Israel en momentos de crisis y dificultad, después del destierro de Babilonia, recordando la fiesta de la entronización del Rey, o en el aniversario de esta fecha. El salmo canta las cualidades que el pueblo desea que tenga su rey, al que considera como el representante de su Dios, Yahveh”:                                        

Para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

                    Tiene Israel tan identificado al Rey con su Dios Yahveh, que quiere, que su poder y gobierno sea universal, en todo el mundo hasta entonces conocido, donde habrá justicia y paz duradera:

Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.

                    Además, SU REINADO, será para todos grande y sublime, porque, con su misericordia y compasión librará y protegerá, sobre todo, al indigente y al pobre, a los más desvalidos y desposeídos, lo que no han hecho, ni pueden hacer, los otros reyes:  

Porque él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres.

                    Igualmente se desea, que su nombre y su fama duren siempre, para que pueda ser reconocido y admirado por todos los pueblos y culturas a los que, con su bondad ha de bendecir y por los que será proclamado y ensalzado:

Que su nombre sea eterno
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

                    Pero el salmo, con toda seguridad, está hablando del MESÍAS ESPERADO, DE CRISTO JESÚS, el enviado del Padre, el que pasaría la vida haciendo el bien a todos y preocupándose con preferencia de los más pobres y desamparados, de los más menesterosos, de los enfermos y desheredados, de los pecadores y de todos los atribulados, a los que defendió haciendo justicia con rectitud y a los que amó con predilección, hasta entregar la vida por esta causa y por la salvación de todos.

                    Por lo que, Dios Padre, recompensó su gran generosidad y entrega resucitándole y dándole  gloria y dignidad al sentarlo a su derecha como Rey y Señor de todo lo creado; al que  ha confiado su juicio de salvación al final de La Historia, hacia la que, con esperanza, ha de caminar  la humanidad entera.


                    Y,  este caminar no ha de estar turbado por el miedo, sino que ha de ir acompañado de  gozo y de una firme confianza  en las promesas del Señor; pero eso sí, se nos exige estar atentos deseando su venida y DANDO FRUTOS DE VERDADERA CONVERSIÓN, practicando la justicia y el derecho con todos, trabajando por la paz y por los demás valores del Reino, hasta que lleguemos con alegría a su presencia y seamos acogidos, para siempre, en su gloria y felicidad.

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