DOMINGO XXI DEL T. ORDINARIO - C
ID AL MUNDO
ENTERO,
Y PREDICAD EL EVANGELIO
Por M ª Adelina Climent Cortés O. P.
El Evangelio de Dios contiene un destino
universal: la salvación para todos los hombres, en Cristo Jesús. Y las
lecturas bíblicas, que insisten en
lo mismo dicen, que el Reino de Dios
está abierto a todos los pueblos, razas y culturas; lenguas y civilizaciones,
sin distinción alguna. Como punto central de estas lecturas tenemos el salmo ll6, que, recogiendo la corriente
más universalista del Antiguo Testamento,
dimana su energía, que irradia y
quiere llenar de vida y salvación a
toda la humanidad, hasta que sea realidad plena la promesa que Dios hizo a
Abrahán: ”POR TI SERÁN BENDECIDAS TODAS LAS NACIONES DE LA TIERRA”.
Este poema, tan breve, conocido como el salmo 116, es un canto
hímnico de alabanza gozosa, por estar compuesto de un vibrante
invitatorio, que forma la primera parte,
y, por el cuerpo del salmo, que es la segunda. El invitatorio va dirigido
a todas las naciones y pueblos del orbe y es UNA LLAMADA UNIVERSAL A LA ALABANZA , y, también es
una profesión de la fe, con acción de
gracias a Yahveh, el Dios que, con su
amor y fidelidad, ama sobremanera a Israel, su pueblo elegido, y desde
él a toda la humanidad sin excepción alguna. Y tal es así,
que no puede haber otro Dios que
se le pueda comparar, ya que, con su amor y fidelidad lo abarca y sostiene todo, “de oriente a
occidente y del el norte al sur”, pues todo
es suyo, creado de la nada para
el bien de la humanidad: “…y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”.
También es un canto de
alabanza, en el que se da gracias a Dios por las muchas bendiciones, con las
que constantemente nos enriquece, ya que, por nuestra parte, no podemos alcanzar la salvación plena a la
que nos ha predestinado, en su hijo Cristo Jesús:
Alabad al Señor todas las naciones,
aclamadlo todos los pueblos.
Este himno corto y a la vez tan gratificante, que,
con júbilo, le cantamos al Dios del universo,
es un salmo de los tiempos
posteriores al exilio. Lo cantaron por primera vez los israelitas cuando se
fijaron en las hazañas que Yahveh,
durante la historia, había realizado para salvar a Israel de los muchos
enemigos que siempre ha tenido a su alrededor.
Y, porque, de nuevo, los israelitas
se sentían liberados de la
esclavitud de los Babilonios, y libres para emprender el regreso a la patria de
todos y reconstruirla.
Esto, además, les daba la plena seguridad, de que, si Yahveh, el Dios de Israel, siempre se había comportado así con ellos, de
igual manera lo seguiría haciendo hasta
el final de los tiempos. Y, más aun, llegaron a pensar, también, que hasta los
mismos paganos, en tantas ocasiones testigos presénciales de los éxitos y las
victorias del Señor con su pueblo, llegarían a convertirse a él, y que, de esta manera, realzarían, mas aún,
la gloria, el esplendor y la majestad de
este Dios, que, precisamente es tan grande, por ser expresión de su amor y
fidelidad para con todos:
Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.
“Id al mundo y predicad el evangelio”. Es la antífona que siempre suele
acompañar a este salmo de alabanza, muy cantado en el oficio de
Laudes, con la alegría y regocijo que irradia. Hay que tener siempre
presente su visión escatológica. El salmo y su antífona son un excelente
anuncio evangélico con miras universales.
Y, todos los cristianos, al igual que el pueblo de Israel, debemos
sentirnos elegidos para esta predicación evangélica, que ha de lograr, por
encima de todo, que las personas, todo ser humano, se sienta ya salvado, enraizado en Dios y
viviendo, desde este momento, como un ser nuevo, que ha logrado hacer realidad la escatología que incluye el salmo:
“... ACOGE A LOS GENTILES
PARA QUE ALABEN A DIOS POR SU MISERICORDIA” (Rm 15, 8.9)
La vocación misionera de todo cristiano es algo a lo que nos debemos
dedicar, con todas las energías posibles, asimiladas en la oración e intimidad
con Dios, para que, todo hombre, pueda
saber y conocer, con experiencia gozosa, que es hijo de Dios y que su Padre es
el Dios que los ama y nunca deja de amarlos
con su infinita misericordia; y que, siempre es fiel, como nadie lo
puede ser en esta vida, porque su bondad
no tiene medida. Es el Padre de todos, que solo busca y quiere nuestra unidad y fraternidad,
la de todos los hombres, pueblos y
culturas, para tenernos reunidos en su reino y
participar del banquete de bodas que tiene preparado para todos:
“Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur y SE SENTARÁN A LA MESA EN
EL REINO DE
DIOS”
Más, lo único que nos exige es un
amor mutuo, entregado y
comprensivo, que nos mantenga
unidos y en comunión de Vida, de
manera que, impida de una vez para
siempre, que se levanten entre nosotros muros ni fronteras, ni venganzas ni
odios, que nos puedan dividir y separar de esta vida trinitaria, que hemos
empezado a tener ya, con el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo. AMEN.
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