DOMINGO XX DEL T. ORDINARIO - C
SEÑOR,
DATE PRISA EN SOCORRERME
Por
Mª Adelina Climent Cortés O.P.
Muchas veces nos dirigimos
a Dios de manera exigente cuando nos vemos apurados, fruto de una sincera
confianza en su bondad y misericordia, y seguros de que, siempre nos tiene que
atender y bendecir, pues, nuestro Dios,
es un Dios que siempre salva. Tanto es así que, cuando nos vemos en
peligro, recurrimos al salmo 39 y le decimos sinceramente: “Señor, date prisa
en socorrerme”.
Este poema, es un salmo
mixto. La primera parte, la que hoy más comentamos, es un himno sálmico, de acción de gracias, y la parte final es una
súplica individual. Escrito en la época del exílio, nos acerca a la situación
de Jeremías hundido en el lodo del aljibe, y a todo su sufrimiento. Pero sobre
todo, nos habla el salmo, de la esperanza inquebrantable del profeta en,
Yahveh, al que ha servido con generosidad y valentía,
Comienza el salmo narrando
una magnífica intervención salvadora de Yahveh a favor del salmista:
Yo
esperaba con ansia al Señor;
él
se inclinó y escuchó mi grito.
Nuestro Dios, que siempre
nos salva, permite que pasemos por ciertas experiencias dolorosas, para que,
sufridas con amor, nos puedan conducir a una sincera vida de alabanza al Señor
y a pregonar y proclamar la salvación que nos viene de Él.
Me
levantó de la fosa fatal,
De
la charca fangosa;
afianzó
mis pies sobre roca
y
aseguró mis pasos.
Siempre que se experimenta
la salvación de Dios; su vida de amor en nosotros; el cumplimiento mutuo de la
alianza de amor y fidelidad establecido entre Dios y su pueblo, Yahveh, el
Señor, pone en la boca del salmista, y, en las de los que se unen a él, un cántico
nuevo, una alabanza y una bendición más sublime, con más contenido
espiritual, de manera que, al
escucharla, sobrecoge e invita a una mayor confianza y a un amor más sincero y
fiel:
Me
puso en la boca un cántico nuevo,
un
himno a nuestro Dios.
Muchos
al verlo quedaron sobrecogidos
y
confiaron en el Señor.
El salmista, que reconoce
con sinceridad su pobreza, sabe que, con su
Dios, Yahveh, lo tiene todo y esto le llena de alegre y sincera
confianza, hasta poder exclamar: ¡Cuantas maravillas has hecho Señor, Dios mío!
cuantos proyectos para nosotros. No hay nadie como tu, ni nadie que se te pueda
comparar:
Yo
soy pobre y desgraciado,
pero
el Señor se cuida de mí;
tú eres mi auxilio y mi liberación,
Dios
mío, no tardes.
Ahora, ya estamos curados por
aquel que nos ama y que tiene la
salvación plena para nosotros. Pero, antes, como Cristo Jesús, hemos de hacerla
nuestra, con esfuerzo y valentía, entregando nuestra vida por los demás, como
Él lo hizo por nosotros en la cruz, como
lo recuerda el Evangelio:
“TENGO QUE PASAR POR UN
BAUTISMO, ¡Y QUÉ ANGUSTIA HASTA QUE SE CUMPLA!”
El sufrimiento, nos va
asemejando a nuestro Salvador y nos une a los hombres como hermanos y seguidores
de Él, hijos todos de nuestro Padre Dios. Y nuestra misión es ser auténticos
seguidores de Cristo Jesús, viviendo nuestro cristianismo de manera profética,
con exigencia, denunciando lo malo, para que pueda aflorar lo bueno y virtuoso
y, esto, no es tarea fácil, sino que cuesta lo suyo.
Es pretender desenmascarar la falsa paz en la
que puede ocultarse la ambición, el desorden y el demasiado bienestar en que
vivimos, dando lugar a las grandes diferencias sociales que provocan guerras y
terrorismo. En cambio, hay que hacer surgir la vida de Dios que nos va salvando
y regenerando; la vida que siembra esperanza en todos. Y, todo este esfuerzo y
abnegación nos llevará, con Cristo Jesús, a alcanzar en plenitud la felicidad
de la promesa, la vida eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario