viernes, 16 de agosto de 2019

Domingo XX del T. O. -C



DOMINGO XX DEL T. ORDINARIO - C

SEÑOR, DATE PRISA EN SOCORRERME

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Muchas veces nos dirigimos a Dios de manera exigente cuando nos vemos apurados, fruto de una sincera confianza en su bondad y misericordia, y seguros de que, siempre nos tiene que atender y bendecir, pues, nuestro Dios,  es un Dios que siempre salva. Tanto es así que, cuando nos vemos en peligro, recurrimos al salmo 39 y le decimos sinceramente: “Señor, date prisa en socorrerme”.

                    Este poema, es un salmo mixto. La primera parte, la que hoy más comentamos, es un himno sálmico,  de acción de gracias, y la parte final es una súplica individual. Escrito en la época del exílio, nos acerca a la situación de Jeremías hundido en el lodo del aljibe, y a todo su sufrimiento. Pero sobre todo, nos habla el salmo, de la esperanza inquebrantable del profeta en, Yahveh, al que ha servido con generosidad y valentía, 

                    Comienza el salmo narrando una magnífica intervención salvadora de Yahveh a favor del salmista:

Yo esperaba con ansia al Señor;
él se inclinó y escuchó mi grito.

                    Nuestro Dios, que siempre nos salva, permite que pasemos por ciertas experiencias dolorosas, para que, sufridas con amor, nos puedan conducir a una sincera vida de alabanza al Señor y a pregonar y proclamar la salvación que nos viene de Él.

Me levantó de la fosa fatal,
De la charca fangosa;
afianzó mis pies sobre roca
y aseguró mis pasos.

                    Siempre que se experimenta la salvación de Dios; su vida de amor en nosotros; el cumplimiento mutuo de la alianza de amor y fidelidad establecido entre Dios y su pueblo, Yahveh, el Señor, pone en la boca del salmista, y, en las de los que se unen a él, un cántico nuevo, una alabanza y una bendición más sublime, con más contenido espiritual,  de manera que, al escucharla, sobrecoge e invita a una mayor confianza y a un amor más sincero y fiel:

Me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios.
Muchos al verlo quedaron sobrecogidos
y confiaron en el Señor.

                     El salmista, que reconoce con sinceridad su pobreza, sabe que, con su  Dios, Yahveh, lo tiene todo y esto le llena de alegre y sincera confianza, hasta poder exclamar: ¡Cuantas maravillas has hecho Señor, Dios mío! cuantos proyectos para nosotros. No hay nadie como tu, ni nadie que se te pueda comparar:

Yo soy pobre y desgraciado,
pero el Señor se cuida de mí;
 tú eres mi auxilio y mi liberación,
Dios mío, no tardes.

                    Ahora, ya estamos curados por aquel  que nos ama y que tiene la salvación plena para nosotros. Pero, antes, como Cristo Jesús, hemos de hacerla nuestra, con esfuerzo y valentía, entregando nuestra vida por los demás, como Él lo hizo por nosotros en la cruz, como  lo recuerda el Evangelio:

                    “TENGO QUE PASAR POR UN BAUTISMO, ¡Y QUÉ ANGUSTIA HASTA QUE SE CUMPLA!”

                    El sufrimiento, nos va asemejando a nuestro Salvador y nos une a los hombres como hermanos y seguidores de Él, hijos todos de nuestro Padre Dios. Y nuestra misión es ser auténticos seguidores de Cristo Jesús, viviendo nuestro cristianismo de manera profética, con exigencia, denunciando lo malo, para que pueda aflorar lo bueno y virtuoso y, esto, no es tarea fácil, sino que cuesta lo suyo.

                   Es pretender desenmascarar la falsa paz en la que puede ocultarse la ambición, el desorden y el demasiado bienestar en que vivimos, dando lugar a las grandes diferencias sociales que provocan guerras y terrorismo. En cambio, hay que hacer surgir la vida de Dios que nos va salvando y regenerando; la vida que siembra esperanza en todos. Y, todo este esfuerzo y abnegación nos llevará, con Cristo Jesús, a alcanzar en plenitud la felicidad de la promesa, la vida eterna.

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