DOMINGO II DE
CUARESMA – B
CAMINARÉ EN PRESENCIA DEL SEÑOR
Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.
Caminar en la presencia de Dios, es lo que pretende el que, agradecido,
recuerda los beneficios recibidos de su bondad, las maravillas que se ha
dignado obrar en él. Por eso, su gran deseo, ahora, es corresponderle
debidamente; es decir: viviendo y caminando con Él, escuchándole de cerca, con
el corazón repleto de amor y confianza.
El salmo 115 nos presenta esta situación. Es un salmo de
“acción de gracias” del tiempo del
posexílio. Pero nos habla, más bien, de
un agradecimiento sacrificial y de
alabanza, el que brota del interior de
uno mismo, es decir, desde una oración
profunda y sincera a Yahveh, el Dios que protege y salva siempre.
El salmista recuerda con
viveza, que, en una ocasión difícil y sufriente acudió al Señor buscando su
ayuda y consuelo y fue salvado del
peligro que corría, debido a que, lo hizo desde una situación de fe probada
en el dolor, y desde una gran confianza en
el que, siempre, es incapaz de querer el mal y la muerte de sus hijos:
Tenía fe, aun cuando dije:
“Qué
desgraciado sor”,
Mucho
le cuesta al Señor
la
muerte de sus fieles
Pero el salmista sigue
expresando, con nuevos detalles, los
sentimientos de felicidad que le unen a Yahveh por su liberación, con deseos de
tributarle una jubilosa y sentida alabanza, bien merecida, y con el fin de que
todos puedan conocerle mejor:
Señor,
yo soy tu siervo,
siervo
tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste
mis cadenas.
Te
ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando
tu nombre, Señor.
Más, este culto de acción
de gracias y alabanza jubilosa a Yahveh, expresión sincera y real de lo que el
rito litúrgico significa, quiere, el orante salmista, que sea público y en el templo, lugar querido y privilegiado para todo israelita,
por ser la residencia de Dios, y por tanto, donde, con más facilidad se le
encuentra y donde, mejor acoge los deseos de todo el que, con fe, le invoca:
Cumpliré
al Señor mis votos,
en
presencia de todo el pueblo;
en
el atrio de la casa del Señor,
en
medio de ti, Jerusalén.
También, todo nuestro
quehacer cristiano, ha de ser caminar siempre en presencia de Dios, viviendo en agradecimiento
y alabanza, junto al que nunca quiere nuestra muerte y sí nuestra salvación, y
que, para hacerla posible, tuvo que aceptar LA ENTREGA SACRIFICIAL
DE SU HIJO JESÚS EN LA CRUZ ,
fuente de luz y de amor para todos.
Y, nuestro caminar con Jesús y en Él, ha de
ser en recuerdo y agradecimiento al
Padre, que no perdonó a su propio Hijo, sino que, con Él y en Él, nos inundó de
felicidad y de alegría pascual. Caminos misteriosos, pero también
luminosos, porque, aún en las dificultades que lleva consigo la vida, nos hacen
vislumbrar y recordar las maravillas que Dios continuamente hace con nosotros,
y que, en ocasiones, también nos hacen exclamar: MAESTRO ¡QUÉ BIEN SE ESTÁ
AQUÍ!,
Lo
mismo que dijo Pedro a Jesús cuando se transfiguró ante ellos y pudieron oír
una voz de la nube que los cubría: “ÉSTE ES MI HIJO AMADO; ESCUCHATLO”.
Son los caminos que hacen posible el seguimiento de Cristo
Jesús y de su Evangelio, desde una fe madura y probada que nos ayuda a
profundizar en el Misterio de Amor, en
total escucha y sincera obediencia al Padre; con sentimientos profundos de acción de gracias,
en jubilosa y sincera alabanza y en comunión plena de Vida con Dios que nos
conducirán a gozar de Él durante toda la eternidad.