DOMINGO XXI DEL T. ORDINARIO
SEÑOR, TU MISERICORDIA ES ETERNA,
NO ABANDONES LA OBRA DE TUS MANOS
Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.
AGRADEZCAMOS A DIOS EL DON
DE LA FE, su misma vida en nosotros; la salvación que nos abre al gozo de su
amor, que nos descubre la verdad de su ser y nos introduce en su misma relación
de vida y comunión.
Y, porque, con la
salvación de Dios, fruto de su inmensa bondad para con los hombres, recibimos
más de lo que podemos imaginar y desear, agradecidos, le alabamos cantando el
salmo 137, con la certeza de que, siempre y en todo momento, nos seguirá
ayudando y favoreciendo.
Estamos ante un salmo de
acción de gracias colectivo, de los tiempos postexílicos, que reconoce y canta
las bondades de Yahveh para con Israel, su pueblo elegido. También celebra y
proclama su excelsitud y encumbramiento sobre los dioses de los pueblos
vecinos, víctimas de sus victorias, pero, que, llegan a reconocerlo como único Señor, al que hay que postrarse y
darle gracias en su santuario:
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
delante de los ángeles tañeré para ti.
Me postraré hacia tu santuario,
daré gracias a su santo nombre.
También, Yahveh, el Dios
de Israel, es el único Dios que escucha siempre con interés y atención; y el
que, atiende en todo momento cuando se le invoca, lo que, los otros dioses no
pueden hacer. Pero, Yahveh, actúa de
manera tan atenta y servicial, porque es fiel a La Alianza, a sus
promesas, y por lo tanto, misericordioso y leal con sus fieles, a los que se
complace en cuidar y amar. Y, es tanta su generosidad, tan grandes sus promesas, que superan su
fama, logrando así, que la fe, del que ora como el salmista, crezca en
intensidad, y pueda amar más y mejor:
Por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama.
Cuando te invoqué me escuchaste,
acreciste el valor de mi alma.
Yahveh, por ser un Dios
tan selecto y genial, se complace de manera especial, con los humildes y
sencillos; lo que no hace con los soberbios, que no son de su agrado; pero, en
su misericordia y lealtad, a todos ama y de todos se compadece, de manera que,
su vida en nosotros, es gracia y salvación, fruto de la gran obra de sus manos
que desea llevar a plenitud:
El Señor es sublime, se fija en el humilde
y de lejos conoce al soberbio.
Señor, tu misericordia es eterna
no olvides la obra de tus manos.
Y, esta hondura de fe, la
vida de Dios en nosotros, que crece con las obras de amor y que ensancha el
alma del orante dándole fuerza y valor, es la que, pudo arrancar de Pedro, la
más bonita y sublime confesión de fe sobre la divinidad de Cristo Jesús: “TÚ ERES EL MESÍAS, EL HIJO DE
DIOS VIVO” Reconociendo, de este modo, la grandeza, el poderío, la gloria y
excelsitud de Dios Padre en su Hijo Jesucristo, Señor de todo lo creado;
origen, guía, y meta del universo.
Poseer esta fe, es
pertenecer al pueblo convocado por Cristo Jesús, a su Iglesia, que, Él mismo,
como Roca firme, sostiene y fortalece, y que, es vida y comunión de todos los
creyentes. La Iglesia, que nos congrega como Madre y que, no cesa de confesar
la divinidad de su fundador con su fiel testimonio: viviendo, colaborando y
haciendo posible los planes de Dios con respecto a los hombres; su reinado entre nosotros.
Y, deber de todos los
hijos de La Iglesia, de todos los cristianos, es celebrar y confesar LA
SALVACIÓN GRATUITA DE DIOS EN SU HIJO JESUCRISTO, SEÑOR NUESTRO, para
testimoniarla con gozo y entusiasmo, de manera que, otros puedan aceptarla y
hacerla suya, hasta poder vivir en la misma comunión de amor a la que estamos
llamados, con el Padre, en su Hijo Cristo Jesús, por el Espíritu.