viernes, 13 de septiembre de 2019

Domingo XXIV del T.O.-C



DOMINGO XXIV DEL

T. ORDINARIO - C

  ME PONDRÉ EN CAMINO
ADONDE ESTÁ MI PADRE

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Nos da ocasión la liturgia de hoy, para reconocer, que son muchos los modos que tenemos para alejarnos de los caminos de Dios. Caminos que son siempre de misericordia y de bondad para nosotros,  y en los que Él  nos espera, con los brazos abiertos de Padre, para llenarnos del  gozo de su ternura.

                    Junto al  Sinaí, en pleno desierto, el pueblo de Israel, que había sido liberado de la esclavitud de Egipto, se aparta de Dios haciendo lo que no le agrada.  Moisés, abatido, expresa sus sentimientos de dolor a Yahveh, por el pecado de su pueblo; y, a Moisés, se une  la asamblea de los fieles, con humilde sinceridad, rezando el salmo 50, pues, todos nos sentimos pecadores: “Ten piedad de nosotros Señor”

                    Estamos ante el salmo 50, salmo penitencial por excelencia. Expresa el dolor, la angustia  y el desahogo de un pecador, que busca por encima de todo reconciliarse con Dios. Y, a la vez, es expresión colectiva del pecado de todo un pueblo, en este caso Israel, que al apartarse de Dios rompe con La Alianza, aunque no es así por parte del Señor Yahveh.

                    Redactado en los tiempos del posexílio, derribadas ya las murallas de Jerusalén, el inspirado autor lo pone en boca de David, cuando después de su pecado con Betsabé le visitó el profeta Natán. Se trata, pues,  de un salmo de súplica estructural,  que todos podemos hacer nuestro,  para hablar con Dios de nuestra insinceridad y de nuestro pecado y poder ser perdonados por Él, participando otra vez  de su inmensa alegría.

                    El principio del salmo, que es precioso, nos ayuda a dirigirnos   confiadamente a nuestro Padre Dios;  porque, lo único que quiere y lo que más le importa a Él, es llenar nuestro mundo de su misericordia y de su  bondad. La fidelidad del Señor es tan  grande, que, llenándolo todo, puede hacer que desaparezcan nuestras iniquidades y rebeldías. Solo se requiere, de nuestra parte, un reconocimiento humilde y una conversión sincera de corazón: 

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa.
Lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

                    Seguimos pidiendo a Dios un corazón limpio, que sepa responder a la fidelidad de Yahveh en La Alianza.  Y, cuando esta actitud es sincera en el hombre, el Señor, mediante el perdón, es capaz de renovarnos interiormente, de modo que, podemos pasar a ser una nueva creación, siendo las criaturas nuevas, que harán realidad la gozosa novedad del Reinado de Dios, fruto siempre, y principalmente, de su amor y perdón: 

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

                    El salmista, que ha reconocido con humildad su pecado y ha buscado el perdón de Yahveh, se experimenta, de nuevo,  tan cerca y querido de Él,  como lo estaba antes. Así, todo sigue de nuevo su camino, el  de la salvación;  o todo vuelve a empezar, porque el amor de Dios no había terminado, pues el Señor no deja de amar nunca, ya que, su misericordia durará por siempre jamás. Pero la renovación del corazón, que lleva consigo este nuevo acercamiento a Él,  es más plena y hermosa, ya que,  devuelve  la alegría nueva de la salvación con mayor intensidad y originalidad:

Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado,
un  corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias.

                    Dios, no nos desprecia nunca,  al contrario, nos quiere con locura y siempre está esperando, que en toda tribulación y desasosiego, en todas lucha, dolor o pecado, inmediatamente podamos dirigirnos a Él con sinceridad y con renovada alegría:

   “ME PONDRÉ EN CAMINO ADONDE ESTÁ MI PADRE”

  CON LA SEGURIDAD DE QUE, NOS RECIBIRÁ CON UN ABRAZO DE AMOR, GOZOSO Y ETERNO, FRUTO DE SU GRAN MISERICORDIA.

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