DOMINGO III DE ADVIENTO - A
VEN,
SEÑOR, A SALVARNOS
Por
Mª Adelina Climent Cortés O.P.
¡VEN, SEÑOR, A SALVARNOS!
Es el grito esperanzado y gozoso de las lecturas bíblicas de este domingo,
tercero de adviento, con el fin de aunar, en el mismo anhelo, el deseo de todos
los que esperamos, con ilusión y alegría, el nacimiento del Señor Jesús,
nuestro Redentor y Salvador. Es la alegría gozosa que, poéticamente expresaba
Isaías en el renacer de la naturaleza por la bondad salvadora de Dios, al
pueblo Israel, cuando, al regresar de Babilonia, atravesaba el desierto antes de llegar a Sión: “El desierto y el
yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor
de narciso” Y, también, ante el desánimo y la desolación: “Mirad a vuestro
Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.
Y, porque el Señor siempre
es fiel en el cumplimiento de sus promesas, y en toda ocasión nos acompaña sin
abandonarnos nunca, pudiendo apoyar en él nuestra fe y esperanza, le alabamos y
ensalzamos cantando el salmo 143
El
Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace
justicia a los oprimidos,
da
pan a los hambrientos.
El
Señor libera a los cautivos.
Este salmo, es un himno de alabanza a Yahveh, creador y defensor de los
oprimidos. Se canta al Señor, que en
todo momento ejerce su poder salvador a través de su bondad y misericordia.
También, el salmo, aclama y ensalza a Yahveh, porque, en su reinado, los menesterosos,
los pobres y los desvalidos, que son
los que de verdad se lo pasan mal, son los primeros en sus atenciones y
por esto, precisamente, los más queridos de Él:
El
Señor abre los ojos al ciego,
el
Señor endereza a los que ya se doblan,
el
Señor ama a los justos,
el
Señor guarda a los peregrinos.
Y, porque, Yahveh, es un Rey que gobierna y
reina de manera diferente a como lo hacen los príncipes de esta tierra, que no
satisfacen porque no pueden salvar, ejerce rectamente su poder y justicia,
ayudando al pobre y al que sufre y estorbando los planes del que le oprime y se
aprovecha de él. Y, porque puede obrar de esta manera, es digno de reinar
eternamente y de ser aclamado por sus fieles en todos los lugares del orbe:
Sustenta
al huérfano y a la viuda
y
trastorna el camino de los malvados.
El
Señor reina eternamente,
tu
Dios, Sión de edad en edad.
Este reinado ideal anunciado por Isaías y
deseado por Israel, el pueblo que Dios se escogió como heredad, inició su
cumplimiento en la encarnación de Jesús, el Hijo de Dios, el enviado del Padre,
EL MESÍAS ESPERADO: “¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?
A lo que responde Jesús: “Id y anunciad a Juan lo que estáis viendo y oyendo:
los ciegos ven, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos
resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”.
Es lo que estos días
preparamos celebrar con alegría y gozo desbordante, el nacimiento de Jesús,
nuestro salvador. Y con esta espera, también seguimos esperando, con paciencia
y constancia, AL MISMO JESÚS, EL MESÍAS SALVADOR, que llegará al final de los
tiempos con su justicia y verdad, y que, aún sigue siendo el “desconocido” para mucha gente, que,
incapaces de descubrir sus signos de
bondad, no pueden beneficiarse de su
luz regeneradora, ni tampoco gozar del amor, de la paz y de los demás dones que
nos trae La Navidad.
Pero, los creyentes, los
que ya pregustamos su Salvación y poseemos la gozosa esperanza de poseerla en
plenitud, hemos de ser capaces de dar testimonio de nuestra fe, haciendo lo que
Jesús hizo; es decir, consolando y ejerciendo la misericordia con los más
pobres y desvalidos, con los más necesitados, de manera que, vayamos construyendo
su Reino, en el que todos, incluso los más alejados del Sumo Bien, puedan
recibir de Cristo Jesús, la salvación plena de la vida eterna, donde habrá
justicia y abundancia de pan para todos.
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