DOMINGO IV DE ADVIENTO - A
VA A ENTRAR EL SEÑOR: ÉL ES EL REY DE LA
GLORIA
Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.
Celebramos con gozo, que LA
SALVACIÓN DE CRISTO NOS LLEGA POR MARÍA, elegida por Dios para ser LA
MADRE DE SU HIJO JESÚS. Y, hoy, la recordamos, con agradecimiento, junto con su
esposo José, de la estirpe de David, de la que tenía que nacer el MESÍAS
SALVADOR, como estaba anunciado. Y, con María y José, preparamos y esperamos
con ilusión y regocijo la fiesta de La Navidad, la entrada del Señor, del Rey
de La Gloria, en nuestro mundo, cantando el salmo 23, ya que, su poder y
dominio universal, es la base de su bendición salvífica.
Este salmo lo cantaba Israel, de manera festiva y jubilosa, recordando
la entrada del Arca de La Alianza en el primer santuario de Sión, cuando la
presencia de Yahveh, el Dios creador y Señor de los Ejércitos, invadía el
templo y lo llenaba de su gloria:
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
Y, porque, para celebrar
litúrgicamente y desde la fe, la salvación de Jesús, el Rey de la gloria, se
necesitan unas condiciones, vamos a recordar las que se exigían a los israelitas
para subir al monte del Señor y entrar en su santuario, en el que residía su
trono de gloria con todo su poder, esplendor
y majestad:
¿Quién subirá al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes
y puro corazón.
Estas condiciones son las indispensables para caminar con rectitud y
sinceridad por la vida y, también, para
responder debidamente al don de Dios, estar en su presencia y recibir su
gracia, junto con todas las demás
bendiciones salvadoras:
Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Este es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
Pero, Dios, y su Salvación,
cuando llegó la plenitud de los tiempos, se nos manifestó de manera más
perfecta en su Hijo Jesús, que se encarnó y se hizo hombre, con el fin de venir a nuestro encuentro para invadir el
mundo de su amor y habitar, no desde el templo, sino en cada uno de los hombre
y mujeres, por lo que se le impuso el nombre de “EMMANUEL”, QUE SIGNIFICA DIOS
CON NOSPTROS”
Y, por tanto, es en nuestro corazón donde, como María, su Madre, le
recibimos y le hacemos nacer para nosotros mismos y para los demás; pues, su Salvación, el don más sublime de Dios
a la humanidad, y también, su bondad, su amor, y todas sus gracias, que, por ser difusivas, nunca descansan, han
de tomar posesión en todas las personas
y en el orbe entero.
Que, de verdad, este deseo de Dios de ser y estar con nosotros, nos
llene de gozo en las fiestas de Navidad y que, toda nuestra vida, sea un
preparar y celebrar su venida, porque ÉL VIENE SIEMPRE y cada vez con mayor intensidad, hasta que
lo haga para siempre.
Esperémosle, pues, con la misma ternura y disponibilidad de María, y con la entereza y el amor
bondadoso de José, para adorarle con la sencillez y la alegría de los pastores
y con los cantos de bendición y alabanza de los ángeles, porque, ciertamente, “VA A ENTRAR EL SEÑOR:
ÉL ES EL REY DE LA GLORIA”
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