DOMINGO III DE CUARESMA - A
ESCUCHAREMOS
TU VOZ, SEÑOR
Por
M. Adelina Climent Cortés O.P.
Dios, siempre está con los
hombres y en todo lo creado, nunca descansa, pues, lo propio suyo es amarnos;
querernos es su mejor ocupación. Y, aunque parece que se oculta en las
dificultades y pruebas de la vida, Él siempre está firme a nuestro lado,
ofreciéndonos ayuda y comunión, exigiéndonos confianza y amistad, ya que, lo
único que pretende es salvarnos, que busquemos su cercanía, y saciar nuestra
sed de infinitud.
Y, porque, a pesar de
conocer su comportamiento, algunas veces desconfiamos de su poder y de su
bondad, como ya lo hizo el pueblo de
Israel, que pecó y se desesperó en el desierto contra Yahveh,
cuando con mano fuerte los sacó de la esclavitud de Egipto para conducirlos a
la tierra prometida, imploramos su gran misericordia cantando el salmo 94,
orando y meditando su contenido:
El salmo, que reproduce
una liturgia profética, en su primera parte es un himno procesional, que los
israelitas cantaban acompañado de vítores y músicas, mientras subían al Templo
con actitud ferviente de adoración, propia de los que han puesto su confianza, en Yahveh, y tienen la
seguridad de que su fuerza y poder les
acompañará en todo momento:
Venid,
aclamemos al Señor,
demos
vítores a La Roca que nos salva;
entremos
a su presencia dándole gracias,
vitoreándolo
al son de instrumentos.
El celebrante, con voz
vibrante y entusiasmada, invita a los fieles a entrar en el templo para
alabar, bendecir y proclamar con gozo a
Yahveh; para escuchar su voz y para contemplar la gloria del que siempre les protege, como pastor y guía del
pueblo:
Entrad,
postrémonos por tierra,
bendiciendo
al Señor, creador nuestro.
Porque
él es nuestro Dios
y
nosotros su pueblo,
el
rebaño que él guía.
Los versos de la segunda
parte del salmo son un oráculo divino, en el que, Yahveh, recuerda a los
israelitas los episodios que vivieron sus antepasados en el desierto, cuando
fueron probados porque les faltó el agua y pensaban que iban a morir de sed,
diciéndose: ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros? Pero, Dios, siempre
fiel a sus promesas, calmó el ardor de sus bocas.
También el oráculo divino
es una invitación a escuchar su voz, y a ser fieles a La Alianza que pactó con
ellos, cuando los eligió pueblo suyo, entre todos los demás:
Ojalá
escuchéis hoy su voz:
“No
endurezcáis el corazón como en Meribá,
como
el día de Massá en el desierto,
cuando
vuestros padres me pusieron a prueba
y
me tentaron, aunque habían visto mis obras”.
En los tiempos plenos que
vivimos, mas que nunca, Dios está en medio de nosotros en la persona de
Jesucristo, su Hijo querido, trasmitiéndonos su amor y salvación. Y el gran
empeño de Cristo Jesús para todos sus seguidores, para los que intentamos vivir
de la misma manera que Él vivió, es que, nunca nos sintamos sedientos, ya que
Él es la fuente de agua viva, capaz de
saciar la sed y todos los deseos de felicidad y eternidad de los hombres; por
eso pudo decirnos: “... EL QUE BEBA DEL
AGUA QUE YO LE DARÉ, NUNCA MÁS TENDRÁ SED: el agua que yo le daré se convertirá
dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”.
Y, Jesús, el que puede
saciarnos en todo momento, humildemente se acerca a nosotros para pedirnos:
“DAME DE BEBER”, es decir, calma mi sed con tú sed, y para ello dame tú sed de
vida, de frescura, de salvación... y, solo así, quedará saciada tú sed y la
mía; sólo así descansarás en mí y yo en ti, siempre, y para toda una eternidad.
Pero, también quiere
Jesús, que mostremos a los demás nuestra sed y la de Él, sed de justicia, de
liberación, de paz, de fraternidad; sed que va convirtiendo nuestro mundo en un
vergel de flores frescas, regadas con las fuentes de agua viva que manan de su
bondad, como será el bendito Reino de Dios, acogido por todos y para todos.
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