domingo, 2 de octubre de 2016

Domingo XXVII del T.O.-C


«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar.” Y os obedecería.

DOMINGO XXVII DEL T. ORDINARIO - C



ESCUCHAREMOS TU VOZ, SEÑOR

Por Mª Adelina Climent Cortés  O P.


                    Dios nos habla al corazón y quiere que le escuchemos, que estemos atentos a su voz y que, con fe y esperanza, acudamos a Él en nuestras dudas y necesidades.

                    Lo mismo que  Habacuc, en la primera lectura bíblica de este domingo, nos  preguntamos más de una vez: ¿por qué tanto mal, tantas víctimas, tantas guerras y  terrorismo? ¿Por qué todo esto, Señor? Y, siempre, Dios, nos invita a esperar y tener fe diciéndonos: “el justo vivirá por su fe”.

                    Y, el salmo 94, nos mueve a escuchar la voz del Señor, para  abrir nuestro corazón confiado a sus designios, que siempre son de amor y de salvación. Él, es, el Pastor de todo el pueblo y siempre camina a nuestro lado.

                    El salmo 94, de los tiempos del posexílio, está compuesto por dos partes diferentes que se unifican y completan: Comienza con  un himno a Yahveh, soberano y rey de todos los pueblos y creador del universo, que es, una  invitación a aclamarle con júbilo, y, a festejarle, por ser nuestra fortaleza, nuestro creador y salvador; el que nos conduce y guía, con  fidelidad y amor, hacia la tierra prometida:

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
vitoreándolo al son de instrumentos.

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

                    Continúa el salmo, con un oráculo divino, que contiene una advertencia severa y dura para los israelitas. Les  recuerda los tiempos anteriores cuando “sus padres” pecaron después de haber sido liberados de la esclavitud de Egipto, no siendo fieles a La Alianza que pactaron con Yahveh, resumida así: Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo. Pecado, este, que ha perdurado a través de los tiempos,  y que, Israel, es consciente de ello, ya que, normalmente, nunca ha podido ser fiel a esta alianza con Yahveh, el único Dios, que cumple siempre sus promesas:

“No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Massá en el desierto,
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras”

                    Si Israel, el pueblo elegido de Yahveh, no podía soportar saberse pecador, infiel a la alianza, lo mismo nos ocurría a nosotros, esclavos como éramos todos del pecado. Y, es Cristo Jesús, el que ha salvado esta situación, desgraciada y dolorosa, con su muerte y resurrección gloriosa, estableciendo La Nueva y Eterna Alianza, en la que, anulando lo antiguo y caduco, ha hecho de nosotros criaturas nuevas, dentro de una creación nueva,  en su Reino glorioso que ya ha comenzado aquí, pero que llegará a su plenitud en la vida eterna.

                    Hacia este Reino, caminamos con Jesús. Él, nos va conduciendo a la deseada meta, ya que, se nos ha manifestado como el camino, la verdad y la vida de todos los hombres, de la humanidad entera. Es el Camino que conduce al Padre, y, es al mismo tiempo meta, porque es La Verdad que todos buscamos y a la que queremos llegar, y alcanzar en plenitud; por tanto, es La Vida, feliz y eterna,  de la que todos gozaremos, en  Jesús y junto al Padre.

                    Pero este camino y este seguimiento de Cristo Jesús, ha de hacerse desde la fe en la que debemos vivir, guiados por la fuerza del Espíritu que, desde dentro, nos empuja y guía hacia le meta prometida y anhelada. También, por nuestra parte, esta fe ha de ser pedida al Señor, como lo hacían los apóstoles:

                   “SEÑOR: AUMENTA NUESTRA FE”


                  Y esta fe, además de ser un don de Dios, se adquiere y  crece recibiendo y comiendo el Pan Eucarístico, manjar de vida eterna, y, se vive, desde la gozosa esperanza  de que Jesús, nuestro salvador, el salvador de nuestra Historia, de la humanidad entera, nos introducirá con Él en el banquete de fiestas, en el que  celebraremos su gloriosa eternidad.

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