«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar.” Y os obedecería.
DOMINGO XXVII DEL T. ORDINARIO - C
ESCUCHAREMOS
TU VOZ, SEÑOR
Por
Mª Adelina Climent Cortés O P.
Dios nos habla al corazón
y quiere que le escuchemos, que estemos atentos a su voz y que, con fe y
esperanza, acudamos a Él en nuestras dudas y necesidades.
Lo mismo que Habacuc, en la primera lectura bíblica de
este domingo, nos preguntamos más de
una vez: ¿por qué tanto mal, tantas víctimas, tantas guerras y terrorismo? ¿Por qué todo esto, Señor? Y,
siempre, Dios, nos invita a esperar y tener fe diciéndonos: “el justo vivirá
por su fe”.
Y, el salmo 94, nos mueve
a escuchar la voz del Señor, para abrir
nuestro corazón confiado a sus designios, que siempre son de amor y de
salvación. Él, es, el Pastor de todo el pueblo y siempre camina a nuestro lado.
El salmo 94, de los
tiempos del posexílio, está compuesto por dos partes diferentes que se unifican
y completan: Comienza con un himno a
Yahveh, soberano y rey de todos los pueblos y creador del universo, que es,
una invitación a aclamarle con júbilo,
y, a festejarle, por ser nuestra fortaleza, nuestro creador y salvador; el que
nos conduce y guía, con fidelidad y
amor, hacia la tierra prometida:
Venid,
aclamemos al Señor,
demos
vítores a la Roca que nos salva;
entremos
a su presencia dándole gracias,
vitoreándolo
al son de instrumentos.
Entrad,
postrémonos por tierra,
bendiciendo
al Señor, creador nuestro.
Porque
él es nuestro Dios
y
nosotros su pueblo,
el
rebaño que él guía.
Continúa el
salmo, con un oráculo divino, que contiene una advertencia severa y dura para
los israelitas. Les recuerda los
tiempos anteriores cuando “sus padres” pecaron después de haber sido liberados
de la esclavitud de Egipto, no siendo fieles a La Alianza que pactaron con
Yahveh, resumida así: Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo. Pecado,
este, que ha perdurado a través de los tiempos, y que, Israel, es consciente de ello, ya que, normalmente, nunca
ha podido ser fiel a esta alianza con Yahveh, el único Dios, que cumple siempre
sus promesas:
“No
endurezcáis el corazón como en Meribá,
como
el día de Massá en el desierto,
cuando
vuestros padres me pusieron a prueba
y
me tentaron, aunque habían visto mis obras”
Si Israel, el pueblo elegido de Yahveh, no podía
soportar saberse pecador, infiel a la alianza, lo mismo nos ocurría a nosotros,
esclavos como éramos todos del pecado. Y, es Cristo Jesús, el que ha salvado
esta situación, desgraciada y dolorosa, con su muerte y resurrección gloriosa,
estableciendo La Nueva y Eterna Alianza, en la que, anulando lo antiguo y
caduco, ha hecho de nosotros criaturas nuevas, dentro de una creación
nueva, en su Reino glorioso que ya ha
comenzado aquí, pero que llegará a su plenitud en la vida eterna.
Hacia este Reino,
caminamos con Jesús. Él, nos va conduciendo a la deseada meta, ya que, se nos
ha manifestado como el camino, la verdad y la vida de todos los hombres, de la
humanidad entera. Es el Camino que conduce al Padre, y, es al mismo tiempo
meta, porque es La Verdad que todos buscamos y a la que queremos llegar, y
alcanzar en plenitud; por tanto, es La Vida, feliz y eterna, de la que todos gozaremos, en Jesús y junto al Padre.
Pero este camino y este seguimiento de Cristo Jesús,
ha de hacerse desde la fe en la que debemos vivir, guiados por la fuerza del
Espíritu que, desde dentro, nos empuja y guía hacia le meta prometida y
anhelada. También, por nuestra parte, esta fe ha de ser pedida al Señor, como
lo hacían los apóstoles:
“SEÑOR: AUMENTA NUESTRA FE”
Y esta fe, además de ser un
don de Dios, se adquiere y crece
recibiendo y comiendo el Pan Eucarístico, manjar de vida eterna, y, se vive,
desde la gozosa esperanza de que Jesús,
nuestro salvador, el salvador de nuestra Historia, de la humanidad entera, nos
introducirá con Él en el banquete de fiestas, en el que celebraremos su gloriosa eternidad.
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