sábado, 15 de octubre de 2016

Domingo XXIX del T. O.- C


DOMINGO XXIX DEL T. ORDINARIO - C

                                 EL AUXILIO ME VIENE DEL SEÑOR

 QUE HIZO EL CIELO Y LA TIERRA

Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.


                    Dios, que nos ama como un padre a sus hijos, espera nuestra cercanía y cariño. Desea, también, que nos comuniquemos con Él, que le escuchemos, y que le hablemos,  confiadamente, de las necesidades que tenemos y de las angustias que pasamos, pues, es un Dios, que siempre nos acoge y bendice.

                    También, nosotros, en nuestro interior, sentimos un fuerte anhelo, que nos impulsa hacia Dios; que desea  experimentar su cercanía, y expresarle nuestras  inseguridades y vivencias, como lo hacemos, hoy, con el salmo 120, que es, una oración preciosa y confiada, en  la que, Israel, se comunicaba con Yahveh, el Dios siempre fiel, que ama y guarda  a  su pueblo, y del  que, nosotros, podemos decir con el salmista: “nuestro auxilio nos viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”.

                    De la época del posexílio, es uno de los  “salmos de las subidas”, en el que, el orante reza a Yahveh, no, solo, con los sentimientos del corazón; también lo hace con los gestos, elevando los ojos hacia Él, logrando, de esta manera, hacer más expresiva su plegaria. La introducción del salmo es un diálogo en el que, el peregrino, hace una pregunta al sacerdote encargado del templo, y que, a continuación, él mismo se contesta: 

Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?,
el auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

               Seguidamente, comienza la  parte segunda del salmo formada por un oráculo. El salmista,   expresa muy bien,  la seguridad que  Yahveh ofrece a sus fieles en todo momento, ya que, aunque todos han de dormir, porque el cuerpo necesita el descanso necesario para recuperar sus fuerzas, el Dios de Israel nunca lo hace, pues,  siempre y en toda ocasión, ha de guardar a sus fieles de los  peligros que puedan acaecer:

No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.

                    Del mismo modo, Yahveh, el Dios que siempre es bueno y fiel, porque, en todo momento  acoge y guarda a su pueblo con amor, es el que,  también, se goza estando cerca de sus fieles, a los que protege y cuida con esmero y detalle, para que, de esta manera, puedan sentirse confiados y seguros  en las dificultades del vivir cotidiano:


El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha,
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.

El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.

                    Es, pues, la oración insistente y confiada, la que nos acerca a nuestro Dios, con la seguridad de que, nos salva siempre con su amor. Y, a Dios  acudía, también,  Cristo Jesús, invocándole asiduamente, y con más intensidad, en las ocasiones importantes de su vida, dándonos así ejemplo de humildad y sumisión. Sobre todo, Cristo Jesús  imploró con sencillez al Padre, al único que podía librarle de la situación atroz que vivía, su auxilio y salvación, en el momento culminante de su pasión y muerte, por lo que fue salvado y resucitado gloriosamente.

                    Y, en la lectura evangélica de La Eucaristía nos advierte: si el juez injusto, de la parábola, hizo justicia ante sus adversarios, a una viuda, porque le molestaba su gran insistencia,  ¿como DIOS, “NO HARÁ JUSTICIA A SUS ELEGIDOS QUE LE GRITAN DÍA Y NOCHE?. Os aseguro que les hará justicia sin tardar”.
                   
                   De este modo, Jesús, se ha convertido, para todos nosotros, en el modelo y guía; al que siempre debemos imitar y seguir en nuestro vivir cotidiano, que ha de ser una continua invocación a Dios Padre, intercediendo a favor nuestro y de toda la humanidad, que tanto vive y sufre la angustia, la miseria, la guerra y la opresión. Porque, de todo ello nos puede liberar Dios, con  su justicia salvadora, si con fe humilde y sincera confianza se lo pedimos, ya que, nunca “duerme ni reposa el guardián de Israel”.


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