DOMINGO XXIX DEL T. ORDINARIO - C
EL AUXILIO ME VIENE DEL SEÑOR
QUE HIZO EL CIELO Y LA TIERRA
Por Mª Adelina Climent Cortés
O.P.
Dios, que nos ama como un padre a sus hijos, espera nuestra cercanía y
cariño. Desea, también, que nos comuniquemos con Él, que le escuchemos, y que
le hablemos, confiadamente, de las
necesidades que tenemos y de las angustias que pasamos, pues, es un Dios, que
siempre nos acoge y bendice.
También, nosotros, en nuestro interior, sentimos un fuerte anhelo, que
nos impulsa hacia Dios; que desea
experimentar su cercanía, y expresarle nuestras inseguridades y vivencias, como lo hacemos,
hoy, con el salmo 120, que es, una oración preciosa y confiada, en la que, Israel, se comunicaba con Yahveh, el
Dios siempre fiel, que ama y guarda
a su pueblo, y del que, nosotros, podemos decir con el
salmista: “nuestro auxilio nos viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”.
De la época del posexílio, es uno de los “salmos de las subidas”, en el que, el orante reza a Yahveh, no,
solo, con los sentimientos del corazón; también lo hace con los gestos,
elevando los ojos hacia Él, logrando, de esta manera, hacer más expresiva su
plegaria. La introducción del salmo es un diálogo en el que, el peregrino, hace
una pregunta al sacerdote encargado del templo, y que, a continuación, él mismo
se contesta:
Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?,
el auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
Seguidamente, comienza la parte segunda del salmo formada por un
oráculo. El salmista, expresa muy
bien, la seguridad que Yahveh ofrece a sus fieles en todo momento,
ya que, aunque todos han de dormir, porque el cuerpo necesita el descanso
necesario para recuperar sus fuerzas, el Dios de Israel nunca lo hace,
pues, siempre y en toda ocasión, ha de
guardar a sus fieles de los peligros
que puedan acaecer:
No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.
Del mismo modo, Yahveh, el Dios que siempre es bueno y fiel, porque, en
todo momento acoge y guarda a su pueblo
con amor, es el que, también, se goza
estando cerca de sus fieles, a los que protege y cuida con esmero y detalle,
para que, de esta manera, puedan sentirse confiados y seguros en las dificultades del vivir cotidiano:
El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha,
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y
salidas,
ahora y por siempre.
Es, pues, la oración insistente y confiada, la que nos acerca a nuestro
Dios, con la seguridad de que, nos salva siempre con su amor. Y, a Dios acudía, también, Cristo Jesús, invocándole asiduamente, y con más intensidad, en
las ocasiones importantes de su vida, dándonos así ejemplo de humildad y
sumisión. Sobre todo, Cristo Jesús imploró
con sencillez al Padre, al único que podía librarle de la situación atroz que
vivía, su auxilio y salvación, en el momento culminante de su pasión y muerte,
por lo que fue salvado y resucitado gloriosamente.
Y, en la lectura evangélica de La Eucaristía nos advierte: si el juez
injusto, de la parábola, hizo justicia ante sus adversarios, a una viuda,
porque le molestaba su gran insistencia,
¿como DIOS, “NO HARÁ JUSTICIA A SUS ELEGIDOS QUE LE GRITAN DÍA Y NOCHE?.
Os aseguro que les hará justicia sin tardar”.
De este modo, Jesús, se ha convertido, para todos nosotros, en el modelo
y guía; al que siempre debemos imitar y seguir en nuestro vivir cotidiano, que
ha de ser una continua invocación a Dios Padre, intercediendo a favor nuestro y
de toda la humanidad, que tanto vive y sufre la angustia, la miseria, la guerra
y la opresión. Porque, de todo ello nos puede liberar Dios, con su justicia salvadora, si con fe humilde y
sincera confianza se lo pedimos, ya que, nunca “duerme ni reposa el guardián de
Israel”.
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