DOMINGO XXVI DEL T. ORDINARIO - C
ALABA, ALMA MÍA, AL SEÑOR
Por Mª Adelina Climent
Cortés O.P.
Tenemos un Dios que nos revela su bondad
estando, siempre, a favor de los más pobres, a los que mira y ama con cariño
especial y, a los que quiere salvar de toda opresión y violencia, con el poder
que le viene de su realeza. Sabiéndonos protegidos por este Dios, Rey de todo lo creado y porque, también, nos
sentimos pobres y necesitados de su
misericordia, desde una fe confiada y
agradecida, podemos decir con el salmista: “Alaba, alma mía, al Señor”
Después de esta sencilla plegaria a Dios, seguimos cantando el salmo 145. Es un himno
de alabanza, siendo de los pocos salmos
que llevan “alelúya”. Escrito, en el
posexílio, recoge la pobreza y el ambiente de extrema necesidad que vivía
entonces Israel. Situación que le hacía vivir anhelando las promesas salvadoras
de Yahveh, y que, el pueblo, a la vez, intuía que ya habían empezado a hacerse
presentes, precisamente, por esta
manera de actuar que tenía
Yahveh en favor de los más pobres y
humildes. También, se consiguió, que los israelitas tomasen conciencia de esta realidad, que logró despertar en todo Israel los deseos de
superación y de trabajo, en la restauración
de la patria:
Él hace justicia a los
oprimidos,
da pan a los hambrientos,
liberta a los oprimidos.
El salmista, contento y
gozoso con Yahveh, el Dios que, sobre todo, se vuelca con los más débiles y
afligidos, va enumerando las acciones que realiza para salvarlos y sanarlos,
fruto, todas ellas, de su abundante misericordia, plasmada en hechos sociales y
concretos que, el pueblo, sabe recibir
y apreciar.
Yahveh, más que un Rey
poderoso, creador y omnipotente es, para Israel, un Dios sencillo y humilde, el
mejor de los Reyes de los pueblos, que,
además de salvar a los más necesitados y miserables, sabe amar a los justos, por ser los que no se aprovechan de los
pobres; y, también, ama a los peregrinos, los que viven desprendidos de todo
y sólo buscan la cercanía y el consuelo de Yahveh:
.
El Señor abre los ojos al
ciego,
el Señor endereza a los que
ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor
guarda a los peregrinos.
El cuidado amoroso de Dios sobre los demás,
recae en lo cotidiano, en la realidad
sencilla de la vida ordinaria. Acciones, estas, las de Yahveh, difíciles de
imitar, porque exigen un desposeerse de lo propio, y, porque, la atención a lo
superfluo, impide sentirse libre y sin preocupaciones.
También, el orante del salmo señala que, el
Dios que nos salva a todos y que ama a
los pobres de esa manera tan suya y especial, lo hará siempre con el poder que
le otorga su realeza, pues, es un Dios
que, en su eternidad, lo supera y trasciende todo hasta transformarlo en felicidad y bendición:
Sustenta al huérfano y a la
viuda
y trastorna el camino de
los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.
El salmo 145, interpreta y hace suya la lectura
del profeta Amós. Solo un Dios, como el nuestro, volcado con tanto amor
hacia los pobres y sencillos, es el Rey
que mejor hace justicia y puede salvar a los humillados, a los que más sufren,
y castigar a los que, siendo ricos, explotan a los pobres en vez de compartir
sus bienes con ellos, pues, el Señor, nos ha creado para ser solidarios, vivir
en comunión y luego recibir la felicidad eterna:
Narra el Evangelio: “Sucedió que se murió el
mendigo y los ángeles lo llevaron al
seno de Abrahán. También murió el rico; y estando en el infierno vio de lejos a
Lázaro en el seno de Abrahán; y gritó a
Abrahán, implorando su misericordia. A lo que contesto:
“- Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en
vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú
padeces”
Los cristianos sabemos que, Cristo Jesús, es el
que, mejor imitó la manera de actuar de Dios, como verdadero Rey del pueblo y
Señor de las promesas. Toda su vida fue un continuo practicar las bienaventuranzas
anunciando que, “de los pobres es el reino de los cielos” Y, fue compasivo y
misericordioso hasta el extremo de entregarse, en vida, por la causa de todos.
De esta manera, inició su Reino y el de Dios, en el que, los humildes y
sencillos serán los primeros y preferidos, y en el que, gozaremos por toda una
eternidad los que, durante esta vida hemos intentado imitar la conducta de
Jesús, que fue la misma que la del Padre Celestial.
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