sábado, 24 de septiembre de 2016

Domingo XXVI del T. O.-C


DOMINGO XXVI DEL T. ORDINARIO - C

ALABA, ALMA MÍA, AL SEÑOR

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Tenemos un Dios que nos revela su bondad estando, siempre, a favor de los más pobres, a los que mira y ama con cariño especial y, a los que quiere salvar de toda opresión y violencia, con el poder que le viene de su realeza. Sabiéndonos protegidos por este Dios, Rey  de todo lo creado y porque, también, nos sentimos  pobres y necesitados de su misericordia, desde  una fe confiada y agradecida, podemos decir con el salmista: “Alaba, alma mía, al Señor”

                    Después de esta sencilla plegaria a Dios,  seguimos cantando el salmo 145. Es un himno de alabanza, siendo  de los pocos salmos que llevan “alelúya”.  Escrito, en el posexílio, recoge la pobreza y el ambiente de extrema necesidad que vivía entonces Israel. Situación que le hacía vivir anhelando las promesas salvadoras de Yahveh, y que,   el pueblo, a la vez,  intuía que ya habían empezado a hacerse presentes, precisamente, por esta  manera  de actuar que tenía Yahveh  en favor de los más pobres y humildes. También, se consiguió, que los israelitas tomasen  conciencia de esta realidad, que logró  despertar en todo Israel los deseos de superación y de trabajo,  en la restauración de la patria:

Él hace justicia a los oprimidos,
      da pan a los hambrientos,
        liberta a los oprimidos.

                    El salmista, contento y gozoso con Yahveh, el Dios que, sobre todo, se vuelca con los más débiles y afligidos, va enumerando las acciones que realiza para salvarlos y sanarlos, fruto, todas ellas, de su abundante misericordia, plasmada en hechos sociales y concretos que, el pueblo, sabe recibir  y apreciar.

                    Yahveh, más que un Rey poderoso, creador y omnipotente es, para Israel, un Dios sencillo y humilde, el mejor de los Reyes de los pueblos,  que, además de salvar a los más necesitados y miserables,  sabe amar a los justos, por ser los que no se aprovechan de los pobres; y, también, ama a los peregrinos, los que viven desprendidos de todo y  sólo buscan  la cercanía y el consuelo de Yahveh:
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El Señor abre los ojos al ciego,  
                                        el Señor endereza a los que ya se doblan,
     el Señor ama a los justos,
                                               el Señor guarda a los peregrinos.

                    El cuidado amoroso de Dios sobre los demás, recae  en lo cotidiano, en la realidad sencilla de la vida ordinaria. Acciones, estas, las de Yahveh, difíciles de imitar, porque exigen un desposeerse de lo propio, y, porque, la atención a lo superfluo,  impide sentirse  libre y sin preocupaciones.

                    También, el orante del salmo señala que, el Dios que nos salva a todos  y que ama a los pobres de esa manera tan suya y especial, lo hará siempre con el poder que le otorga su realeza, pues,  es un Dios que, en  su eternidad, lo supera  y trasciende  todo hasta transformarlo en felicidad y bendición:                                

Sustenta al huérfano y a la viuda
                                           y trastorna el camino de los malvados.
     El Señor reina eternamente,
   tu Dios, Sión, de edad en edad.


                    El salmo 145, interpreta y hace suya la lectura del profeta Amós. Solo un Dios, como el nuestro, volcado con tanto amor hacia  los pobres y sencillos, es el Rey que mejor hace justicia y puede salvar a los humillados, a los que más sufren, y castigar a los que, siendo ricos, explotan a los pobres en vez de compartir sus bienes con ellos, pues, el Señor, nos ha creado para ser solidarios, vivir en comunión y luego recibir la felicidad eterna:

                    Narra el Evangelio: “Sucedió que se murió el mendigo  y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. También murió el rico; y estando en el infierno vio de lejos a Lázaro en el seno de Abrahán;  y gritó a Abrahán, implorando su misericordia. A lo que contesto:

                    “- Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces”


                    Los cristianos sabemos que, Cristo Jesús, es el que, mejor imitó la manera de actuar de Dios, como verdadero Rey del pueblo y Señor de las promesas. Toda su vida fue un continuo practicar las bienaventuranzas anunciando que, “de los pobres es el reino de los cielos” Y, fue compasivo y misericordioso hasta el extremo de entregarse, en vida, por la causa de todos. De esta manera, inició su Reino y el de Dios, en el que, los humildes y sencillos serán los primeros y preferidos, y en el que, gozaremos por toda una eternidad los que, durante esta vida hemos intentado imitar la conducta de Jesús,  que fue la misma que la del  Padre Celestial.

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