"Parábola del administrador infiel"
DOMINGO XXV DEL T. ORDINARIO - C
ALABAD AL SEÑOR, QUE ENSALZA AL
POBRE
Por Mª Adelina Climent Cortés O P.
Nuestro Dios, siempre tan excelso que se eleva
en su trono, es el que, al mismo
tiempo, se abaja para salvar y ensalzar al desvalido. Es el Dios que se hace
pobre como cualquier desvalido, para enriquecernos con su pobreza; y es el que,
se hace hombre, como uno de nosotros,
siempre necesitados y con ansias de superación, para hacerse, también,
camino y vida nuestra.
Su divina
felicidad, es más plena y gozosa, cuando puede ayudar al hombre a vivir mejor
y a ser más feliz, ya que, todos somos hijos de su Promesa. Pero, lo
único que no puede soportar es que,
algunos de los hombres, los que más tienen, los más poderosos, se aprovechen de
los pobres con sus injusticias y egoísmos, como ya lo denunciaba el
profeta Amós, que, amenazaba a los ricos, cuando hacían mal uso de la riqueza,
y, cuando se aprovechaban de los pobres.
Esta manera de ser, tan coherente y
excepcional, del Dios Yahveh, la encontramos en el salmo 112. Es un
himno de alabanza a la excelsitud de su nombre, de su gloria. Es, también, un hermoso canto, a un Dios
encumbrado y lejano, pero, que, a la
vez, es sumamente cercano y amable con el hombre necesitado. Es el Dios, que dirige y da equilibrio con su bondad y
sensatez a La Historia, y a la vida de cada hombre, que ha de vivirla, siempre, con dignidad, es
decir, con rectitud y obrando la
justicia. El salmo puede estar redactado después del exílio, aunque evoque
pasajes anteriores. Como todo himno sálmico, empieza con un invitatorio, al que
nos unimos cantando:
Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre.
Comprar con dinero al pobre, nos aleja de
Yahveh, porque, precisamente Él, que es
el único Señor y dueño de todo lo creado, a quien debemos servir y amar, y que,
como dice el salmo, “se eleva sobretodos los pueblos”, es quien, levanta de la miseria al pobre y lo coloca a su
lado. Aquí tenemos, en nuestro Dios, Yahveh, el modelo a seguir, con el hermano que pasa necesidad.
El Señor se eleva sobre todos los
pueblos,
su gloria sobre el cielo;
¿quién como el Señor Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?
Israel, cantaba el salmo 112 en la celebración pascual y en las grandes
fiestas; y lo cantaba, recordando la
exaltación del pobre; del desvalido echado en la basura; es decir, del Israel esclavo de Egipto.
Yahveh, lo salvó de la esclavitud y lo sentó entre los príncipes, al hacer de
él un pueblo libre e igual a las otras naciones, madre feliz de hijos que
hicieron su nombre famoso:
Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo.
Cantando el salmo a nuestro Dios, le hemos bendecido, admirados de su manera
de ser y comportarse con los hombres. Sabiendo que, siempre es el Dios que
salva, porque es grande su misericordia y su fidelidad es eterna. También
sabemos que, Él nos quiere humildes y sencillos, ayudando y favoreciendo a los
más pobres y sencillos, porque, así es su modo divino de actuar y de ser.
En nuestra sociedad, como en la de Amós, hay
muchos pobres, muchísima miseria, por la mala distribución de las riquezas y por el demasiado egoísmo
de los poderosos y de los que, sin serlo tanto, podríamos ayudar más y mejor. Nuestro Dios, el Dios que salva a todos,
quiere que nos necesitemos, que nos solidaricemos con los más desvalidos de la
sociedad, para que, con nuestro esfuerzo y
su ayuda, puedan salir de la basura en la que viven y puedan sentarse con dignidad, no entre los
príncipes de la tierra, sino entre nosotros, que hemos de quererlos y amarlos
como hermanos.
Y, Jesús, para que seamos desprendidos en
beneficio de los necesitados nos
aconseja: “NO PODÉIS SERVIR A DIOS Y AL DINERO”
Sirviendo solo a Dios, podríamos, con justicia, comer y beber el cuerpo y la sangre del
Señor todos juntos, en la misma mesa de Jesús, y, ayudar a que los pobres,
de otras culturas y civilizaciones,
puedan también vivir, con la máxima dignidad de todo ser humano, de todo hijo
de Dios, creado por Él, para la felicidad y para la gloria eterna.
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