sábado, 17 de septiembre de 2016

domingo XXV del T. O. ordinario

"Parábola del administrador infiel"

DOMINGO XXV DEL T. ORDINARIO - C

ALABAD AL SEÑOR, QUE ENSALZA AL POBRE

Por Mª Adelina Climent Cortés  O P.


                    Nuestro Dios, siempre tan excelso que se eleva en su trono,  es el que, al mismo tiempo, se abaja para salvar y ensalzar al desvalido. Es el Dios que se hace pobre como cualquier desvalido, para enriquecernos con su pobreza; y es el que, se hace hombre,  como uno de nosotros, siempre necesitados y con ansias de superación,  para hacerse, también,  camino y vida nuestra.

                    Su divina felicidad, es más plena y gozosa, cuando puede ayudar al hombre a vivir mejor y  a ser  más feliz, ya que, todos somos hijos de su Promesa. Pero, lo único que  no puede soportar es que, algunos de los hombres, los que más tienen, los más poderosos, se aprovechen de los pobres con sus injusticias y egoísmos, como  ya  lo denunciaba el profeta Amós, que, amenazaba a los ricos, cuando hacían mal uso de la riqueza, y, cuando se aprovechaban de los pobres.

                    Esta manera de ser, tan coherente y  excepcional, del Dios Yahveh, la encontramos en el salmo 112. Es un himno de alabanza a la excelsitud de su nombre, de su gloria.  Es, también, un hermoso canto, a un Dios encumbrado y  lejano, pero, que, a la vez, es sumamente cercano y amable con el hombre necesitado. Es el Dios,  que dirige y da equilibrio con su bondad y sensatez a La Historia, y a la vida de cada hombre, que  ha de vivirla, siempre, con dignidad, es decir,  con rectitud y obrando la justicia. El salmo puede estar redactado después del exílio, aunque evoque pasajes anteriores. Como todo himno sálmico, empieza con un invitatorio, al que nos unimos cantando:

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre.

                    Comprar con dinero al pobre, nos aleja de Yahveh,  porque, precisamente Él, que es el único Señor y dueño de todo lo creado, a quien debemos servir y amar, y que, como dice el salmo, “se eleva sobretodos los pueblos”, es quien, levanta  de la miseria al pobre y lo coloca a su lado. Aquí tenemos, en nuestro Dios, Yahveh, el modelo a seguir,  con el hermano que pasa necesidad.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre el cielo;
¿quién como el Señor Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

                    Israel, cantaba el salmo 112 en la celebración pascual y en las grandes fiestas; y lo cantaba, recordando  la exaltación del pobre; del desvalido echado en la basura;  es decir, del Israel esclavo de Egipto. Yahveh, lo salvó de la esclavitud y lo sentó entre los príncipes, al hacer de él un pueblo libre e igual a las otras naciones, madre feliz de hijos que hicieron su nombre famoso:

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo.

                    Cantando el salmo a nuestro Dios,  le hemos bendecido, admirados de su manera de ser y comportarse con los hombres. Sabiendo que, siempre es el Dios que salva, porque es grande su misericordia y su fidelidad es eterna. También sabemos que, Él nos quiere humildes y sencillos, ayudando y favoreciendo a los más pobres y sencillos, porque, así es su modo divino de actuar y de ser.

                    En nuestra sociedad, como en la de Amós, hay muchos pobres, muchísima miseria, por la mala distribución  de las riquezas y por el demasiado egoísmo de los poderosos y de los que, sin serlo tanto, podríamos ayudar más y mejor.  Nuestro Dios, el Dios que salva a todos, quiere que nos necesitemos, que nos solidaricemos con los más desvalidos de la sociedad, para que, con nuestro esfuerzo y  su ayuda, puedan salir de la basura en la que viven y  puedan sentarse con dignidad, no entre los príncipes de la tierra, sino entre nosotros, que hemos de quererlos y amarlos como hermanos.

                    Y, Jesús, para que seamos desprendidos en beneficio de los necesitados  nos aconseja: “NO PODÉIS SERVIR A DIOS Y AL DINERO”


                    Sirviendo solo a Dios,  podríamos, con justicia,   comer y beber el cuerpo y la sangre del Señor todos juntos, en la misma mesa de Jesús, y, ayudar a que los pobres, de  otras culturas y civilizaciones, puedan también vivir, con la máxima dignidad de todo ser humano, de todo hijo de Dios, creado por Él, para la felicidad y para la gloria eterna.

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