sábado, 25 de junio de 2016

Domingo XIII- C


DOMINGO XIII DEL T. ORDINARIO - 

EL SEÑOR ES MI LOTE Y MI HEREDAD


Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Jesús inicia un camino en fidelidad y obediencia al Padre, mediante un amor entregado y servicial a los hombres, sus hermanos. Camino que le conducirá hasta su muerte y resurrección. Y, Cristo Jesús, nos invita a hacer ese mismo camino en su seguimiento, a vivir su misma vocación de generosidad y entrega a la obra salvadora de Dios, con la que se verificará la implantación de su Reinado, de justicia y de paz, para toda la humanidad.

                 Seguir a Jesús, viviendo su misma vida de amor y de donación, es tarea difícil, comprometida, y comporta valor y riesgo. Así lo fue, también, para el profeta Eliseo, cuando tuvo que dejarlo todo para seguir a Elías, el profeta. Pero, el desprendimiento, siempre es fuente de gozo y de felicidad, para el que quiere poner únicamente en Dios su mirada y todo su amor, viviendo solo para Él, hasta poseerlo como el único bien de su vida y de su alma.

                    El salmo 15, canta la vocación de quien tiene su mirada puesta únicamente en Dios, porque, en seguirle sólo a él, encuentra su plenitud y felicidad:

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti,
yo digo al Señor: “Tú eres mi bien”.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en su mano.

                   Este poema, uno de los más preciosos del salterio, pertenece al grupo de los salmos de “confianza individual”. El salmista, encuentra en Yahveh, en su amor y cercanía, la fuerza y seguridad para afrontar todo lo demás. Así, su gozo es, sentirse llamado al fiel cumplimiento de su Alianza, y su único bien, el más preciado de todos, es, poder bendecirle, ensalzarlo y alabarlo por toda la vida:

Bendeciré al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

                    La confianza que tiene el salmista en Yahveh, llena su propio ser de alegría y de júbilo, pues, ya nada podrá separarlo del gozo de poseerle, y de hacer de su vida, una esperanzada y gozosa entrega de oración y de alabanza:

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
 y mi carne descansa serena:
porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

                    La cercanía en el seguimiento del Señor Yahveh, instruye al orante en los aconteceres de la vida. Su alegría no perecerá, sino que será eterna, como una participación gloriosa en la fiesta de la eternidad celestial.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

                    Y, nada más grande y digno para un cristiano, que sentirse llamado por Cristo Jesús a participar de su misión redentora y salvadora, encomendada por el Padre, y sentirse, como el mismo Jesús, “ungido del Señor”, destinado a testimoniar, con su vida, la grandeza y magnitud de su gloria.

                    Contamos, además, con la fuerza de la comida eucarística de Jesús; con el alimento de su cuerpo y de su sangre entregados y compartidos. Manjar, que es fuerza y energía, que nos acompaña en su seguimiento y nos conduce a vivirlo con radicalidad y hasta con heroísmo, si es preciso, como nos lo indica Jesús en el evangelio:

                    -“EL QUE ECHA MANO AL ARADO Y SIGUE MIRANDO ATRÁS, NO VALE PARA EL REINO DE DIOS”

                    Es también, La Eucaristía, dulzura y consuelo que, nos anima y descansa, en las dificultades y que, nos hace ya pregustar las delicias del banquete eterno, del Reino de los cielos, que, el Padre, nos tiene preparado, para quienes, con generosidad, seguimos a Jesús con el testimonio y la entrega de nuestras vidas.

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