DOMINGO XI DEL
T. ORDINARIO - C
PERDONA, SEÑOR,
MI CULPA Y MI PECADO
Por Mª Adelina
Climent Cortés O.P.
La fe sincera en la bondad
salvadora de Dios, lo hace presente en nuestras vidas y muy cercano a todo lo
que hacemos y somos. Y, su amor misericordioso, que sabe tener en cuenta
nuestra pobreza y vulnerabilidad, nos acoge en todo momento, incluso cuando le
ofendemos con nuestra indiferencia y
pecado, para darnos su gracia y
perdón.
La dicha y la felicidad que
encuentra el pecador en la acogida amorosa del Dios, que nunca quiere la muerte
del pecador sino que se convierta y viva, la expresa y canta, muy hermosamente,
el salmo 31.
Pertenece este salmo, a la
época del exílio y es, un canto de “acción de gracias” individual. También,
litúrgicamente, es el segundo de los llamados “salmos penitenciales”. En este
poema, el orante, que se reconoce pecador, relata, con sinceridad y
agradecimiento, la intervención salvífica y sanadora del Dios Yahveh, en su
persona y vida, después que hubo
reconocido, con humildad, su pecado, y de
haber implorado confiadamente su misericordia.
Comienza el poema, con
una invitación a la alabanza en forma de bienaventuranza. El Señor, Yahveh,
tiene que ser alabado, porque es el Dios, que siempre perdona y ama y porque,
además, colma de felicidad al hombre, que, se sabe perdonado y acogido:
Dichoso
el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su
pecado;
dichoso el hombre a quien el
Señor
no le apunta el delito.
Con profunda emoción y,
lleno de agradecimiento, el salmista, cuenta su experiencia vivida, no exenta
de dolor, y, cómo, movido por la gracia de Dios, pudo reconocer su culpa y
confesar su pecado:
Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: “Confesaré al Señor
mi culpa”,
y tu perdonaste mi culpa y
mi pecado.
Y, mas alabanzas a Yahveh, brotan del corazón agradecido del salmista,
que, se siente liberado y desbordante de alegría: gozo, que desea comunicar a
los demás, uniéndolos a su alabanza y acción de gracias:
Tú eres mi refugio: me
libras del peligro,
me rodeas de cantos de
liberación.
Alegraos, justos, y gozad
con el Señor,
aclamadlo, los de corazón
sincero.
Alegría y gozo, porque,
reconciliados con Dios, nuestro corazón rezuma
felicidad y confianza, ya que,
nadie, nunca jamás, podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo
Jesús, que murió por nosotros en La Cruz, para reconciliarnos con el Padre y
vivir, también, reconciliados unos con otros y con todos los hombres, nuestros
hermanos.
En el Evangelio consta lo
que Jesús dijo a Simón el fariseo, de
la mujer pecadora:”sus muchos pecados le están perdonados, PORQUE TIENE
MUCHO AMOR” y después, dijo a la mujer:
-“TU FE TE HA SALVADO, VETE EN PAZ”.
Esta entrega de Cristo
Jesús y la salvación universal que obtenemos, sin mérito de nuestra parte, ha de movernos a vivir en espíritu de
conversión y de sincero agradecimiento.
Y, en La Eucaristía,
sacramento de amor y reconciliación, es donde, comulgando el cuerpo y la sangre
de Cristo Jesús, nuestro Salvador, lograremos hacer crecer nuestra fe y
adhesión a El, hasta el punto de poder
decir con Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en
mí”. Y vivir en Cristo, supone, vivir
amando hasta el extremo, como Él vivió y amó, ya que, solo el amor, puede perdonar
la multitud de nuestros pecados y otorgarnos la salvación plena y total, La
Vida Eterna.
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