viernes, 19 de diciembre de 2014

Domingo IV de Adviento


LA   MISERICORDIA   Y   LA   FIDELIDAD   DEL   SEÑOR

Por M. Adelina Climent Cortés  O.P.


                    El salmista parece decirse: aunque pase lo que pase, tendré fe en que las promesas de Dios se cumplirán; y, esta convicción, hace brotar de su corazón un canto al amor fiel y leal de Dios:

Cantaré eternamente las misericordias del Señor
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: “Tu misericordia  es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad”
.
Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
“Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades”.

                    Estamos ante los versos primeros del salmo 88, que, en la liturgia de la eucaristía de este domingo, afianzan el mensaje de la primera lectura del libro segundo de Samuel, en la que se narra el oráculo del profeta Natán al rey David. Son, también, la introducción del salmo y, recogen en síntesis, el tema único del poema: canto agradecido al amor y a la fidelidad de Dios en la creación, en la historia del pueblo, y, en la elección y alianza con David. Es un salmo mixto, extenso y recopilado a través de diferentes épocas. Es, también, el que cierra el tercer libro del salterio. Está compuesto por un himno, que es la parte más antigua, quizá del tiempo de la monarquía; por un oráculo mesiánico; y por una plegaria a favor del rey.

                    Los versos elegidos del salmo, destacan el oráculo mesiánico, de influencias deuteronómicas, y, expresan, que la monarquía es sagrada para el pueblo de Israel. El  orante hace, como una relectura a la luz del exílio y posexílio, época en la que ya no existe la monarquía y en la que, parece que Dios se olvida de la alianza y de las promesas hechas a su pueblo, ahora, precisamente, que se ve probado y necesita más su consuelo. De esta lectura orada, brota en su corazón una esperanza firme en las promesas de Dios, y una seguridad confiada en que siempre se cumplirán, aunque parezca lo contrario, ya que, sus promesas, están por encima de los deseos propios y los de su pueblo. Esperanza, ésta, que llega a fortalecer su espíritu y la fe en el futuro histórico del pueblo... Y, en un firme propósito de alabar constantemente la bondad y la misericordia del Señor, se dice que, siempre le acompañarán, porque son tan estables y seguras como un edificio eterno y que, su fidelidad, está más afianzada que el cielo. Y, desde aquí, desde el cielo, es donde interviene el mismo Dios, haciendo un juramento a David, para sellar una alianza con él, al que llama “mi elegido” y, “mi siervo” diciéndole:

“Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades”.

Él me invocará: Tú eres  mi Padre,
mi Dios, mi Roca salvadora”.
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable”.

                                                                
                    Y, así como el que llama a Dios Padre, queda convertido en hijo suyo, de la misma manera pasa a ser, también, su heredero, en el que estarán, siempre, sus promesas y bendiciones.

                    También, la Virgen María, como el orante del poema, como “los pobres de Yahveh”, tenía el corazón y todo su ser abierto a las promesas de Dios y, por eso mismo, pudo acogerlas con amor: “Cúmplase en mí su palabra” y, de su “Si”, nació el Hijo de Dios, Jesús, que se hace el Emmanuel, el Dios con nosotros.

                    ¡Cuanta misericordia la de Dios! ¡Qué bondad tan grande y que sublime su fidelidad! Cantemos, si, cantemos con el salmista, con su mismo fervor y agradecimiento. Anhelemos la venida de Jesús el Salvador, el que ya está con nosotros, pero, al que siempre hay que descubrir y acoger más y mejor, hasta su venida definitiva en gloria y majestad, cuando dará cumplimiento total a las promesas de Dios, para toda la humanidad.

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