LA MISERICORDIA Y LA FIDELIDAD DEL SEÑOR
Por M. Adelina Climent
Cortés O.P.
El salmista parece decirse: aunque pase lo que pase, tendré fe en que
las promesas de Dios se cumplirán; y, esta convicción, hace brotar de su
corazón un canto al amor fiel y leal de Dios:
Cantaré eternamente las
misericordias del Señor
anunciaré tu fidelidad por todas
las edades.
Porque dije: “Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu
fidelidad”
.
Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
“Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las
edades”.
Estamos ante los versos primeros del salmo 88, que, en la liturgia de la
eucaristía de este domingo, afianzan el mensaje de la primera lectura del libro
segundo de Samuel, en la que se narra el oráculo del profeta Natán al rey
David. Son, también, la introducción del salmo y, recogen en síntesis, el tema
único del poema: canto agradecido al amor y a la fidelidad de Dios en la creación,
en la historia del pueblo, y, en la elección y alianza con David. Es un salmo
mixto, extenso y recopilado a través de diferentes épocas. Es, también, el que
cierra el tercer libro del salterio. Está compuesto por un himno, que es la
parte más antigua, quizá del tiempo de la monarquía; por un oráculo mesiánico;
y por una plegaria a favor del rey.
Los versos elegidos del salmo, destacan el oráculo mesiánico, de
influencias deuteronómicas, y, expresan, que la monarquía es sagrada para el
pueblo de Israel. El orante hace, como
una relectura a la luz del exílio y posexílio, época en la que ya no existe la
monarquía y en la que, parece que Dios se olvida de la alianza y de las
promesas hechas a su pueblo, ahora, precisamente, que se ve probado y necesita
más su consuelo. De esta lectura orada, brota en su corazón una esperanza firme
en las promesas de Dios, y una seguridad confiada en que siempre se cumplirán,
aunque parezca lo contrario, ya que, sus promesas, están por encima de los deseos
propios y los de su pueblo. Esperanza, ésta, que llega a fortalecer su espíritu
y la fe en el futuro histórico del pueblo... Y, en un firme propósito de alabar
constantemente la bondad y la misericordia del Señor, se dice que, siempre le
acompañarán, porque son tan estables y seguras como un edificio eterno y que,
su fidelidad, está más afianzada que el cielo. Y, desde aquí, desde el cielo,
es donde interviene el mismo Dios, haciendo un juramento a David, para sellar
una alianza con él, al que llama “mi elegido” y, “mi siervo” diciéndole:
“Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las
edades”.
Él me invocará: Tú eres mi Padre,
mi Dios, mi Roca salvadora”.
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable”.
Y, así como el que llama a Dios Padre, queda convertido en hijo suyo, de
la misma manera pasa a ser, también, su heredero, en el que estarán, siempre,
sus promesas y bendiciones.
También, la Virgen
María , como el orante del poema, como “los pobres de Yahveh”,
tenía el corazón y todo su ser abierto a las promesas de Dios y, por eso mismo,
pudo acogerlas con amor: “Cúmplase en mí su palabra” y, de su “Si”, nació el
Hijo de Dios, Jesús, que se hace el Emmanuel, el Dios con nosotros.
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