DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA
DESEEMOS LA BENDICIÓN DE DIOS
Por Mª Adelina Climent
Cortés O.P.
Recibir una bendición es
acoger lo mejor de una persona. Cuando la bendición es de Dios se nos da lo
mejor de Él, porque todas sus promesas, todas sus bendiciones son anticipo y
prenda de la bendición por excelencia, que es su mismo HIJO JESUCRISTO, el VERBO
ENCARNADO, el que nos trae la salvación.
Por eso, el pueblo de
Israel, apreciaba las bendiciones de Yahveh, las esperaba de tal manera, que no
podía vivir sin sus promesas. Y, sabía además, que, por ser dones gratuitos de
su Dios, había que hacer lo posible para merecerlos y recibirlos con
agradecimiento.
Esto es lo que nos relata
el salmo 127. Salmo de peregrinación y de bendiciones. Es de los tiempos del
posexílio y de estilo sapienzal. Recuerda y evoca las peregrinaciones a
Jerusalén, la Sión ,
la ciudad bendita por Dios para todo israelita, a la que acudían en procesión,
llevados por la fuerza de la fe en Yahveh y en su Templo; lugar sagrado, en el
que se recibían mejor las bendiciones del Señor, pues allí reside su Gloria, su
Bondad y su Poder.
En la primera parte del
salmo, el orante recita una fórmula clásica de bendición, que va tomando el
sentido práctico de la vida cotidiana, según la costumbre y cultura de la
época, citando los bienes más elementales y necesarios para vivir bien y ser
feliz. Bienes, que, Yahveh, regala a todo israelita si sabe anteponer, a estos,
el temor de Dios, junto con el amor, el respeto, y el deseo sincero de
agradarle siempre:
¡Dichoso el que teme al
Señor,
y sigue sus caminos!
Comerás del fruto de tu
trabajo,
serás dichoso, te irá
bien.
Tu mujer, como parra
fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos
de olivo,
alrededor de tu mesa.
Y, para conseguir estos
dones del Señor Yahveh, el israelita peregrina incansable y con alegría
jubilosa a Jerusalén, la ciudad amada de Dios, su morada perpetua, donde está
asentado el trono de su gloria y majestad:
Esta es la bendición del
hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga
desde Sión,
que veas la prosperidad de
Jerusalén
todos los días de tu vida.
La bendición más excelente
de Dios, para nosotros los cristianos, la tenemos en JESÚS DE NAZARET, DIOS
ENCARNADO, nuestro Salvador, que, para ser como todos nosotros, quiso nacer en
una familia humilde y pobre, que, por su
sencillez y santidad, la consideramos
sagrada, modelo y ejemplo para todas las demás: ES LA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA
Y JOSÉ. Y, también ES JESÚS, el HIJO DE DIOS, el que hace de toda LA HUMANIDAD LA GRAN
FAMILIA DE DIOS, PADRE de todos los que
nos consideramos HERMANOS DE JESÚS... Y, también es Jesús, el que trae la paz,
la justicia, la bondad, el amor y su gloria, a todos los que, por creer en Él,
seguimos sus caminos.
Pero, depende de nosotros
acoger la bendición de Dios y hacerla nuestra, como la hizo el israelita del
salmo. ¿De qué manera? Invocando la gracia de Dios en el templo y desde el
interior de nuestro corazón, morada en la que, también, reside Dios con todo su
esplendor; teniendo, además, la seguridad de que, si lo hacemos y lo deseamos por encima de las demás cosas,
lo conseguiremos y se nos podrá considerar felices:
¡Dichoso el que teme al
Señor,
y sigue sus caminos!
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