sábado, 27 de diciembre de 2014

Domingo de la Sagrada Familia - B


DOMINGO  DE  LA  SAGRADA  FAMILIA

DESEEMOS  LA  BENDICIÓN  DE DIOS

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Recibir una bendición es acoger lo mejor de una persona. Cuando la bendición es de Dios se nos da lo mejor de Él, porque todas sus promesas, todas sus bendiciones son anticipo y prenda de la bendición por excelencia, que es su mismo HIJO JESUCRISTO, el VERBO ENCARNADO, el que nos trae la salvación.

                    Por eso, el pueblo de Israel, apreciaba las bendiciones de Yahveh, las esperaba de tal manera, que no podía vivir sin sus promesas. Y, sabía además, que, por ser dones gratuitos de su Dios, había que hacer lo posible para merecerlos y recibirlos con agradecimiento.

                    Esto es lo que nos relata el salmo 127. Salmo de peregrinación y de bendiciones. Es de los tiempos del posexílio y de estilo sapienzal. Recuerda y evoca las peregrinaciones a Jerusalén, la Sión, la ciudad bendita por Dios para todo israelita, a la que acudían en procesión, llevados por la fuerza de la fe en Yahveh y en su Templo; lugar sagrado, en el que se recibían mejor las bendiciones del Señor, pues allí reside su Gloria, su Bondad y su Poder.

                    En la primera parte del salmo, el orante recita una fórmula clásica de bendición, que va tomando el sentido práctico de la vida cotidiana, según la costumbre y cultura de la época, citando los bienes más elementales y necesarios para vivir bien y ser feliz. Bienes, que, Yahveh, regala a todo israelita si sabe anteponer, a estos, el temor de Dios, junto con el amor, el respeto, y el deseo sincero de agradarle siempre:

¡Dichoso el que teme al Señor,
y sigue sus caminos!
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien.

Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa.

                    Y, para conseguir estos dones del Señor Yahveh, el israelita peregrina incansable y con alegría jubilosa a Jerusalén, la ciudad amada de Dios, su morada perpetua, donde está asentado el trono de su gloria y majestad:

Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida.


                    La bendición más excelente de Dios, para nosotros los cristianos, la tenemos en JESÚS DE NAZARET, DIOS ENCARNADO, nuestro Salvador, que, para ser como todos nosotros, quiso nacer en una familia humilde y pobre,  que, por su sencillez y santidad, la  consideramos sagrada, modelo y ejemplo para todas las demás: ES LA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ. Y, también ES JESÚS, el HIJO DE DIOS, el que hace de toda LA HUMANIDAD LA GRAN FAMILIA DE DIOS,  PADRE de todos los que nos consideramos HERMANOS DE JESÚS... Y, también es Jesús, el que trae la paz, la justicia, la bondad, el amor y su gloria, a todos los que, por creer en Él, seguimos sus caminos. 

                    Pero, depende de nosotros acoger la bendición de Dios y hacerla nuestra, como la hizo el israelita del salmo. ¿De qué manera? Invocando la gracia de Dios en el templo y desde el interior de nuestro corazón, morada en la que, también, reside Dios con todo su esplendor; teniendo, además, la seguridad de que, si lo hacemos  y lo deseamos por encima de las demás cosas, lo conseguiremos y se nos podrá considerar felices: 

¡Dichoso el que teme al Señor,

y sigue sus caminos!

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