viernes, 29 de marzo de 2019

Domingo IV de Cuaresma- C



DOMINGO IV DE CUARESMA - C


GUSTAD Y VED QUÉ BUENO ES EL SEÑOR

Por Mª Adelina Climent Cortés  O P.


                    Todos los que hemos gustado lo bueno que es el Señor y la dicha que se experimenta acogiéndose a Él, nos llena de felicidad poder cantar, agradecidos, su bondad y grandeza, con el fin de bendecirla, proclamarla y contemplarla. Así lo hace el orante del salmo 33, al  que nos unimos, haciendo nuestros sus sentimientos, de oración y alabanza.

                    Estamos ante un salmo precioso, de alabanza y acción de gracias,  considerado como el “Magníficat” del Antiguo Testamento, ya que, son los humildes, los pobres, y entre ellos el salmista, los que  alaban y bendicen  la bondad de Yahveh,    siempre dispuesto a escuchar, para acoger y salvar a los que, con sencillez, le buscan e invocan:

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.

                    Quiere el salmista que los humildes, los que siempre  son  fieles a Yahveh, proclamen, junto con él,  su grandeza y excelsitud, pues, cuando le buscan y consultan, siempre son escuchados y curados de todo temor y aflicción:

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor y me respondió,
me  libró de todas mis ansias.

                    Buscar a Yahveh, ser escuchado por Él, vivir en su cercanía y amor, es contemplar y participar de su misma vida, es quedar radiante de su luz, es vivir la fe  profundamente y sentirse sanado y salvado:

Contempladlo y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
y lo salva de sus angustias.


                    También, en los tiempos actuales, seguimos gustando la bondad de Dios, hecha salvación y liberación en Cristo Jesús, Señor nuestro; en  el que nos sentimos acogidos y dichosos. Desde La Cruz, Él nos ha sanado de toda angustia y pecado, nos va haciendo humildes y nos va reconciliando con los hermanos y con nuestro Padre Dios: el que nos espera siempre  con los  brazos abiertos y el corazón henchido de gozo, para  la fiesta que nos tiene preparada:

                    “-Hijo…deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado”

                    Pero no olvidemos que, para hacer nuestra la salvación de Jesús, se nos exige  un vivir en continuo  estado de conversión, acogiendo la misericordia de Dios en nosotros, que nos moverá a realizar obras de amor y de bondad, es decir, obras de salvación, de reconciliación y de verdadera fraternidad.

                    Y, en  esta espera, hasta llegar al abrazo definitivo y gozoso con Dios, Jesús  nos da a gustar del banquete eucarístico, manjar suculento y superior al maná,  vino nuevo que nos llena de consuelo y felicidad y que nos da fuerzas para andar el camino hacia la gloria, donde se celebrará la fiesta definitiva y eterna, convocada y presidida por Dios, EL PADRE BUENO DE TODOS LOS QUE NOS CONSIDERAMOS SUS HIJOS.

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