DOMINGO
III DE CUARESMA -
EL SEÑOR ES CLEMENTE Y MISERICORDIOSO
Por Mª Adelina Climent Cortés
O.P.
Bendecimos al Señor después
de haber sido bendecidos por Él, que, en toda ocasión es clemente y
misericordioso; y, también, porque de Él
procede el perdón por el que vivimos y con el que podemos serle agradecidos. Y,
lo hacemos, con el salmo 102, pidiéndole, además, una sincera conversión para seguir con fidelidad su
sendero, que es el camino de La Alianza.
El salmo, en forma de himno, canta la compasión y la misericordia
de Yahveh, que, en todo momento, se
comporta con el hombre de manera amable y bondadosa, lleno de ternura paternal. Mas, es tanta su cercanía y amistad cuando acoge a sus fieles, que les llena de
seguridad y salvación. Esto es lo que experimenta el salmista, que sumamente
agradecido le alaba y bendice:
Bendice,
alma mía, al Señor,
y todo
mi ser a su santo nombre.
Bendice,
alma mía, al Señor,
y no
olvides sus beneficios.
Además, Yahveh, a diferencia del hombre,
nunca rompe La Alianza
pactada con éste; sabe comprenderle y no se enfada de sus infidelidades; conoce hasta el fondo todos sus males,
desamores y enfermedades, y, a pesar de todo le ama como un padre ama a su
hijo, al que libra de toda muerte y le
colma de cariño y felicidad:
Él perdona todas tus culpas
y cura
todas tus enfermedades;
él
rescata tu vida de la fosa
y te
colma de gracia y de ternura.
También, el salmista
recuerda el amor y la misericordia de Yahveh con su pueblo elegido, y cómo lo
sacó de la opresión y esclavitud que vivía en Egipto, hasta conducirlo a la
tierra prometida preparada para él:
El Señor hace justicia
y
defiende a todos los oprimidos;
enseñó
sus caminos a Moisés
y
sus hazañas a los hijos de Israel.
Conmueve la definición que
el salmista hace de Yahveh, ya que, es tan acertada y buena, que no podía
haberla hecho mejor. Son palabras que
brotan de un corazón repleto de fe y henchido de amor hacia el que siempre
perdona, restaura y salva:
El Señor
es compasivo y misericordioso,
lento a
la ira y rico en clemencia;
como se
levanta el cielo sobre la tierra,
se
levanta su bondad sobre sus fieles.
La manera de ser de Dios,
su grandeza y generosidad, su bondad al
amarnos sin medida, sin tener en cuenta nuestras faltas y delitos; obliga a los
creyentes a corresponderle con adhesión y amor, deseando ser como a Él le
agrada, lo que solo se consigue desde una sincera conversión.
A esta conversión, nos
llama también Jesús, igual que invitó a la gente que le
seguía, cuando iba por los pueblos y aldeas de Galilea predicando el Reino de
Dios y su justicia: “SI NO OS CONVERTÍS TODOS PERECERÉIS”. Con lo que pretendía estimularnos, invitarnos a dar frutos de
verdadera conversión, imitando la manera de actuar de Dios; y así nos decía: “Sed compasivos como vuestro
Padre celestial es compasivo”
Y los
frutos de conversión, que sólo podremos dar viviendo el seguimiento de Jesús son, sobre todo, el
amor y la reconciliación con nosotros mismos y con los demás hermanos los
hombres. Reconciliación, que también nos traerá la paz y la concordia entre los
pueblos y las naciones y la posesión de la vida eterna.
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