sábado, 10 de noviembre de 2018

Domingo XXXII del T. O. -B


DOMINGO XXXII DEL T. ORDINARIO - B

ALABA, ALMA MÍA, AL SEÑOR

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                       Nos encontramos ante una oración sálmica, que ensalza y describe la bondad salvadora de Dios, siempre fiel y atento con los que, sincera y confiadamente, le invocan y, de manera especial, con los que sufren la pobreza y la marginación:
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                       En la primera lectura bíblica de La Misa vemos como protege a la viuda pobre,  que recogía leña para cocer un pan con la poca harina y aceite que le quedaba, comer ella y su hijo y después morir. Más, el profeta Elías le pidió agua y un trocito de pan, insistiendo, a la vez, que se lo trajera antes a él, y que, después, lo haría para ella y su hijo. “Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías y comieron los tres, pero: NI LA ORZA DE HARINA SE VACIÓ, NI LA ALCUZA DE ACEITE SE AGOTÓ, como lo había dicho Dios, por boca del profeta”.

                     Y, la oración que alaba y ensalza esta bondad del Señor, es el salmo 145. Pertenece al grupo de los “aleluyáticos”, los cinco últimos del salterio. Tiene características de himno, y también de “salmo didáctico” y su origen es del tiempo posterior al exílio.

                     El orante, se invita así mismo a alabar y bendecir a Yahveh como Rey y Creador del universo, pero, también, por ser el  Dios cercano y compasivo con los más sencillos y humildes. Y, a continuación,  expone los motivos que le mueven a esta alabanza agradecida:

Alaba, alma mía, al Señor:
Que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.

                    Yahveh, es un Dios que reina con justicia y equidad, pero, que nunca se complace en su grandeza y poderío, sino, que, vive y sufre, con los que se lo pasan mal, y se dedica a  auxiliarlos con su misericordia, que siempre le acompaña, llenándolo todo de amor:

El Señor liberta a los cautivos.
El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos.

El Señor sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.

                    Y, este reinado, del Dios Yahveh, tan diferente al de los demás reyes, en la manera de ejercer el poder desde Sión, será duradero y para siempre. Y, precisamente, por esta cercanía y seguridad que ofrece a sus fieles, es digno de todo reconocimiento y de ser ensalzado y alabado por todos y en todo momento:

El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.


                  Nosotros, los cristianos, alabamos y bendecimos a Dios, porque, su fidelidad y misericordia, se nos han manifestado plenamente en su hijo Jesucristo, el que hizo de su vida una entrega de servicio y amor a todos los hombres; pero, con predilección, a los más afligidos y menesterosos, hasta llegar a proclamarlos dichosos y herederos del Reino de los cielos, dándonos a entender así, que, en esto consiste precisamente, La Buena Nueva que Él vivió y proclamó:

                    En la lectura evangélica, al ver que una viuda pobre  echaba dos reales en el cepillo del templo, dijo a los discípulos: -“Os aseguro que esta pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque, los demás, han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, HA ECHADO TODO LO QUE TENÍA PARA VIVIR”

                    Y, esta misma vida de entrega y donación de Cristo Jesús hasta su muerte en Cruz,  es la que tiene  que vivir, en pobreza, cada uno de sus seguidores. Es una vida que exige valentía y constante conversión, pero, que es eficaz y salvadora, como fue la de Él, por ser la única que puede transformar el mundo haciéndolo más humano y cordial.

                    Vida y entrega, que consiste en vivir la solidaridad con todos, en el saber compartir lo que tenemos, en el servicio y la gratuidad, la justicia y la paz; es decir, en los valores que hizo suyos Cristo Jesús y que hacen visible el Reino, la vida en plenitud que viviremos en el Cielo.


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