viernes, 31 de agosto de 2018

Domingo XXII del T. O. - B


DOMINGO XXII DEL T. ORDINARIO - B

SEÑOR, ¿QUIÉN PUEDE HOSPEDARSE EN TU TIENDA?

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Admirados y conmovidos por la bondad y el amor de Dios para con nosotros, sus criaturas, es normal y hasta justo, que deseemos agradarle y nos preguntemos qué deberíamos hacer para conseguirlo.

                    Es lo que hizo el israelita del salmo 14 y lo que hacemos nosotros, los cristianos, cuando, con los mismos sentimientos del orante, rezamos y cantamos este precioso poema, que es uno de los “salmos litúrgicos” de composición sapienzal.
         
                   El poema, en todo momento, tiene presente a Yahveh, el Dios de La Alianza, siempre fiel, leal y paciente con su pueblo y sin tener en cuenta los olvidos y las infidelidades de éste. Se rezaba en peregrinación al santuario de Yahveh en forma dialogal. Los peregrinos preguntaban al sacerdote, cuando salía a la entrada  del santuario a recibirlos en procesión, ¿quién puede entrar en la tienda del Señor y habitar en su monte santo? Pregunta, que era respondida en nombre del sacerdote, por un grupo de cantores:

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua.

El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor.

El que no retracta lo que juró
aún en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará.

                    Para ver a Yahveh, para estar y rezar en su presencia, para tener amistad con Él, hasta poder intimar, es necesario actuar según los criterios de Dios, que son siempre, los que favorecen el amor a los hermanos y, por extensión, la estima, el respeto y la atención cordial a todos los hombres, ya que, no hay otra cosa que le pueda hacer más feliz. Por eso, el poema describe diez mandamientos o exigencias indispensables para tener una buena relación con nuestros semejantes y agradar a Dios. Intentando vivir de esta manera, se nos pueden abrir las puertas de la mansión de Yahveh, ser recibidos por Él y gozarnos de su gloria.

                    También nos está indicando el poema que, aunque Yahveh estima los actos cúlticos y la alabanza de sus fieles, esto nunca puede complacerle del todo, si no va acompañado de un cumplimiento sincero y responsable de los deberes sociales, que son los fundamentales de la justicia y el derecho. Es decir, se trata de cumplir las virtudes humanas que, en definitiva, tienen su origen y se confunden con el verdadero amor a Dios y al prójimo, y las que nos hacen caminar hacia la “religión pura e intachable”, la única verdadera y, por lo tanto, la que puede complacer a Dios.

                    Esta manera tan sabia de enfocar la vida, que tiene el salmo, la corrobora Cristo Jesús, con su manera de ser y de vivir. Un ejemplo lo tenemos, cuando reprende a los fariseos y maestros de la ley, que no actúan según los criterios de Dios, los que se basan en el amor y los que producen frutos de paz y fraternidad en este mundo, y de felicidad gozosa en la vida eterna.

                    A estos fariseos y maestros de la ley, tan amantes de lo tradicional y lo ritual, Jesús les advierte que las obras buenas, las que liberan a la persona, son las que proceden del corazón, de la recta conciencia y que, en cambio, el rito externo, el culto sin vida interior, esclaviza y carece de sentido y validez. Mucho más, si se hace con el pretexto de acallar los sentimientos y las exigencias del corazón, que son las que nos santifican, porque son las del Espíritu de Dios:

                    “YO, EL SEÑOR, PENETRO EL CORAZÓN, SONDEO LAS ENTRAÑAS, PARA DAR AL HOMBRE SEGÚN SU CONDUCTA”

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