DOMINGO XVIII DEL T. ORDINARIO - B
EL
SEÑOR LES DIO PAN DEL CIELO
Por Mª. Adelina Climent
Cortés O.P.
Desde siempre, Dios camina con los hombres en el peregrinar de la vida
y, con su presencia acompaña nuestro tiempo, suavizando las dificultades que
tiene y siente todo caminante, como
puede ser el hambre, la sed, el cansancio, la inseguridad...
El salmo 77 narra, con
caracteres sapienzales, el caminar de
Dios con el pueblo de Israel, al que libera de la esclavitud de Egipto y lo conduce por el desierto hasta
la libertad en la tierra de promisión. Está considerado como uno de los “salmos
históricos”, ya que describe los portentos
maravillosos realizados por Dios en este éxodo de la historia de Israel.
El salmista, los canta desde una fe
agradecida a Yahveh, siempre fiel y
leal a La Alianza establecida con su pueblo, a pesar de sus muchas
infidelidades, y con el fin de que, estos hechos, queden siempre grabados en el recuerdo de todos y nunca caigan en
el olvido:
Lo que oímos y aprendimos,
lo que nuestros padres nos contaron,
lo contaremos a la futura generación:
Las alabanzas del Señor, su poder,
las maravillas que realizó.
Ante la inseguridad que produce lo desconocido y el miedo que
normalmente se tiene a la
libertad, pronto, los israelitas,
olvidaron la opresión vivida en la esclavitud y sintieron añoranza por lo que
tenían y comían en Egipto, hasta poder saciarse, por lo que llegaron
a tentar a Dios. Pero, Yahveh, que
siempre actúa con amor y
misericordia, ALIMENTÓ AL PUEBLO
CON UN PAN BAJADO DEL CIELO:
Dio orden a las altas nubes,
abrió las compuertas del cielo:
Hizo llover sobre ellos maná,
les dio pan del cielo.
“ES EL PAN QUE EL SEÑOR OS DA DE COMER” les
dijo Moisés. De este pan, los israelitas cogían lo necesario para alimentarse
cada día, el viernes cogían por adelantado lo del sábado, día de fiesta y
descanso, y con este alimento y otras provisiones, Yahveh, les iba conduciendo
hasta la heredad que les había asignado:
El hombre comió pan de ángeles.
El Señor les mandó provisiones hasta la
hartura.
Los hizo entrar por las santas
fronteras
hasta el monte que su diestra había
adquirido.
El maná que descendía del
cielo, para que comieran los israelitas en el destierro, es símbolo del “PAN DE
CADA DÍA”, que pedimos los cristianos
de todo el mundo en la oración del PADRENUESTRO. Oración que nos enseñó Jesús
para dirigirnos a Dios, nuestro Padre. En esta oración, pedimos el pan material para cada día y para todos los
hombres. Y, con el fin de que pueda llegar a todos, se nos exige compartir nuestros bienes materiales,
con aquellos que no lo tienen asegurado. También, esta oración, ha de movernos a trabajar por un mundo más
humanitario y justo, donde todos tengan lo necesario para vivir con dignidad,
sin que nadie pueda pasar hambre.
Más, el maná, es sacramento de Cristo Jesús, como Él mismo nos lo dice: “YO SOY EL PAN DE VIDA”.
Alimento éste, muy superior al maná, porque “no perece” sino que “perdura”
hasta la vida eterna, saciando nuestra hambre de infinito: “EL QUE COMA DE ESTE
PAN VIVIRÁ PARA SIEMPRE”
Alimento, que se nos ofrece en La Eucaristía a los que creemos en Él y
queremos vivir siguiéndole en fidelidad.
Alimento, que es fruto de su amor entregado y salvador y que engendra
comunión, fraternidad, servicio mutuo y una vida auténtica en justicia y
verdad. Alimento, que comeremos en la mesa del cielo, en la fiesta y en el gozo
que nunca acabarán.
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