DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO- A
CUANTO
AMO TU VOLUNTAD, SEÑOR
Por
Mª Adelina Climent Cortés O.P.
Nuestro tesoro es, y lo ha de ser siempre, Dios
mismo: su vida entre nosotros, su amor creativo, su reino y los valores que lo
constituyen y manifiestan; y junto al Señor, todo lo demás es efímero y vale
poco. Pero, comprender esto, no es
fácil, pues requiere tener LA MISMA SABIDURÍA DE DIOS Y SU VERDAD, la que tuvo
a bien conceder al rey Salomón cuando,
en vez de riquezas y poderío le pidió
un corazón sabio, inteligente y prudente, para gobernar con justicia y rectitud a su pueblo.
Para el piadoso israelita, como lo era para el
levita, su porción es el Señor y buscar los caminos de su voluntad para
cumplirlos; por lo que, consideraba como un tesoro grande y precioso, poder
escuchar su Palabra hasta hacerla Ley y vida de su corazón. Y, esto es,
precisamente, lo que pide y canta con sabiduría en el salmo 118, con el que,
nos disponemos a alabar a Dios, meditando y contemplando su Palabra, que
siempre ha de iluminar nuestras vidas y
guiar nuestros pasos.
Teniendo el israelita, como gran herencia,
hacer la voluntad de Yahveh, poder escuchar con atención al Dios de La Alianza,
que tanto gozaba de hablarles cara a cara; es, por lo que llega a considerar La
Ley, como fuente inagotable de extraordinaria riqueza; pues, para el orante,
las promesas de Yahveh valen más que montones grandes de oro y plata:
Mi
porción es el Señor,
he
resuelto guardar tus palabras.
Más
estimo yo los preceptos de tu boca,
que
miles de monedas de oro y plata.
De igual manera, reconoce el salmista,
que, La Ley escrita de Yahveh, el Dios
leal y fiel de Israel, es para él fuente inagotable de dicha y consolación, por
lo que, siempre que la cumple con amor
y fidelidad, es motivo de gozo y jubiloso canto, para que, otros fieles, que
también aman y temen a Yahveh, deciden
hacer suyos, los mismos caminos de salvación:
Que
tu bondad me consuele,
según
la promesa hecha a tu siervo;
cuando
me alcance tu compasión, viviré,
y
mis delicias serán tu voluntad.
A pesar de vivir el israelita en un ambiente de
indiferencia y deslealtad hacia la ley, ésta es, para él, el único camino que
conduce a la dicha de vivir según la verdad; ya que, solo la sabiduría de Dios,
lo puede juzgar todo y dar a las cosas su profundo sentido; la que siempre es
capaz de unir y crear comunión, y la que, libera y salva en todo momento:
Yo
amo tus mandatos,
más
que el oro purísimo:
por
eso aprecio tus decretos,
y
detesto el camino de la mentira.
También, para el orante, es la misma luz de
Yahveh y su obra salvadora, la que hace comprensible y amable su Ley, que se
convierte en claridad y fuerza interior, y
que, protegiendo en todo momento,
es fuente inagotable de dicha y felicidad,
Tus
preceptos son admirables,
por
eso los guarda mi alma;
la
explicación de tus palabras ilumina,
da
inteligencia a los ignorantes.
Más, es Cristo Jesús, LA PALABRA plena y eficaz
de Dios, su VERDAD iluminadora y creadora, fuente de gran sabiduría, y don
entregado por nosotros. Y, este amor de Cristo Jesús, por nosotros y por
nuestra salvación, exige, en respuesta, el nuestro, que se nos concretiza en el
cumplimiento de sus mandamientos, y que, en definitiva, se reducen a creer en
Él y vivir como Él vivió, hacienda nuestra su misma vida de entrega y de amor.
Y, lo que más hizo Cristo
Jesús durante toda su vida, fue amar a
Dios Padre y a todos los hombres, sus hermanos, hasta el extremo; es decir, con
un amor entrañable y radical, con verdadera pasión y siempre lleno de
compasión. Y, si todos los cristianos y todos los hombres, estamos llamados a
seguir su ejemplo, y lo hacemos de verdad, procurando amar como Él amó,
entonces, habremos encontrado realmente
el TESORO EN EL CAMPO Y LA PERLA PRECIOSA DEL REINO DE DIOS, en el que podremos
gozar, con Él, durante toda la eternidad.
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