sábado, 5 de agosto de 2017

Domingo XVIII-Fiesta de la Transfiguración


LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
  
EL SEÑOR REINA,
 ALTÍSIMO SOBRE  TODA LA TIERRA

Por Mª Adelina Climent Cortés  O P.


                    Alabemos al Dios Altísimo, que se nos manifiesta en todo su esplendor. Al Dios,  que tanto  nos  supera y sobrecoge y  que, estando muy por encima de nosotros, sus criaturas, con gran facilidad se agacha, para acogernos y atraernos hacia sí, con el fin de estrecharnos con ternura y amor.

                    A este Dios, tan excelso y sublime, pero tan amable y cercano, festejamos y contemplamos hoy, en el esplendor de su gloria y majestad,  cantando el salmo 96. De los tiempos del posexílio, este salmo, es un canto al Dios Yahveh, un himno a su  gran realeza, que se nos manifiesta en una espléndida teofanía, capaz de despertar la fe de cuantos le siguen con amor,  y la admiración de todos los pueblos

                    De este Dios, tan sublime y encumbrado, se regocija la tierra entera, transformada en  trono real desde el que, Yahveh, ejerce su gran poder y santidad, su justicia y derecho, como desbordamiento de su presencia, es decir, de todo su  ser, por lo que, es reconocido  y exaltado por  la misma creación, obra amorosa de sus manos:

El Señor reina, la tierra goza;
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean.
Justicia y Derecho sostienen su trono.

                    Los signos de esta teofanía indican que Yahveh, el Dios de Israel, homenajeado por las naciones, aclamado jubilosamente por la creación entera, se manifiesta en toda su trascendencia, como Señor y Rey del universo, y con el fin de ser aceptado, creído y alabado:

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra.
Los cielos pregonan su justicia
y todos los pueblos contemplan su gloria.

                    Por lo que, Yahveh, el Dios de Israel, no es un Dios cualquiera, no es como los demás dioses, pues, su gloria lo cubre y lo invade todo; su soberanía es inmensa, y su  mirada  firme y penetrante, de tal manera, que nadie se le puede comparar, por lo que,  ante Él, han de postrarse todos los demás dioses: 

Porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses

                    Más, esta GLORIA del Señor Altísimo, del Dios encumbrado de Israel,  se nos manifiesta hoy, en toda su riqueza y  esplendor, en LA PERSONA DE JESUCRISTO SOBRE EL MONTE TABOR, rodeado de una teofanía; pues, mientras oraba, SE TRANSFIGURÓ delante de Pedro,  Santiago y Juan, de manera que SU ROSTRO RESPLANDECIÓ COMO EL SOL Y SUS VESTIDOS SE VOLVIERON BLANCOS COMO LA LUZ.


                      Y “una voz desde la nube decía: ESTE ES MI HIJO, EL AMADO, MI PREDILECTO, ESCUCHADLO”, pasando a ser plena realidad, de esta manera, la profecía de Daniel: “Yo vi, en una visión nocturna, venir una especie de hombre entre las nubes del cielo. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y   lenguas le servirán”.

                    Alabemos y contemplemos, pues, con asombro y verdadera adoración, a este Jesús, nuestro salvador y maestro, manifestado, hoy, como verdadero Dios y hombre. Escuchémosle con atención, como desea el Padre, pues, solo Él tiene “palabras de vida eterna”. Celebremos su santo Nombre, todos nosotros, los cristianos, ya que, de manera tan espléndida y excelsa, se nos ha testimoniado su grandeza. 


                    Asimilemos su palabra, pues sólo escuchándola y practicándola, podremos hacer nuestro su mismo camino de CRUZ  y de GLORIA, de muerte y resurrección, hasta quedarnos  transfigurados en su misma gloria, y con nosotros, la creación entera, pues, solo  así, su reinado no tendrá fin.

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