sábado, 12 de agosto de 2017

Domingo XIX del T.O.- A



DOMINGO XIX DEL T. ORDINARIO -  A

MUESTRANOS, SEÑOR, TU MISERICORDIA 
Y DANOS TU SALVACIÓN

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    La Salvación nos la presenta y ofrece Dios bajo el  anuncio de una paz que produce alegría y bienestar, y que nos invita  a salir a su  encuentro con gozo, con el fin de acogerla y hacerla nuestra, pues trae consigo los dones, que más necesitamos los que buscamos la verdadera felicidad. La paz de Dios, su paz, la que quiere darnos, es la paz interior que emana de su presencia salvadora, es la paz que fortalece nuestra fe y nuestro amor por ser fruto de su perdón, y, es la paz que lleva consigo confianza, alegría y profundidad.

                    Esta paz que produce la presencia del Señor Yahveh y que, Elías esperaba acompañada  de una manifestación grandiosa,  pudo descubrirla, por fin,  en la brisa tenue de la montaña, y percibirla como un suave susurro, que llega a cautivarle profundamente, dándole fuerzas, confianza, y  ánimos, para  proseguir, con valentía, su difícil misión profética.

                    Y, con el salmo 84, cantamos esta paz del Señor, junto con su acogida y perdón, fruto de su fidelidad a sus promesas salvadoras; y, con agradecimiento y gozo, alabamos su gloria, proclamando la inmensidad de su misericordia.

                    Estamos ante uno de los “salmos de las liturgias” centrado en un oráculo, en el que, Yahveh, contesta al pueblo, que en las dificultades de la   restauración por las que atraviesa ha pedido su auxilio, después de haber reconocido sus graves infidelidades con  el Dios de La Alianza:

Voy a escuchar lo que dice el Señor.
Dios anuncia la paz.
La salvación está ya cerca de sus fieles
y la gloria habitará en nuestra tierra.

                    Más, con su gloria, Yahveh, muestra y resalta, de manera notable, los atributos más suyos,  los que más manifiestan su amor a los hombres y con los que, mejor, se hace visible a sus fieles, por ser signos de su protección y misericordia, que inducen a la confianza  y al reconocimiento soberano:

La misericordia y la fidelidad se encuentran
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra
y la justicia mira desde el cielo.

                    Y, triunfo de su misericordia, su justicia y salvación, son los demás bienes que, Yahveh, envía  al  pueblo, para hacer realidad  su anuncio de paz y perdón; y, entre ellos, uno de los más deseados y apreciados por su cotidiano y rico beneficio, es el de tener una tierra fértil que da,  a su tiempo,  buenas cosechas y gozosa alegría:

El Señor nos dará la lluvia
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos.

                    Para nosotros, los cristianos, los que seguimos a Jesús, nuestra paz es Él, por ser la fuerza y la bondad de Dios, que restaura y hace nuevas todas las cosas y el universo entero, hasta convertirlo en rico vergel de Dios, en su Reino glorioso.

                    La paz de Cristo, fruto de su amor y entrega, nos perdona, restaura y salva, llenándonos de gozo interior, de la misma vida de Dios.

                    Y, aumenta esta presencia de Dios en nosotros, esta paz interior, cuando se nos hace presente en los acontecimientos de nuestra vida,  que, no suelen ser los más estrepitosos, ostensibles e importantes, sino, en los humildes y sencillos del cotidiano vivir, como ocurrió a los apóstoles, que, pudieron reconocer su divinidad, en la calma de la tormenta y del oleaje del mar:

                    “Los de la barca se postraron ante Él diciendo: - REALMENTE ERES HIJO DE DIOS”


                    Más, esta presencia interior de JESÚS y del PADRE crea comunión, en nosotros, por el ESPÍRITU. Y, esta paz que produce gozo interior, es la que debemos transmitir a los que viven hambrientos de ella y la necesitan, y, a los pueblos que la buscan sin cesar. Es la paz que nos conduce a la alegría, a la fiesta y la felicidad eternas.

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