viernes, 14 de julio de 2017

Domingo XVdel T.O.-ciclo A


DOMINGO XV DEL T. ORDINARIO - A
  
LA SEMILLA CAYÓ EN TIERRA BUENA Y DIO FRUTO

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P


                    Lo que más nos admira de la bondad y sabiduría de  nuestro Dios y Señor, es su maravillosa gratuidad,  que, por  ser tan inmensa y rica, llena  todo lo creado de júbilo y felicidad, sembrando por doquier  gozo y alegría,  hasta en los detalles más íntimos, cotidianos y sencillos del humano vivir, como puede ser, una buena y abundante cosecha en  el mundo campesino.

                    A este Dios, tan  cercano siempre al hombre, que va  a su encuentro y camina con él, que en todo momento le habla y le escucha y que tiene por delicia hacerle participar de su abundancia, le ensalzamos cantando el salmo 64, un himno de alabanza y de acción de gracias a Yahveh por los beneficios y bendiciones que siempre ha tenido para con Israel,  su pueblo.

                    El salmo, y la lectura de Isaías (55, 10-11), que se complementan en esta celebración dominical, nos ayudan a reconocer el gran poder cósmico de Yahveh, y la eficacia creadora de su palabra, como anuncio gozoso de su salvación, presentando la lluvia como una de las más grandes y ricas bendiciones de Dios sobre la tierra:

Tú cuidas de la tierra, la riegas
y la enriqueces sin medida;
la acequia de Dios va llena de agua.

                   El trabajo incansable de Yahveh, como agricultor entendido, sobre el campo del universo, es tan eficaz que, por precisión, los resultados han de ser buenos: “Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar para que dé semilla al sembrador y pan al que come...”

Tú preparas los trigales:
riegas los surcos, igualas los terrones,
tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes.

                    Y, la lluvia, fuente inagotable de fertilidad, es esperada y tenida por todos, como la gran bendición de Dios sobre la tierra: “ASÍ SERÄ LA PALABRA QUE SALE DE MI BOCA NO VOLVERÁ A MÍ VACÍA, SINO QUE HARÁ MI VOLUNTAD Y CUMPLIRÁ MI ENCARGO”:

Coronas el año con tus bienes,
tus carriles rezuman abundancia;
rezuman los pastos del páramo,
y las colinas se orlan de alegría.

                   Agua derramada por Dios que enriquece los campos; bendición divina que se convierte en abundancia, logrando que, toda la naturaleza, agradecida, estalle de júbilo aclamando y cantando  alabanzas a Yahveh, por su maravilloso poder:

Las praderas se cubren de rebaños,
y los valles se visten de mieses
que aclaman y cantan.

                    Si, Israel, cantaba con gozo las bendiciones de Yahveh, las intervenciones salvadoras en su historia, también, en estos tiempos plenos, debemos cantarlas y agradecerlas con entusiasmo. La  mejor de ellas es Cristo Jesús, Palabra encarnada del Padre, bendición de Dios para toda la humanidad: en Él ha sido  bendecida con toda clase de bienes espirituales y materiales. Siendo su bendición mayor el habernos salvado con su pasión, muerte y Resurrección, de la condición pecadora en la que vivíamos, haciéndonos hijos de Dios y hermanos entre sí.

                    Más, no sólo Cristo Jesús, es Bendición de Dios para La Humanidad, sino que, en toda su vida fue, también, una bendición  constante al Padre Dios, y un darle gracias en todo momento:  le bendijo por haber manifestado los secretos del Reino a la gente sencilla y humilde. Y, siempre daba gracias a Dios, después de los milagros y curaciones que realizaba y, sobre todo, dio gracias al Padre por su Resurrección y exaltación.

                    También nosotros, debemos agradecer a Dios, habernos llamado al seguimiento de su Hijo Cristo Jesús, en el anuncio del  Reino;  habernos capacitado para escuchar su palabra y entenderla:

                    “…EL QUE ESCUCHA LA PALABRA Y LA ENTIENDE, ESE DARÁ FRUTO “


                    Y, sobre todo, por poder alimentarnos de su Cuerpo y Sangre en la mesa eucarística, y dejarnos conducir por Él, en unión de amor, a la comunión eterna con el Padre y el Espíritu.

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