DOMINGO XV DEL T. ORDINARIO - A
LA
SEMILLA CAYÓ EN TIERRA BUENA Y DIO FRUTO
Por Mª
Adelina Climent Cortés O.P
Lo que más nos admira de la bondad y sabiduría de nuestro Dios y Señor, es su maravillosa
gratuidad, que, por ser tan inmensa y rica, llena todo lo creado de júbilo y felicidad,
sembrando por doquier gozo y
alegría, hasta en los detalles más
íntimos, cotidianos y sencillos del humano vivir, como puede ser, una buena y
abundante cosecha en el mundo
campesino.
A este
Dios, tan cercano siempre al hombre,
que va a su encuentro y camina con él,
que en todo momento le habla y le escucha y que tiene por delicia hacerle
participar de su abundancia, le ensalzamos cantando el salmo 64, un himno de
alabanza y de acción de gracias a Yahveh por los beneficios y bendiciones que
siempre ha tenido para con Israel, su
pueblo.
El salmo, y la lectura de Isaías (55, 10-11),
que se complementan en esta celebración dominical, nos ayudan a reconocer el
gran poder cósmico de Yahveh, y la eficacia creadora de su palabra, como
anuncio gozoso de su salvación, presentando la lluvia como una de las más
grandes y ricas bendiciones de Dios sobre la tierra:
Tú
cuidas de la tierra, la riegas
y la
enriqueces sin medida;
la
acequia de Dios va llena de agua.
El trabajo incansable de Yahveh, como agricultor entendido, sobre el
campo del universo, es tan eficaz que, por precisión, los resultados han de ser
buenos: “Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá,
sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar para que dé
semilla al sembrador y pan al que come...”
Tú
preparas los trigales:
riegas
los surcos, igualas los terrones,
tu
llovizna los deja mullidos,
bendices
sus brotes.
Y, la lluvia, fuente inagotable de fertilidad, es esperada y tenida por
todos, como la gran bendición de Dios sobre la tierra: “ASÍ SERÄ LA PALABRA QUE
SALE DE MI BOCA NO VOLVERÁ A MÍ VACÍA, SINO QUE HARÁ MI VOLUNTAD Y CUMPLIRÁ MI
ENCARGO”:
Coronas
el año con tus bienes,
tus
carriles rezuman abundancia;
rezuman
los pastos del páramo,
y las
colinas se orlan de alegría.
Agua derramada por Dios que enriquece los campos; bendición divina que
se convierte en abundancia, logrando que, toda la naturaleza, agradecida,
estalle de júbilo aclamando y cantando
alabanzas a Yahveh, por su maravilloso poder:
Las
praderas se cubren de rebaños,
y los
valles se visten de mieses
que
aclaman y cantan.
Si, Israel, cantaba con gozo
las bendiciones de Yahveh, las intervenciones salvadoras en su historia,
también, en estos tiempos plenos, debemos cantarlas y agradecerlas con
entusiasmo. La mejor de ellas es Cristo
Jesús, Palabra encarnada del Padre, bendición de Dios para toda la humanidad:
en Él ha sido bendecida con toda clase
de bienes espirituales y materiales. Siendo su bendición mayor el habernos
salvado con su pasión, muerte y Resurrección, de la condición pecadora en la
que vivíamos, haciéndonos hijos de Dios y hermanos entre sí.
Más, no sólo Cristo Jesús, es Bendición de Dios
para La Humanidad, sino que, en toda su vida fue, también, una bendición constante al Padre Dios, y un darle gracias
en todo momento: le bendijo por haber
manifestado los secretos del Reino a la gente sencilla y humilde. Y, siempre
daba gracias a Dios, después de los milagros y curaciones que realizaba y,
sobre todo, dio gracias al Padre por su Resurrección y exaltación.
También
nosotros, debemos agradecer a Dios, habernos llamado al seguimiento de su Hijo
Cristo Jesús, en el anuncio del
Reino; habernos capacitado para
escuchar su palabra y entenderla:
“…EL QUE ESCUCHA LA PALABRA Y LA ENTIENDE, ESE
DARÁ FRUTO “
Y, sobre todo, por poder alimentarnos de su
Cuerpo y Sangre en la mesa eucarística, y dejarnos conducir por Él, en unión de
amor, a la comunión eterna con el Padre y el Espíritu.
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