DOMINGO XIV DEL T. ORDINARIO - A
TE ENSALZARÉ,
DIOS MÍO, MI REY.
BENDECIRÉ TU
NOMBRE POR SIEMPRE JAMÁS
Por Mª Adelina Climent
Cortés O.P.
La realeza de Dios, su vida y salvación, se nos manifiesta esta vez, en
su modo más conmovedor, sublime y tierno. Su saber y su omnipotencia dan paso a
lo más sencillo, humilde y delicado; a
todo lo pequeño, amable y bondadoso que hay en Él; pudiendo revelársenos así,
en su esencia más íntima y exquisita.
Y, con gozo y gratitud, alabamos a nuestro Dios con el salmo 144
que, por su carácter de himno, canta
hermosa y poéticamente el amor entrañable, las bondades y misericordias de Dios
para con todos los hombres.
Los versos escogidos del poema, para esta
celebración dominical, son una invitación personal que el propio salmista se
hace -y que, pasa a ser comunitaria y también
universal- con el fin de ensalzar, bendecir y alabar a Yahveh. También
quiere el orante, a la vez, profundizar
en la fe que profesa a su Dios y Señor,
el que siempre bendice con su poder y su amor, pero que, en esta ocasión, solo
lo hace desde su amor, junto con su cariño y cercanía:
Te ensalzaré, Dios
mío, mi rey,
bendeciré tu nombre
por siempre jamás.
Día tras día te
bendeciré
y alabaré tu nombre
por siempre jamás.
A pesar de los muchos pecados e infidelidades de Israel para con su
Dios. El Señor, Yahveh, siempre se
manifiesta generoso, clemente y misericordioso con su pueblo, siendo todo fruto
de su eterna fidelidad a sus promesas:
El Señor es clemente
y misericordioso,
lento a la cólera y
rico en piedad;
el Señor es bueno con
todos,
es cariñoso con todas
sus criaturas.
Y, porque, la misericordia de Dios es fuente de bondad, de generosidad y de perdón, para cuantos le
sirven y le invocan; también, sus fieles, con su vida y testimonio, han de dar
a conocer las hazañas de Yahveh a todos los hombres, y, juntos, proclamar, con
fe y entusiasmo, la gloria y majestad de su Reinado:
Que todas las
criaturas te den gracias, Señor.
Que te bendigan tus
fieles,
que proclamen la
gloria de tu reino,
que hablen de tus
hazañas.
Más, toda la santidad de Yahveh, su paz y su justicia, se revelan en la
eficacia y fidelidad de sus palabras y en el modo, siempre misericordioso, de
su obrar, sobre todo con los más débiles y menesterosos, que son los más
necesitados de su amor:
El Señor es fiel a
sus palabras,
bondadoso en todas
sus acciones.
El Señor sostiene a
los que van a caer,
endereza a los que ya
se doblan.
Este himno a la realeza de Dios en su expresión más sencilla y humilde,
va acorde con la profecía de Zacarías, con la que, intenta reavivar la esperanza de Israel, en la figura
real-mesiánica del descendiente de David: “Alégrate, hija de Sión; canta, hija
de Jerusalén; MIRA A TU REY QUE VIENE A TI JUSTO Y VICTORIOSO, modesto y
cabalgando en un asno, en un pollino de borrica”.
Y, este Rey Mesías, esperado por todos los tiempos, es Cristo Jesús, que
entró en Jerusalén montado sobre un pollino, antes de comenzar su pasión; y
que, poco después fue crucificado, muerto y resucitado, para salvarnos de
nuestros pecados desde su entrega amorosa, pero con el sufrimiento y la
humillación.
Así, su predilección por los más
sencillos, los más pobres y por los que menos cuentas en este mundo,
Cristo Jesús, la manifiesta, entre otras ocasiones, cuando agradece al
Padre, HABER REVELADO LOS SECRETOS DEL
REINO A LOS MÁS SENCILLOS Y HUMILDES. Y, también, porque pudo decirnos, QUE ERA MANSO Y HUMILDE DE CORAZÓN y que,
en Él, encontraríamos, siempre, el alivio y descanso que necesitamos.
Que, el ejemplo de Cristo Jesús y toda su existencia, nos mueva a buscar
su ayuda y consuelo en las dificultades de la vida, y, a saber imitar su conducta, para testimoniarla
ante los demás con gozo y con todo nuestro amor y agradecimiento.
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