viernes, 7 de julio de 2017

Domingo XIV del TO-ciclo A


DOMINGO XIV DEL T. ORDINARIO - A


TE ENSALZARÉ, DIOS MÍO, MI REY.
BENDECIRÉ TU NOMBRE POR SIEMPRE JAMÁS

              Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.


                    La realeza de Dios, su vida y salvación, se nos manifiesta esta vez, en su modo más conmovedor, sublime y tierno. Su saber y su omnipotencia dan paso a lo más  sencillo, humilde y delicado; a todo lo pequeño, amable y bondadoso que hay en Él; pudiendo revelársenos así, en su esencia más íntima y exquisita.

                    Y, con gozo y gratitud, alabamos a nuestro Dios con el salmo 144 que,  por su carácter de himno, canta hermosa y poéticamente el amor entrañable, las bondades y misericordias de Dios para con todos los hombres.

                    Los versos escogidos del poema, para esta celebración dominical, son una invitación personal que el propio salmista se hace -y que, pasa a ser comunitaria y también  universal- con el fin de ensalzar, bendecir y alabar a Yahveh. También quiere el orante,  a la vez, profundizar en la  fe que profesa a su Dios y Señor, el que siempre bendice con su poder y su amor, pero que, en esta ocasión, solo lo hace desde su amor, junto con su cariño y cercanía:  

Te ensalzaré, Dios mío, mi rey,
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.

                    A pesar de los muchos pecados e infidelidades de Israel para con su Dios.  El Señor, Yahveh, siempre se manifiesta generoso, clemente y misericordioso con su pueblo, siendo todo fruto de su eterna fidelidad a sus promesas:

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.

                   Y, porque, la misericordia de Dios es fuente de bondad,  de generosidad y de perdón, para cuantos le sirven y le invocan; también, sus fieles, con su vida y testimonio, han de dar a conocer las hazañas de Yahveh a todos los hombres, y, juntos, proclamar, con fe y entusiasmo, la gloria y majestad de su Reinado:

Que todas las criaturas te den gracias, Señor.
Que te bendigan tus fieles,
que proclamen la gloria de tu reino,
que hablen de tus hazañas.

                    Más, toda la santidad de Yahveh, su paz y su justicia, se revelan en la eficacia y fidelidad de sus palabras y en el modo, siempre misericordioso, de su obrar, sobre todo con los más débiles y menesterosos, que son los más necesitados de su amor:

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.
                  
                    Este himno a la realeza de Dios en su expresión más sencilla y humilde, va acorde con la profecía de Zacarías, con la que,  intenta reavivar la esperanza de Israel, en la figura real-mesiánica del descendiente de David: “Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; MIRA A TU REY QUE VIENE A TI JUSTO Y VICTORIOSO, modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica”.

                    Y, este Rey Mesías, esperado por todos los tiempos, es Cristo Jesús, que entró en Jerusalén montado sobre un pollino, antes de comenzar su pasión; y que, poco después fue crucificado, muerto y resucitado, para salvarnos de nuestros pecados desde su entrega amorosa, pero con el sufrimiento y la humillación.

                    Así, su predilección por los más  sencillos, los más pobres y por los que menos cuentas en este mundo, Cristo Jesús, la manifiesta, entre otras ocasiones, cuando agradece al Padre,  HABER REVELADO LOS SECRETOS DEL REINO A LOS MÁS SENCILLOS Y HUMILDES. Y, también,  porque pudo decirnos, QUE ERA MANSO Y HUMILDE DE CORAZÓN y que, en Él, encontraríamos, siempre, el alivio y descanso que necesitamos.


                    Que, el ejemplo de Cristo Jesús y toda su existencia, nos mueva a buscar su ayuda y consuelo en las dificultades de la vida, y, a  saber imitar su conducta, para testimoniarla ante los demás con gozo y con todo nuestro amor y agradecimiento.

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