DOMINGO XVI DEL T. ORDINARIO - A
TÚ, SEÑOR, ERES BUENO Y CLEMENTE
Por Mª Adelina
Climent Cortés O.P.
Dios nos concede con
agrado, lo que le es más propio, su
vida, su amor y salvación, si, humildemente acudimos a Él y le invocamos con
fe, en nuestras búsquedas y necesidades. Esta relación confiada con Dios, ha de
ser fruto de una amistad sincera, que,
por parte de Dios existe y nunca falla, y, que, el ser humano, la adquiere y
acrecienta en la intimidad divina, es decir, en el diálogo con el que se
goza de estar siempre a nuestra escucha y de hablarnos al corazón, para
llenarnos de su gozo, paz, y consuelo.
Y, porque, tantas veces
tenemos necesidad de acudir a Dios, para que cure nuestras heridas, perdone
nuestras infidelidades, y llene nuestra vida de su amor, lo invocamos
agradecidos con el salmo 85, cantando su ternura, su misericordia y su
compasión.
Este poema, hermoso en su
expresión literaria, es la oración de un afligido que pide, con humildad y
sincero amor, la protección de Yahveh, su Dios, ante una gran dificultad y
prueba, en la que se encuentra sumergido, pero, teniendo la seguridad, eso
sí, de que, su oración, como en otras
ocasiones, será escuchada y atendida.
Tú, Señor, eres bueno y
clemente,
rico en misericordia con los
que te invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi
súplica.
Y, porque, no hay
otro dios más grande que Yahveh, que
escucha y atiende a todos con bondad y amor; y, porque, su manera de ser y de comportarse con todos
sus fieles, sobre todo con los humildes y sencillos, es tan conmovedora y excepcional; el orante, agradecido, evoca la
realeza y majestad de su gloria que, por precisión, ha de ser reconocida
universalmente, como la del único Dios y Señor, maravilloso en todas sus obras
y acciones:
Todos los pueblos vendrán
a postrarse en tu presencia,
Señor,
bendecirán tu nombre:
“Grande eres tú y haces
maravillas”
tú eres el único Dios”.
De nuevo, el orante se
dirige a Yahveh, con la mejor y más sublime de las definiciones que conocemos,
por su estremecedora belleza y su rico contenido, para insistir e implorar, más
hondamente, su cercanía y compasión:
Pero tú, Señor, Dios
clemente y misericordioso,
lento a la cólera, rico en
piedad y leal,
mírame, ten compasión de mí.
Más, confesar que Dios es
bueno, fiel y clemente, con la fe y el
fervor gozoso que lo hace el salmista, ha de ser la razón misma de la oración
personal y comunitaria de todo creyente, de todos los seguidores de Cristo
Jesús.
En esta oración, es donde
mejor podemos experimentar que, la expresión más sublime y perfecta de la
bondad, de la misericordia y lealtad
del Señor, la tenemos en Cristo Jesús, manifestación entrañable del rostro compasivo y amable de Dios Padre, que todo
lo cuida con amor y que, tan humano y condescendiente es con el hombre, pues lo
juzga siempre con piedad y moderación, dándole, en el pecado, lugar al arrepentimiento
Compasión y misericordia de Dios, que, podemos acoger y hacer nuestras
en el diálogo amoroso con Él; porque, es, en esta intimidad gozosa, donde se va
desvelando su presencia en nosotros y en cuanto nos rodea.
Presencia y cercanía de Dios, en la que, aprendemos a escuchar su
Palabra, que nos va transformando en verdaderos hijos suyos y en hermanos de
todos los hombres, siempre dispuestos a
superar lo desagradable y negativo de nuestro mundo, con el fin de valorarlo y
nunca condenarlo, pues, sólo de esta
manera, podremos hacer aflorar su Reino, en el que todos caminamos hacia la
plenitud de su gloria, y donde BRILLAREMOS COMO EL SOL EN SU PRESENCIA.
Vida eterna, que es COMUNIÓN
GOZOSA CON EL PADRE; EN SU HIJO JESÚS Y POR EL ESPÍRITU.
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