sábado, 21 de enero de 2017

Domingo III del T- Ordinario- A


DOMINGO III DEL T. ORDINARIO - A



EL SEÑOR ES MI LUZ Y MI SALVACIÓN

Por M. Adelina Climent Cortés  O.P.


                    Ante las promesas de Dios anunciando su Salvación, surge en nosotros una alegre esperanza, que nos llena de paz y confianza, que despierta nuestros deseos de conversión en la búsqueda constante  de su rostro, y que, nos fortalece y alienta, en la tarea dificultosa y cotidiana  de construir y dar testimonio del Reino.

                    Nuestra respuesta sincera y agradecida a la actitud creadora y salvadora de Dios, la damos cantando y contemplando el salmo 26. Estamos ante un salmo real, que se cantaba en las celebraciones de entronización y que transmitía confianza y esperanza en Yahveh, desde la luz de una fe honda, como la que demuestra tener el salmista, ya que, formula su oración, no para cubrir sus necesidades materiales, sino para cantar, alabar y bendecir a Dios por su salvación, por su inmensa bondad con las criaturas humanas y, sobre todo, con sus fieles, los que siempre creen y confían en su misericordia:

El Señor es mi luz y mi salvación;
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida:
¿quién me hará temblar?

                 Seguidamente, el orante, va a explicitar el gran deseo que lleva en su corazón, y que no es otro, que, querer estar siempre junto a su Señor, Yahveh, gozando de su bondad y  presencia, sintiendo el calor de su cercanía, experimentando su ternura, y contemplando la claridad de su luz, que envuelve de gloria el templo donde habita:

Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por todos los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor
contemplando su templo.

                 Y, en un arrebato de gozo, el orante, expresa la esperanza que le guía y que llena de paz y de alegría todo su ser, a la vez que, también es expresión de una renovada confianza: poder vivir largamente, para alabar y bendecir en todo momento a su Dios, Yahveh; lo que ya no pueden  hacer los que descansan en el sehol: 
   
Espero gozar de la dicha del Señor,
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.

                Pero, aún sin saberlo, lo que ya deseaba el salmista, es la dicha que la esperanza cristiana despierta en cada uno de nosotros, la posesión en plenitud de una vida futura, eterna y gloriosa, de la que gozaremos junto a Dios, en la alabanza de su gloria.

                También los cristianos, como el yahvista, buscamos en esta vida presente el Rostro de Dios, que no es otro que el de su único Hijo encarnado, Jesús de Nazaret; y que, sólo se deja encontrar en el rostro de nuestros hermanos, en el de todos los hombres, pero de una manera más luminosa y plena en el de los más pobres, desheredado y humillados; en los más sencillos y pequeños, que, por su misma condición, son los más queridos de Dios, como bien lo demostró Jesús, que “PROCLAMABA EL EVANGELIO DEL REINO, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”.

               Y, al contemplar  este rostro de Jesús en los hermanos más necesitados,  se nos desvelará el del Padre, Luz radiante e inaccesible para nosotros.

               Más, contemplar la luz de Dios es lo mismo que experimentar su salvación, su Reinado entre nosotros: “EL PUEBLO QUE CAMINABA EN TINIEBLAS VIO UNA LUZ GRANDE; habitaba tierras de sombra, y una luz les brilló”. Que esta alegría y gozo que Dios ha acrecentado en nosotros, con el anuncio de su Salvación, nos ayude a esperar confiadamente poseerla, en plenitud, en la vida futura y eterna:

                     “Espero gozar de la de la dicha del Señor en el país de la vida”

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