DOMINGO III DEL
T. ORDINARIO - A
EL
SEÑOR ES MI LUZ Y MI SALVACIÓN
Por
M. Adelina Climent Cortés O.P.
Ante las promesas de Dios
anunciando su Salvación, surge en nosotros una alegre esperanza, que nos llena
de paz y confianza, que despierta nuestros deseos de conversión en la búsqueda
constante de su rostro, y que, nos
fortalece y alienta, en la tarea dificultosa y cotidiana de construir y dar testimonio del Reino.
Nuestra respuesta sincera y
agradecida a la actitud creadora y salvadora de Dios, la damos cantando y
contemplando el salmo 26. Estamos ante un salmo real, que se cantaba en las
celebraciones de entronización y que transmitía confianza y esperanza en
Yahveh, desde la luz de una fe honda, como la que demuestra tener el salmista,
ya que, formula su oración, no para cubrir sus necesidades materiales, sino
para cantar, alabar y bendecir a Dios por su salvación, por su inmensa bondad
con las criaturas humanas y, sobre todo, con sus fieles, los que siempre creen
y confían en su misericordia:
El Señor es
mi luz y mi salvación;
¿a quién
temeré?
El Señor es
la defensa de mi vida:
¿quién me
hará temblar?
Seguidamente, el orante, va a
explicitar el gran deseo que lleva en su corazón, y que no es otro, que, querer
estar siempre junto a su Señor, Yahveh, gozando de su bondad y presencia, sintiendo el calor de su
cercanía, experimentando su ternura, y contemplando la claridad de su luz, que
envuelve de gloria el templo donde habita:
Una cosa
pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en
la casa del Señor
por todos
los días de mi vida;
gozar de la
dulzura del Señor
contemplando
su templo.
Y, en un arrebato de gozo, el
orante, expresa la esperanza que le guía y que llena de paz y de alegría todo
su ser, a la vez que, también es expresión de una renovada confianza: poder
vivir largamente, para alabar y bendecir en todo momento a su Dios, Yahveh; lo
que ya no pueden hacer los que descansan
en el sehol:
Espero gozar
de la dicha del Señor,
en el país
de la vida.
Espera en el
Señor, sé valiente,
ten ánimo,
espera en el Señor.
Pero, aún sin saberlo, lo que
ya deseaba el salmista, es la dicha que la esperanza cristiana despierta en
cada uno de nosotros, la posesión en plenitud de una vida futura, eterna y
gloriosa, de la que gozaremos junto a Dios, en la alabanza de su gloria.
También los cristianos, como
el yahvista, buscamos en esta vida presente el Rostro de Dios, que no es otro
que el de su único Hijo encarnado, Jesús de Nazaret; y que, sólo se deja
encontrar en el rostro de nuestros hermanos, en el de todos los hombres, pero
de una manera más luminosa y plena en el de los más pobres, desheredado y
humillados; en los más sencillos y pequeños, que, por su misma condición, son
los más queridos de Dios, como bien lo demostró Jesús, que “PROCLAMABA EL
EVANGELIO DEL REINO, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”.
Y, al contemplar este rostro de Jesús en los hermanos más
necesitados, se nos desvelará el del
Padre, Luz radiante e inaccesible para nosotros.
Más, contemplar la luz de Dios
es lo mismo que experimentar su salvación, su Reinado entre nosotros: “EL
PUEBLO QUE CAMINABA EN TINIEBLAS VIO UNA LUZ GRANDE; habitaba tierras de
sombra, y una luz les brilló”. Que esta alegría y gozo que Dios ha acrecentado
en nosotros, con el anuncio de su Salvación, nos ayude a esperar confiadamente
poseerla, en plenitud, en la vida futura y eterna:
“Espero gozar de la de la dicha del Señor en el país de la
vida”
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