sábado, 7 de enero de 2017

Bautismo del Señor- A


FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR – A



EL SEÑOR BENDICE A SU PUEBLO CON LA PAZ

Por M. Adelina Climent Cortés  O.P.

              
                    Dios con su poder y su gloria crea el universo, con la sabiduría de su Palabra hace que los elementos de la creación cumplan su voluntad, y, con la grandeza de su señorío nos bendice con su paz.

                    El salmo 28, de David, es un himno de origen primitivo, que canta el poder y la majestad de Dios en la creación. Con la descripción de una tormenta grandiosa  y espectacular, hace de la naturaleza una bella teofanía en la que, Yahveh, se manifiesta  dueño y Señor del universo, al que obedecen y respetan las fuerzas y las leyes que rigen el cosmos.

                    Este salmo, que es una magnífica composición en honor de Yahveh, al  manifestar su majestad y gloria, forma parte de la liturgia dominical de LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR y nos habla, como lo hace Isaías y los Hechos de los Apóstoles, del agua y su acción benéfica  al dar vida y fertilidad a todo lo creado.

                    Esta grandeza y este poder de Dios, que todo lo transforma, embellece y bendice, invita a su alabanza y glorificación. Y, dice el salmista, que así lo hacen ya, en  el cielo,  los que son llamados “hijos de Dios”, que podrían ser los Ángeles, pues, no cesan de reconocer y reverenciar su soberanía:

Hijos de Dios, aclamad al Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor.
postraos ante el Señor en el atrio sagrado.

                    Seguidamente, el poema describe, con belleza y solemnidad, una tormenta temible y maravillosa a la vez, que, como la voz del Señor, impetuosa y arrolladora,  llena la tierra de bondad y señorío, dejando su huella y destello por doquier. “Como la lluvia y la nieve caen del cielo, y solo vuelven allí después de haber empapado la tierra, de haberla fecundado y hecho germinar…así será mi palabra”:

La voz del Señor sobre las aguas,
el Señor sobre las aguas torrenciales.
La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica.

                    El salmista, que, asombrado, sigue contemplando las maravillas del fenómeno, que solo Yahveh, con su omnipotencia puede desencadenar, como Rey eterno desde su trono, invita, al mismo universo, a unirse en un grito jubiloso de alabanza y gloria a Dios, desde su recinto sagrado:

El Dios de la gloria ha tronado,
El Señor descorteza las selvas.
En su templo un grito unánime: ¡Gloria!
El Señor se sienta como Rey eterno.

                     Así, la creación envuelta en la gloria de  Dios, puede ofrecerla de nuevo,
en el lugar donde Él habita particularmente, en el Templo, por ser también, el lugar
donde mejor acoge nuestros ofrecimientos y nuestra alabanza, donde hace crecer nuestra fe, y desde donde nos bendice con su paz.

                    Y, de nuevo, en la plenitud de los tiempos, la voz de Dios se deja escuchar.
Esta vez en las aguas del río Jordán, donde JESÚS, ya adulto, es BAUTIZADO POR
JUAN, Aquí nos habla Dios, no de manera tan primitiva, sino para señalarnos a su Hijo,
Palabra Eterna del Padre, el Verbo encarnado, en una espléndida manifestación de JESÚS COMO MESÍAS, al inicio de su ministerio público: “Se oyó una voz del cielo: TU ERES MI AMADO, MI PREFERIDO”.

                    Más, es Jesús, en su condición de Hijo, el que, en su misión salvadora, nos
Hermana con Él y entre nosotros y nos va revelando al Padre, hasta lograr que lleguemos a ser hijos amados de Él, si de verdad vivimos en su seguimiento, realizando la voluntad de Dios, del Padre, que siempre nos bendice con su paz y nos hace vivir en la vida nueva del Reino: A Él la gloria por toda la eternidad.


                  

  

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