FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR – A
EL SEÑOR BENDICE A SU
PUEBLO CON LA PAZ
Por M. Adelina
Climent Cortés O.P.
Dios con su poder y su gloria crea el universo,
con la sabiduría de su Palabra hace que los elementos de la creación cumplan su
voluntad, y, con la grandeza de su señorío nos bendice con su paz.
El salmo 28, de David, es un himno de origen
primitivo, que canta el poder y la majestad de Dios en la creación. Con la
descripción de una tormenta grandiosa y
espectacular, hace de la naturaleza una bella teofanía en la que, Yahveh, se
manifiesta dueño y Señor del universo,
al que obedecen y respetan las fuerzas y las leyes que rigen el cosmos.
Este salmo, que es una magnífica composición en
honor de Yahveh, al manifestar su
majestad y gloria, forma parte de la liturgia dominical de LA FIESTA DEL
BAUTISMO DEL SEÑOR y nos habla, como lo hace Isaías y los Hechos de los
Apóstoles, del agua y su acción benéfica
al dar vida y fertilidad a todo lo creado.
Esta grandeza y este poder de Dios, que todo lo
transforma, embellece y bendice, invita a su alabanza y glorificación. Y, dice
el salmista, que así lo hacen ya, en el
cielo, los que son llamados “hijos de
Dios”, que podrían ser los Ángeles, pues, no cesan de reconocer y reverenciar
su soberanía:
Hijos de Dios,
aclamad al Señor,
aclamad la gloria del
nombre del Señor.
postraos ante el
Señor en el atrio sagrado.
Seguidamente, el poema describe, con belleza y
solemnidad, una tormenta temible y maravillosa a la vez, que, como la voz del
Señor, impetuosa y arrolladora, llena
la tierra de bondad y señorío, dejando su huella y destello por doquier. “Como
la lluvia y la nieve caen del cielo, y solo vuelven allí después de haber
empapado la tierra, de haberla fecundado y hecho germinar…así será mi palabra”:
La voz del Señor
sobre las aguas,
el Señor sobre las
aguas torrenciales.
La voz del Señor es
potente,
la voz del Señor es
magnífica.
El salmista,
que, asombrado, sigue contemplando las maravillas del fenómeno, que solo
Yahveh, con su omnipotencia puede desencadenar, como Rey eterno desde su trono,
invita, al mismo universo, a unirse en un grito jubiloso de alabanza y gloria a
Dios, desde su recinto sagrado:
El Dios de la gloria
ha tronado,
El Señor descorteza
las selvas.
En su templo un grito
unánime: ¡Gloria!
El Señor se sienta
como Rey eterno.
Así, la
creación envuelta en la gloria de Dios,
puede ofrecerla de nuevo,
en el lugar donde Él habita
particularmente, en el Templo, por ser también, el lugar
donde mejor acoge nuestros
ofrecimientos y nuestra alabanza, donde hace crecer nuestra fe, y desde donde
nos bendice con su paz.
Y, de
nuevo, en la plenitud de los tiempos, la voz de Dios se deja escuchar.
Esta vez en las aguas del río
Jordán, donde JESÚS, ya adulto, es BAUTIZADO POR
JUAN, Aquí nos habla Dios, no de manera tan primitiva, sino para señalarnos a su Hijo,
JUAN, Aquí nos habla Dios, no de manera tan primitiva, sino para señalarnos a su Hijo,
Palabra Eterna del Padre, el
Verbo encarnado, en una espléndida manifestación de JESÚS COMO MESÍAS, al
inicio de su ministerio público: “Se oyó una voz del cielo: TU ERES MI AMADO,
MI PREFERIDO”.
Más, es Jesús, en su condición de Hijo, el que,
en su misión salvadora, nos
Hermana con Él y entre nosotros y
nos va revelando al Padre, hasta lograr que lleguemos a ser hijos amados de Él,
si de verdad vivimos en su seguimiento, realizando la voluntad de Dios, del
Padre, que siempre nos bendice con su paz y nos hace vivir en la vida nueva del
Reino: A Él la gloria por toda la eternidad.
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