domingo, 15 de enero de 2017

Domingo II del T. O. -A


DOMINGO II  T. ORDINARIO  - A                   



                      AQUÍ ESTOY, SEÑOR, PARA HACER TU VOLUNTAD

Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.

                    La Palabra de Dios, en la celebración eucarística dominical, nos muestra hoy, a Jesús, como “siervo”, como luz de las naciones, que llevará la salvación de Dios hasta los confines de la tierra, y, como  “cordero” de Dios que quita el pecado del mundo.                                                                                                                                

                    Agradecidos a esta salvación que nos llega de Dios, por Jesucristo, le ensalzamos cantando el salmo 39, un himno de acción de gracias, que anticipa lo que será la vida terrena de Jesús, su incondicional disponibilidad y su generosa entrega redentora:

Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad:

                    También es la confesión que el orante israelita hace a su Dios, Yahveh; porque, estando en una situación difícil y angustiosa, y habiendo confiado y esperado en su bondad, se había dignado escucharle, acogiéndole con cariño y amor, hasta llegar a poner, Él mismo,  en su boca,  cantos de gratitud y alabanza por la salvación recibida de  sus manos compasivas:

Yo esperaba con ansia al Señor;
El se inclinó y escuchó mi grito:
me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios.

                    Más, piensa el salmista, que, si Yahveh, había estado tan grande y generoso con él, del mismo modo, por su parte, tenía que corresponderle, con la ofrenda que  más  puede agradar a su Dios, que es la entrega de uno mismo a su voluntad y querer, como así consta  escrito en el libro de La Ley:

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y en cambio me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: “Aquí estoy
-como está escrito en mi libro-
para hacer tu voluntad”

                    Guardar La Ley, que todo buen israelita ha de llevar inscrita en su interior, es como amar a Yahveh por encima de todas las cosas existentes. Y no sólo eso, la gratitud del orante le lleva a querer alabar y pregonar incansablemente su salvación ante los demás fieles, para que, también ellos,  puedan conocer y experimentar la fidelidad y lealtad del Señor:

Dios mío, lo quiero
y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios,
Señor, tú lo sabes.

                    Y, esta actitud de donación y agradecimiento del salmista, pero de manera más sublime, eminente y plena, es la misma que adoptó Jesús de Nazaret, nuestro Mesias y Salvador, cuando entró en el mundo y se hizo hombre como uno de nosotros, entregándose amorosa e incondicionalmente a la voluntad del Padre: “no lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”, con lo que consiguió la redención y salvación del género humano, con el precio de su sacrificio, siendo así:

                   “EL CORDERO DE DIOS QUE QUITA EL PECADO DEL MUNDO”  Y “EL QUE HA DE BAUTIZAR CON ESPÍRITU SANTO”, destinado por el Padre, desde la eternidad, a “SER LUZ Y SALVACIÓN DE TODOS LOS PUEBLOS”.

                    Y, el ejemplo de Cristo Jesús, en su entrega amorosa al Padre, ha de movernos a nosotros, los cristianos,  los que queremos vivir en su seguimiento, a imitar su generosidad, ofreciendo lo mejor que tenemos de nosotros mismos, que es nuestra propia vida, al servicio de los intereses del Reino.

                    Pero, no de cualquier manera, sino viviéndola en justicia y verdad, es decir con honradez, que equivale decir, no para nuestro propio provecho, sino para el interés de los demás: creando en el mundo la auténtica fraternidad, y  alabando constantemente a Dios, del que nos viene la salvación, pues ya desde ahora quiere que, como hijos suyos, nos podamos sentir dichosos, esperando nuestra plenitud en la gloria de la vida eterna. 

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