DOMINGO VI DEL T.
ORDINARIO - C
DICHOSO EL HOMBRE,
QUE HA PUESTO SU CONFIANZA EN
EL SEÑOR
Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.
Dios, sumo
bien, es fuente de felicidad eterna y, también, motivo y meta de nuestra dicha
y alegría. Y, a gozar de ella, de su
misma vida, nos invita constantemente, de tal manera que, la felicidad del
hombre es la suya. San Ireneo lo dice muy bellamente: “La gloria de Dios es el
hombre” (realizado en plenitud), es decir, es el hombre que, con esfuerzo y con
la ayuda divina, ha conseguido ser feliz, aunque lo será de manera más plena en
la eternidad. Y, a ser feliz, nos conducen hoy las lecturas bíblicas de la misa
y, también, lo que pedimos en el canto
meditativo del salmo 1º, el que nos introduce en el salterio.
Este salmo,
escrito en la época sapienzal; es un “poema didáctico” con la teología propia
de su tiempo. Al yahvista le preocupa, como a todo creyente, el problema del
bien y del mal, y llama “dichoso” al que
sabe apartarse de todo lo adverso y pone su gozo y lealtad en el Señor, Yahveh,
y en meditar su ley saboreando la verdad, que es lo primero que hay que hacer
en la vida:
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos,
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.
Con la imagen
del árbol, fresco y lozano, el salmista orante, nos describe la belleza de una
vida anclada en el bien y en la verdad, capaz de dar frutos de amor y de
justicia, es decir de santidad:
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón,
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin.
En cambio,
los que no meditan la ley ni la cumplen, no pueden tener a Yahveh por
Dios, ni
seguir sus caminos de amor y fidelidad,
y, por consiguiente, no pueden
experimentar la dicha de sentirse
salvados y seguros en sus manos, ni tampoco son capaces de recibir su
bendición:
No así los impíos, no así:
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.
El camino de la dicha, que conduce a la
felicidad plena del cielo, es Cristo Jesús, “Camino, Verdad y Vida”. El Padre
celestial permitió que la experimentara en
su entrega de amor y salvación, y que la sellara con su muerte de cruz y su
resurrección gloriosa. Y, esta es, también, la dicha y felicidad, que Jesús
enseñó en el “sermón del llano” cuando habló a la gente que le seguía de las
Bienaventuranzas del Reino.
Jesús,
consideró dichosos a los pobres, a los que sufren y son perseguidos, a los
menos considerados de este mundo, que son los que más soportan la cruz de la
vida, y les prometió el reino del cielo:
“Alegraos
ese día y saltad de gozo: PORQUE VUESTRA RECOMPENSA SERÁ GRANDE EN EL CIELO”
Y, en cambio, dijo de los poderosos,
de los que se gozan de las riquezas despreocupándose de los demás, que
carecerían de la dicha total y definitiva, ya que sus acciones son malas y no
pueden ser dignas de recompensa alguna.
Y, los que seguimos a Cristo Jesús,
intentando vivir su misma vida, su actitud evangélica, hemos de saber comunicar
a los demás, con nuestro testimonio, el camino único que conduce a todos a la
verdadera felicidad, que es el camino da
la justicia, de la paz y de la
solidaridad; el de la fe, la esperanza,
y el amor; y, también, el de la plena confianza en el Señor de La
Gloria.
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