viernes, 1 de febrero de 2019

Domingo IV del T. O.- C



DOMINGO IV DEL  T. ORDINARIO - C

MI BOCA ANUNCIARÁ TU SALVACIÓN

Por Mª Adelina Climent Cortés  O.P.
                
                    La vida de todo creyente está llena de dificultades, de incomprensión y hasta de envidia y persecución; de manera que, sólo se puede vivir la fe, desde una oración constante y confiada en la misericordia de Dios, que siempre ayuda y protege a los que le son cercanos y le invocan con sinceridad.

                    Y, porque queremos crecer en la fe y en el conocimiento de Dios, para experimentar su amor y ser anunciadores y testigos del Reino, le invocamos con el salmo 70, haciendo nuestra la actitud orante del salmista.

                     El poema, escrito en la época del posexílio, es uno de los salmos de “lamentación y súplica individual” Es la oración de un anciano en peligro de muerte y acosado por sus enemigos, que, al verle en esta situación, piensan que está abandonado de las manos del Señor, Yahveh, y, hasta desesperado...  Pero, el anciano, más que nunca y con mayor fervor y confianza se vuelve a Dios, teniendo la seguridad de que, sólo Él, puede salvarle de la situación dolorosa que vive:

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú, que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame.
     
                      El orante, sigue clamando a Yahveh, como lo indican los calificativos que, con tanto  amor y fuerza le atribuye, y que, manifiestan bien, su profunda fe y grato reconocimiento:                

Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú,
Dios mío, líbrame de la mano perversa.

                      Más tranquilo, y recuperado ya de sus dolencias y soledad, el anciano, quiere recordar a Yahveh, lo mucho que ha significado para él, su ayuda y protección, que, también  experimentó antes de nacer, fruto siempre de su bondad y de su amor compasivo y salvador:

Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno, tú me sostenías.

                        Por fin, el  salmista, estalla en cantos de agradecimiento a Yahveh, del que, siempre contará sus maravillas:                

Mi boca contará tu auxilio,
y todo el día tu salvación.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas.


                        Esta misma situación de angustia y persecución la vivió el profeta Jeremías, cuando tuvo que anunciar que,  la salvación de Yahveh, era para Israel y todos los pueblos. Y, también  Jesús, cuando iba revelando a las gentes  su mesianidad, presentándose como el enviado de Dios en la sinagoga de Nazaret: “HOY SE CUMPLE ESTA ESCRITURA QUE ACABÄIS DE OIR”. 

                       Y, del mismo modo, nosotros, los cristianos, los que seguimos a Jesús y queremos anunciar La Buena Noticia, su palabra salvadora y evangélica, nos veremos incomprendidos, criticados y en alguna ocasión, hasta perseguidos; pero esto no debe asustarnos, sino todo lo contrario, fortalecernos más; ya que, también a nosotros nos dice Dios: “YO ESTOY CONTIGO PARA LIBRARTE”
                       
                        Que nuestra principal misión sea, pues, anunciar con valentía y ejemplaridad la salvación de Dios en su Hijo Cristo Jesús; salvación que libera, sana y personifica; salvación que transforma y diviniza hasta hacer que, toda la creación cante las maravillas de Dios,  mientras hace visible su reinado de amor.

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