DOMINGO IV DE ADVIENTO - C
OH DIOS, RESTÁURANOS,
QUE BRILLE TU ROSTRO Y NOS SALVE
Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.
YA ESTÁ CERCA LA VENIDA DE JESÚS, EL HIJO DE
DIOS. Se nos invita a esperarle como lo esperó La Virgen María, con amor
maternal, con gozo y exultación...
Del corazón de toda la humanidad
tendría que brotar una oración esperanzada y un ardiente deseo: ¡VEN, SEÑOR
JESÚS!
La celebración litúrgica de este domingo, cuarto
de adviento, ensalza al Dios que siempre nos ama entrañablemente y
que, en todo momento cumple sus promesas de salvación, con el salmo 79. Es un
poema de “lamentación y de súplica comunitaria”, en el que, los israelitas piden a Yahveh que, como PASTOR DE ISRAEL, que guía, protege y cuida
de su pueblo, les salve de la nueva invasión enemiga que sufren, ya que tiene
poder para hacerlo desde cielo, donde mora como Rey, con su potencia y
majestad:
Pastor de Israel, escucha,
tú que te sientas sobre querubines,
resplandece.
Despierta tu poder y ven a salvarnos.
El salmista, que esta vez se dirige a Yahveh pidiéndole su salvación,
con el título guerrero “Dios de los
ejércitos” de tanto significado para Israel; le invoca, ahora, como Labrador, y
le ruega que visite su viña, su propiedad tan querida desde siempre, y la
proteja de los enemigos y salteadores
que la cercan y asedian constantemente, con el fin de que su obra no quede
abandonada ni destruida, sino que pueda
dar los frutos oportunos:
Dios de los ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra plantó
y que tú hiciste vigorosa.
Sigue el diálogo con Yahveh, que el salmista convierte en una oración confiada y
comprensiva. Su ardiente fe le dice
que, si en nombre del pueblo, la
comunidad pide la protección del Señor, es decir, su salvación, Israel ha de
saber corresponderle con fidelidad, con
lealtad y, también, con agradecimiento:
Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste,
no nos alejaremos de ti;
danos vida, para que invoquemos tu
nombre.
Ahora, en estos tiempos de plenitud, LA IGLESIA, ES LA VIÑA DEL SEÑOR, y CRISTO JESÚS, EL LABRADOR, que la cultiva y cuida con esmero, y EL PASTOR
que la protege contra los adversarios y la guía hasta el Reino. En ella,
nuestro Padre Dios, ha realizado la más maravillosa de sus promesas. Ha venido
a visitarnos en su muy amado Hijo, Cristo Jesús, el que nos ha redimido con su
amor paciente y generoso, llenando el mundo de su bondad y de su paz, hasta
hacerlo todo nuevo con su espíritu
Y, gozando de esta “NUEVA VIDA” inaugurada por
Cristo Jesús, contemplemos hoy a María, Madre suya y nuestra, de todos los
vivientes, en actitud de espera gozosa y de acogida incondicional.
Y deseemos, con su misma disposición, y su misma
capacidad de asombro y recogimiento, que también Jesús, nuestro Salvador, nazca
en cada uno de los que con fe y asombro le esperamos con gozo, de manera que,
viviendo en comunión con él, logremos despertar en los que aún no le esperan,
deseos de conocerle y amarle.
Entonces, sí será posible, que brille la luz de su rostro sobre toda la humanidad,
en la que se revelará plenamente su
Reino y el de Dios, cuando aparezca, en su última y definitiva visita, en plena
gloria y majestad.
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