viernes, 5 de octubre de 2018

Domingo XXVII del T.O.-B


DOMINGO XXVII DEL T. ORDINARIO - B


QUE EL SEÑOR NOS BENDIGA TODOS LOS DIAS

Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.


                     Pedimos al Señor que nos bendiga, pues  creemos, que siempre estaremos  gozosos  y muy felices si, sinceramente, le buscamos con amor y hacemos lo que le agrada. Y,  con el salmo 127 insistimos y recordamos a Dios que, “nos bendiga todos los días de nuestra vida” convencidos de que ya lo hace así, pues lo propio de Dios es acoger, darnos su amor y todos sus bienes, también bendecirnos con su paz. Y esta seguridad es lo que nos llena de júbilo.

                     El salmo 127, pertenece al grupo de los “salmos de las subidas” De origen antiguo, se configuró definitivamente después del exílio, y tiene estilo sapienzal. Lo rezaban los israelitas en peregrinación a Sión, morada de la gloria de Yahveh, buscando su bendición.

                     Su primera parte está formada por una “bienaventuranza” en la que se canta a Yahvé su benevolencia con los buenos, con los que le son fieles y le temen,  como podían ser los que peregrinaban a Sión. Queda bellamente expresada esta bienaventuranza en el amor y en la dulzura y felicidad de una vida familiar, rica en fecundidad, en la que hay honradez y prosperidad, porque no falta el trabajo:
                                
¡Dichoso el que teme al Señor,
y sigue sus caminos!
Comerás del fruto de tu trabajo,            
Serás dichoso, te irá todo bien                                        

Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa.

                    La segunda parte, describe la bendición que recibían los peregrinos, del sacerdote del templo, antes de regresar a sus casas. Bendición que no iba dirigida solo a ellos y a sus familiares, sino a todas las generaciones de Israel, pues contiene un sentido  mesiánico, escatológico y también universal, ya que en Sión serán bendecidos todos los pueblos:                      

Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor:
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida.

Que el Señor te bendiga desde Sión
que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel!
    
      
                  Pero la mejor bendición de Dios a la humanidad es  Cristo Jesús, su Hijo encarnado, el que con su amor salvador se hace hermano de todos los hombres, para hacernos  hijos de Dios. Toda su vida fue una constante bendición para todos, y más, si cabe, para los niños y los más sencillos y humildes:

                    “-“Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios”

                    “Y LOS ABRAZABA  Y BENDECÍA IMPONIÉNDOLES LAS MANOS”

                   En  todo momento  transmitía la dicha que poseía y reflejaba  su ser, y que dejó explicitada  en  las Bienaventuranzas que proclamó al comienzo del sermón de la montaña, a la vez que invitaba  a sus oyentes, y también a todos, a vivirlas y practicarlas, por ser el camino que ha escogido el Padre para  sus hijos; camino  que nos conducirá a obtener, en recompensa, el gozo del cielo: “Venid benditos de mi Padre...”


                 Dicha que experimentamos, también, todos los cristianos cuando asistimos a La Iglesia, La Nueva Sión, y participamos de La Eucaristía de Jesús, banquete celestial bendecido y ofrecido por Cristo Jesús, y signo escatológico de las bodas que celebraremos en el cielo, en la vida familiar y fecunda del mismo Dios, donde participaremos eternamente de su bondad y de su amor.

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