DOMINGO XXVII DEL T. ORDINARIO - B
QUE EL SEÑOR NOS BENDIGA TODOS LOS
DIAS
Por Mª Adelina Climent Cortés O.P.
Pedimos al Señor que nos
bendiga, pues creemos, que siempre
estaremos gozosos y muy felices si, sinceramente, le buscamos
con amor y hacemos lo que le agrada. Y,
con el salmo 127 insistimos y recordamos a Dios que, “nos bendiga todos
los días de nuestra vida” convencidos de que ya lo hace así, pues lo propio de
Dios es acoger, darnos su amor y todos sus bienes, también bendecirnos con su
paz. Y esta seguridad es lo que nos llena de júbilo.
El salmo 127, pertenece al grupo de los
“salmos de las subidas” De origen antiguo, se configuró definitivamente después
del exílio, y tiene estilo sapienzal. Lo rezaban los israelitas en
peregrinación a Sión, morada de la gloria de Yahveh, buscando su bendición.
Su primera parte está formada por una
“bienaventuranza” en la que se canta a Yahvé su benevolencia con los buenos,
con los que le son fieles y le temen,
como podían ser los que peregrinaban a Sión. Queda bellamente expresada
esta bienaventuranza en el amor y en la dulzura y felicidad de una vida
familiar, rica en fecundidad, en la que hay honradez y prosperidad, porque no
falta el trabajo:
¡Dichoso
el que teme al Señor,
y sigue sus caminos!
Comerás del fruto de tu trabajo,
Serás
dichoso, te irá todo bien
Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa.
La segunda parte, describe la bendición que
recibían los peregrinos, del sacerdote del templo, antes de regresar a sus
casas. Bendición que no iba dirigida solo a ellos y a sus familiares, sino a
todas las generaciones de Israel, pues contiene un sentido mesiánico, escatológico y también universal,
ya que en Sión serán bendecidos todos los pueblos:
Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor:
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida.
Que el Señor te bendiga desde Sión
que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel!
Pero la mejor bendición de Dios a la humanidad
es Cristo Jesús, su Hijo encarnado, el
que con su amor salvador se hace hermano de todos los hombres, para hacernos hijos de Dios. Toda su vida fue una
constante bendición para todos, y más, si cabe, para los niños y los más
sencillos y humildes:
“-“Dejad que los niños se acerquen a mí: no se
lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios”
“Y LOS ABRAZABA Y BENDECÍA IMPONIÉNDOLES LAS MANOS”
En todo momento transmitía la dicha que poseía y reflejaba su ser, y que dejó explicitada en
las Bienaventuranzas que proclamó al comienzo del sermón de la montaña,
a la vez que invitaba a sus oyentes, y
también a todos, a vivirlas y practicarlas, por ser el camino que ha escogido
el Padre para sus hijos; camino que nos conducirá a obtener, en recompensa,
el gozo del cielo: “Venid benditos de mi Padre...”
Dicha que experimentamos, también, todos los cristianos cuando asistimos
a La Iglesia, La Nueva Sión, y participamos de La Eucaristía de Jesús, banquete
celestial bendecido y ofrecido por Cristo Jesús, y signo escatológico de las
bodas que celebraremos en el cielo, en la vida familiar y fecunda del mismo
Dios, donde participaremos eternamente de su bondad y de su amor.
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