DOMINGO XXVIII DEL T. ORDINARIO - B
SÁCIANOS DE TU MISERICORDIA
Por Mª Adelina Climent
Cortés O.P.
“Sácianos de tu misericordia y toda nuestra
vida será alegría y júbilo”. Súplica
confiada a la bondad y sabiduría de Dios, llena de esperanza y de gozo,
porque tiene presente la promesa de su salvación
Con esta súplica comienza el salmo 89, poema de sabor sapienzal, y que sintoniza
con la lectura de La Sabiduría, con la que,
nos enseña, a poner los sentimientos del corazón en Dios. Su datación,
por tanto, es de la época del posexílio y está considerado como un “salmo de
lamentación y súplica”
El poema describe, después de una introducción hímnica, una meditación
de matiz antropológico, sobre la eternidad de Dios y la vida vulnerable y
caduca del hombre. Y, en los versos
escogidos para la celebración de hoy, EL SALMISTA PIDE A YAHVEH SABIDURIA Y
COHERENCIA para discernir y aceptar con realidad lo precario de la vida, la
limitación del hombre, y, hasta el mal moral, y del mismo pecado, desde una fe sincera y confiada en Yahveh, el que siempre se compadece, protege, perdona, y salva:
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos.
Así, el salmista, en su experiencia de
debilidad y pecado, confía y espera en
la fidelidad y misericordia de su Dios, Yahveh, que, será capaz de salvar y de
transformar, en su interior, el juicio duro que tiene de sí mismo, en un
aceptarse sincera y amorosamente; a la vez que, conseguirá dar sentido a su vida y plenitud a todas sus
obras:
Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo;
danos alegría por los días en que nos
afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Reconociendo este obrar tan generoso de su Dios, Yahveh, el salmista, más
optimista y con una fe ya purificada,
desea, que esta acción salvadora de Dios sea valorada y apreciada
por la comunidad de fieles y que, su gloria, sea admirada por otras
generaciones, con el fin de que todos puedan
bendecirle y alabarle:
Que tus siervos vean tu acción
y sus hijos tu gloria.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras
manos.
El rezo de este salmo nos ha de ayudar a
reconocer la gratuidad de Dios, que, en su SABIDURÍA, nos enseña a relativizar
lo que carece de importancia, para aceptar y vivir según sus justos juicios,
que siempre son de salvación.
Más, el gran regalo de Dios a la humanidad es
Jesucristo, el que, con su amor, llevó a cabo de manera plena y total, la
salvación y la reconciliación del género humano; y el que, con su ejemplo de
vida, nos propone un camino de gratuidad,
de libertad y de perfección:
“Os aseguro, que quien deje casa, o hermanos, o
hermanas, o madre, o padre, o hijos, o tierra, por mí y por el Evangelio,
RECIBIRÁ AHORA EN ESTE TIEMPO CIEN VECES MÁS
y en la EDAD FUTURA VIDA ETERNA
Y, es Jesucristo, el que nos enseña a poner
nuestro corazón y nuestra confianza, no en las obras que realizamos que, por
supuesto, han de ser buenas, sino en la misericordia fiel y entrañable de Dios,
que nos ama como Padre bondadoso.
También, en nuestra sociedad, en la que solo se valora el tener cada vez
más, sea como sea, los que seguimos a Cristo Jesús, imitando su desprendimiento
y confianza en el Padre, hemos de enseñar, a los demás, a buscar con afán y sabiduría lo esencial,
como son las virtudes y todos los valores humanos: la justicia, la paz, la
fraternidad, el perdón, etc. Es decir,
todo lo que nos diviniza y hace de nosotros auténticos hijos de Dios y
herederos de su gloria.
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